Doctor Corazón

Capítulo 4 Resultados Negativos

El sol se filtraba por las cortinas del hospital, iluminando tenuemente la habitación donde Amanda yacía en la cama, conectada a cables y máquinas que parecían más un recordatorio de su fragilidad que una ayuda para su recuperación. El tratamiento de quimioterapia había comenzado a hacer estragos en su cuerpo. El cansancio la consumía, el cabello se le caía en mechones y las náuseas eran una compañera constante. Pero lo peor no era el dolor físico; era la sensación de vacío, de saber que cada día que pasaba era una batalla perdida contra el tiempo.

Esa mañana, el doctor Terry entró en la habitación con su sonrisa habitual, pero Amanda notó algo diferente en su mirada. Había una sombra de preocupación, algo que no solía mostrar.

— Buenos días, Amanda —dijo, acercándose a su cama con una carpeta en la mano—. ¿Cómo te sientes hoy?

Amanda intentó sonreír, pero el esfuerzo fue en vano.

— Como si me hubieran atropellado un camión —respondió, con voz débil pero irónica—. Pero ya sabes, otro día en el paraíso.

Terry se rió suavemente, pero su risa no alcanzó los ojos. Se sentó a su lado y abrió la carpeta.

— Tenemos los resultados de los últimos exámenes —dijo, mirándola con seriedad—. Y… no son lo que esperábamos.

Amanda sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones. Sabía lo que venía. Lo había sentido en cada fibra de su ser, en cada noche en vela, en cada lágrima que había derramado en silencio.

— El tumor ha crecido —continuó Terry, con voz firme pero llena de compasión—. Y aunque hemos hecho todo lo posible, la quimioterapia no está teniendo el efecto que esperábamos.

Amanda cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas que ya asomaban.

— ¿Cuánto tiempo? —preguntó, con un hilo de voz.

Terry se quedó en silencio por un momento, como si buscara las palabras adecuadas.

— No podemos saberlo con certeza, pero… probablemente menos de lo que pensábamos.

Las lágrimas cayeron entonces, sin control, sin vergüenza. Amanda se cubrió el rostro con las manos, sintiendo cómo el peso de la noticia la aplastaba. Terry se inclinó hacia adelante, tomando su mano entre las suyas.

— Lo siento mucho, Amanda —dijo, con una voz quebrada por la emoción—. Sé que no es justo. Nada de esto es justo.

Amanda lo miró, con los ojos llenos de dolor y rabia.

— ¿Por qué a mí, Terry? —preguntó, con voz temblorosa—. ¿Por qué tengo que pasar por esto? Tengo 25 años… No he vivido lo suficiente. No he hecho nada importante.

Terry apretó su mano con más fuerza.

— Eres importante, Amanda. Para tus padres, para mí, para todos los que te conocen. Y aunque el tiempo sea corto, puedes hacer que cada momento cuente.

Amanda sacudió la cabeza, negándose a aceptar sus palabras.

— No quiero morir, Terry. No estoy lista.

Él la miró con ojos llenos de compasión, pero también de determinación.

— No se trata de rendirse, Amanda. Se trata de luchar hasta el final, de vivir cada día como si fuera el último. Y yo estaré aquí, contigo, en cada paso del camino.

Esa noche, Amanda no pudo dormir. Las palabras de Terry resonaban en su mente, mezclándose con el dolor y el miedo. Se levantó de la cama, con esfuerzo, y se acercó a la ventana. Afuera, la ciudad brillaba con luces distantes, como estrellas que nunca podría alcanzar.

De repente, sintió un dolor agudo en el pecho, como si algo se estuviera rompiendo dentro de ella. Se agarró del marco de la ventana, tratando de mantener el equilibrio, pero las fuerzas la abandonaron. Cayó al suelo, sintiendo cómo el frío del piso se mezclaba con el calor de sus lágrimas.

— Mamá… Papá… —susurró, con voz quebrada, imaginando a sus padres durmiendo en casa, ajenos a su sufrimiento en ese momento.

Terry entró corriendo en la habitación, alertado por las máquinas que comenzaron a sonar. La encontró en el suelo, temblando y llorando. Sin decir una palabra, la levantó con cuidado y la abrazó, permitiendo que ella descargara todo su dolor en su pecho.

— No estás sola, Amanda —murmuró, acariciando su cabello—. Nunca estarás sola.

Y en ese momento, Amanda sintió que, aunque el mundo se desmoronaba a su alrededor, había alguien que la sostenía, alguien que no la dejaría caer. Pero también supo que, tarde o temprano, tendría que enfrentar la verdad: que su tiempo se acababa, y que no había vuelta atrás.

Mientras Terry la ayudaba a volver a la cama, Amanda miró por la ventana una última vez. Las luces de la ciudad seguían brillando, indiferentes a su dolor. Y en ese momento, supo que, aunque su vida fuera corta, no sería en vano. Porque, al final, lo que importaba no era cuánto tiempo vivías, sino cómo vivías ese tiempo.

Y ella, Amanda Sousa, no se rendiría. No sin luchar. No sin amor. No sin fe.




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