Doctor Corazón

Capítulo 7 Tocando el Cielo

El avión era pequeño, un Cessna blanco con alas que parecían extenderse hacia el infinito. Amanda lo miró con una mezcla de asombro y nerviosismo mientras su padre la ayudaba a subir. El piloto, un hombre mayor de cabello canoso y sonrisa amable, le dio una palmada en el hombro.

— Bienvenida, Amanda —dijo, con una voz cálida que la tranquilizó—. Hoy vas a ver el mundo como pocos lo han visto.

Amanda asintió, sintiendo un nudo en la garganta. No podía creer que esto estuviera sucediendo. Siempre había soñado con volar, con sentir la libertad de estar arriba, lejos de todo. Y ahora, aquí estaba, a punto de hacerlo realidad.

Sus padres se sentaron a su lado, abrochándose los cinturones con manos temblorosas. Amanda podía sentir la tensión en el aire, pero también había algo más: una especie de determinación silenciosa, como si todos estuvieran decididos a hacer que este momento fuera perfecto.

El motor rugió, y el avión comenzó a moverse por la pista. Amanda cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo el corazón le latía con fuerza. Cuando abrió los ojos, el avión ya estaba en el aire, ascendiendo suavemente hacia el cielo.

— Mira, Amanda —dijo su madre, señalando por la ventana—. Mira cómo se ve todo desde aquí.

Amanda miró hacia afuera, y el aliento se le cortó. La ciudad se extendía debajo de ellos, un mosaico de colores y formas que parecía diminuto desde arriba. Las calles, los edificios, los coches… todo parecía tan pequeño, tan insignificante. Y sin embargo, era hermoso.

— Es increíble —susurró, con lágrimas en los ojos—. Nunca había visto algo así.

Su padre le tomó la mano, apretándola con fuerza.

— Esto es para ti, Amanda —dijo, con voz quebrada—. Para que sepas que, no importa lo que pase, siempre estarás volando en nuestros corazones.

Amanda sintió cómo las lágrimas caían por sus mejillas, pero no hizo nada para detenerlas. En ese momento, se sintió agradecida, feliz, viva. Sabía que el tiempo se estaba agotando, pero también sabía que, mientras tuviera momentos como este, valdría la pena.

El piloto giró suavemente el avión, llevándolos sobre el río que bordeaba la ciudad. El sol brillaba en el agua, creando destellos dorados que parecían bailar en la superficie. Amanda cerró los ojos, sintiendo el viento en su rostro, el sol en su piel. Era como si, por un momento, el tiempo se hubiera detenido.

— Gracias —dijo, mirando a sus padres—. Gracias por esto. Por todo.

Su madre la abrazó, con lágrimas en los ojos pero una sonrisa en los labios.

— No hay nada que no haríamos por ti, Amanda —dijo, con voz temblorosa—. Eres nuestro todo.

El avión comenzó a descender suavemente, y Amanda sintió una mezcla de tristeza y gratitud. Sabía que este momento terminaría, pero también sabía que lo llevaría consigo para siempre.

Cuando aterrizaron, Amanda se quedó sentada en silencio por un momento, sintiendo el peso de lo que acababa de vivir. Sabía que los días que le quedaban serían difíciles, pero también sabía que, mientras tuviera a su familia a su lado, podría enfrentar lo que viniera.

— ¿Qué sigue? —preguntó, mirando a sus padres con una sonrisa tímida.

Su padre la miró, con una expresión de amor y determinación.

— Lo que tú quieras, Amanda —dijo—. Hoy es tu día.

Amanda sonrió, sintiendo una oleada de emoción.

— Entonces… ¿qué tal si vamos a comer helado? —propuso, con un brillo en los ojos—. Y después… bueno, ya veremos.

Sus padres rieron, y por un momento, todo parecía normal. Como si el mundo no se estuviera desmoronando a su alrededor.

Y tal vez, solo tal vez, eso era suficiente.




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