La mañana siguiente llegó con un sol tímido que se colaba entre las cortinas de la habitación de Amanda. A pesar de haber pasado la noche en vela, se sentía extrañamente en paz, como si el llanto compartido con sus padres hubiera aliviado un peso que llevaba en el pecho durante semanas. Sabía que el camino que tenía por delante sería doloroso, pero también estaba decidida a no dejar que el miedo la consumiera por completo.
Al salir de su habitación, encontró a su madre en la cocina, preparando el desayuno con una concentración inusual. El aroma a café recién hecho y pan tostado llenaba el aire, pero Amanda notó que las manos de su madre temblaban ligeramente al untar mantequilla en una rebanada de pan.
— Buenos días, mamá —dijo Amanda, con una sonrisa suave, intentando aliviar la tensión que flotaba en el ambiente.
Su madre se volvió rápidamente, como si hubiera sido sorprendida en medio de un pensamiento profundo.
— ¡Buenos días, cariño! —respondió, forzando una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. ¿Cómo dormiste?
Amanda se encogió de hombros, acercándose a la mesa.
— No mucho, pero estoy bien. ¿Y tú?
Su madre suspiró, dejando el cuchillo sobre la mesa.
— Tampoco. Pero… bueno, supongo que es normal, ¿no? —dijo, mirándola con una mezcla de amor y preocupación.
Amanda asintió, tomando asiento. Sabía que su madre estaba tratando de mantenerse fuerte, pero también podía ver el dolor en sus ojos, la lucha interna por aceptar lo que estaba sucediendo.
— Mamá —dijo, con voz suave—, no quiero que pasen estos días llorando por mí. Quiero que los vivamos juntos, que hagamos cosas que nos hagan felices. No quiero que esto sea solo tristeza.
Su madre la miró, con los ojos brillantes por las lágrimas que se negaba a derramar.
— Tienes razón, Amanda —dijo, acariciándole la mano—. Pero es difícil, ¿sabes? Es muy difícil pensar en un futuro sin ti.
— Lo sé —respondió Amanda, apretando su mano—. Pero no estamos en el futuro todavía. Estamos aquí, ahora. Y quiero aprovechar cada momento.
Su padre entró en la cocina en ese momento, con una expresión sombría pero decidida.
— ¿Qué tal si hoy hacemos algo especial? —propuso, con una voz que intentaba sonar animada—. Podemos ir a ese parque que tanto te gusta, Amanda. O… no sé, hacer algo que siempre hayas querido hacer.
Amanda sonrió, sintiendo un calor en el pecho al ver cómo sus padres intentaban mantenerse fuertes por ella.
— Me encantaría —dijo—. Pero primero, desayunemos. Y después… bueno, después veremos qué nos depara el día.
Mientras comían, Amanda notó cómo sus padres intercambiaban miradas furtivas, como si estuvieran planeando algo en secreto. No dijo nada, pero sintió una curiosidad que la distrajo momentáneamente de la realidad.
Después del desayuno, su padre se levantó de la mesa y se dirigió a la puerta.
— Voy a sacar el auto —dijo, con un tono misterioso—. Prepárense, porque hoy será un día que nunca olvidaremos.
Amanda lo miró, intrigada.
— ¿Adónde vamos, papá?
— Es una sorpresa —respondió él, con una sonrisa que no lograba ocultar del todo la tristeza en sus ojos—. Confía en mí.
Minutos después, estaban en el auto, recorriendo las calles de la ciudad. Amanda miraba por la ventana, sintiendo una mezcla de emoción y nostalgia. Cada calle, cada edificio, le recordaba momentos de su vida, como si el mundo entero estuviera lleno de recuerdos que ahora cobraban un significado más profundo.
Finalmente, llegaron a su destino: un pequeño aeropuerto privado en las afueras de la ciudad. Amanda lo miró, confundida.
— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y emoción.
Su padre se volvió hacia ella, con una sonrisa genuina por primera vez en días.
— Hoy vamos a volar —dijo, con un brillo en los ojos—. Siempre dijiste que querías ver el mundo desde arriba, ¿no? Pues hoy lo haremos.
Amanda sintió cómo el corazón le latía con fuerza. Volver a volar, sentir el viento en su rostro, ver el mundo desde las alturas… era algo que siempre había soñado hacer.
— Pero… ¿cómo? —preguntó, sin poder ocultar la emoción en su voz.
— Tengo un amigo piloto —explicó su padre—. Le conté sobre ti, y… bueno, aquí estamos.
Amanda no pudo evitar sonreír, sintiendo una oleada de gratitud hacia sus padres. A pesar del dolor, estaban haciendo todo lo posible para que estos días fueran especiales.
— Gracias —dijo, con voz temblorosa—. Esto significa mucho para mí.
Su madre la abrazó, con lágrimas en los ojos pero una sonrisa en los labios.
— Tú significas todo para nosotros, Amanda. Y queremos que vivas cada momento como si fuera el último.
Mientras subían al avión, Amanda sintió una mezcla de emociones: miedo, emoción, gratitud. Sabía que el tiempo se estaba agotando, pero en ese momento, sintió que podía tocar el cielo.
#1546 en Novela romántica
#597 en Chick lit
#romance #amor #drama, #dolor#perdida #sufrimiento, #fe #esperanza #amordivino
Editado: 19.03.2025