Doble Nacionalidad

CAPÍTULO 38

Ni preparándome para lo que se viene podría haber hecho que hubiera reaccionado de otra manera que no sea yo, de pie, en la entrada de mi casa, agarrando fuertemente la puerta y esperando a que esto sea una broma o un lapsus mental y que Leonardo realmente no esté aquí.

Carraspea metiéndose las manos en los bolsillos delanteros del pantalón y me mira detenidamente. Sí, definitivamente está aquí, en París, frente a mi puerta.
Trago saliva y obligo a mi cerebro a reaccionar.

—¿Q-que haces aquí?—tartamudeo débilmente y maldigo mi poca fuerza. 

—Aclarar lo que dejamos pendiente.—su voz es firme y tajante, y en su mirada veo una determinación que me hace estremecer de pies a cabeza.

—No hay nada que aclarar. Ya está todo dicho.—cuadro los hombros y lo miro directo a los ojos en un intento por sonar convencida.

—No, tú hablaste y yo escuché. Ahora yo hablo y tú escuchas.—sin dejar que diga una palabra más me obliga a hacerme a un lado e irrumpe en la casa como si nada.

—¿¡A donde te crees que vas!?—chillo cerrando la puerta de un golpe.—¡Ni se te ocurra dar un paso más!—oigo como se ríe y se dirige hacia la cocina, dónde están mis padres y mi hermano. Peligro.

Lo persigo por todo el pasillo gritándole que se detenga, pero él sigue su camino sin hacerme el más mínimo caso. Abre la puerta de la cocina y cuando va a entrar se fija en las personas que se encuentran sentadas, mirándolo perplejos y para en seco. Me aprieto el puente de la nariz y cierro los ojos soltando un suspiro intentando no perder la calma.

—Papá, mamá, André.—digo poniéndome a la altura del chico.—Él es Leonardo, un amigo.—añado rápidamente al percibir la fulminante mirada de mi padre y hermano. Y me gano una mueca por parte del espécimen que tengo al lado.—Leonardo, ellos son Alan, mi padre, Isabel, mi madre y André, mi hermano.—se los presento uno a uno con los dientes apretados y todos excepto mi madre le dedican un seco asentimiento de cabeza, sin dejar de analizarlo de pies a cabeza. Genial.

—Buenos días.—Los saluda cordialmente ofreciéndoles una media sonrisa cómo si no lo estuvieran escaneando mentalmente.—Lamento haber interrumpido la comida de esta manera, pero su hija y yo tenemos un tema muy importante que resolver.—todo se queda en silencio y, a excepción de mi madre que es la única que sonríe, los otros dos hombres tienen cara de estreñidos.

Carraspeo para llamar la atención de los presentes e intento aligerar el ambiente. Maldito Leonardo, tenías que aparecer ahora.

—Será mejor que nos vayamos y solucionemos el malentendido cuanto antes.—le ofrezco la sonrisa más falsa que soy capaz a Leonardo y veo como aprieta los labios.

—No tan rápido, muchacho.—nos detiene mi padre poniendo la voz que pone siempre cuando pretende imponerse.

Se levanta de su taburete y se acerca intimidante hacia nosotros. Trago saliva y me preparo.

—¿Quien es usted exactamente?—pregunta al ponerse a la altura de Leonardo. 

—Soy Leonardo Gobbi, el jefe de su hija.—responde muy seguro de si mismo y ofreciéndole la mano a mi padre, la cual queda colgando porqué este no la estrecha en ningún momento. Ese es mi padre.

—Ex-jefe.—me apresuro a rectificar y veo como Leonardo gira un poco la cara en mi dirección y hace una mueca en la que pretende esconder su enfado y disgusto. Bueno, ha sido él el que se ha arriesgado ha venir hasta aquí, aunque en el fondo no puedo estar más feliz.

—¿Y que intenciones tienes con mi poussin?—vuelve a interrogarle cruzándose de brazos.

—Papa!—exclamo avergonzada por la pregunta.

—Déjame a mí, cariño.—sigue mirando fijamente a Leonardo y me doy un manotazo en la frente por tal bochornosa situación.

—Con todo el respeto, señor Leblanc.—empieza en un tono confiado.—Mis intenciones con su hija no son más que pasar tiempo con ella y que logre enseñarme a vivir de nuevo.—en ese momento puedo jurar que se me ha salido una sonrisa soñadora y que mi corazón a dado un vuelco. ¿Por que tiene que provocar estos sentimientos en mí?

—¿Como que ha vivir de nuevo?—interviene mi hermano entrecerrando los ojos. Él también no, por favor.

—Ha hacer locuras y vivir las aventuras que me perdí.—habla mirando hacia mi dirección y creo que me sonrojo cuando me sonríe tiernamente. Aparto la vista de la suya antes de que mi padre pueda sospechar más.

—¿Y eso que significa?—reclama conteniéndose y con los dientes apretados.

—Nada, André. Solo eso.—suspiro ya cansada.

—Dejad a los chicos de una vez Alan, seguro que tienen muchas cosas de que hablar.—mi madre se levanta y coge a mi padre por el brazo para hacerlo sentarse. Gracias mamá.

—Bueno, ¡nos vemos!—me despido rápidamente de todos y le cojo la mano para sacarlo de allí lo más pronto posible.

***
—¿¡Que narices te has creído para presentarte de esta manera a mi casa!?—chillo soltando todo o que llevo acumulado.




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