El anillo en el dedo de Amanda brillaba bajo la luz tenue de la lámpara de la sala. Era un símbolo pequeño pero poderoso, una promesa que había cambiado todo. Aunque el cáncer seguía siendo una sombra en sus vidas, esa noche decidieron celebrar. No era una celebración tradicional, ni llena de lujos, pero estaba llena de amor, y eso era suficiente.
Sus padres habían preparado una cena sencilla pero especial: pollo asado, puré de papas y una ensalada fresca. El doctor Terry había traído una botella de vino sin alcohol, y aunque Amanda no podía beber mucho, el gesto la hizo sonreír.
— Esto es… increíble —dijo Amanda, mirando la mesa decorada con velas y flores—. No esperaba algo así.
— Es lo menos que mereces —respondió su madre, con lágrimas en los ojos pero una sonrisa en los labios—. Eres nuestra hija, y hoy es un día especial.
Su padre asintió, levantando su copa.
— Por Amanda y Terry —dijo, con voz firme—. Que encuentren felicidad, pase lo que pase.
Amanda y el doctor Terry levantaron sus copas, chocándolas suavemente.
— Por nosotros —dijo Amanda, con voz temblorosa—. Y por este momento.
La cena fue tranquila, llena de risas y recuerdos. Amanda se sintió rodeada de amor, como si por un momento el cáncer no existiera. Pero cuando llegó el momento del postre, su madre sacó una pequeña tarta decorada con frutas frescas y una vela.
— No es una boda —dijo, con una sonrisa tímida—, pero queríamos celebrar tu compromiso.
Amanda sintió cómo las lágrimas caían por sus mejillas.
— Mamá, papá… esto es hermoso.
El doctor Terry tomó su mano, apretándola con fuerza.
— Gracias —dijo, mirando a sus padres—. Esto significa mucho para nosotros.
Después de la cena, Amanda se sentó en el sillón, sintiendo cómo el cansancio la invadía. Pero también sentía algo más: una paz que no había sentido en mucho tiempo.
El doctor Terry se sentó a su lado, tomándole la mano.
— ¿Cómo te sientes? —preguntó, con voz suave.
Amanda lo miró, con una sonrisa en los labios.
— Feliz —dijo, con voz quebrada—. Aunque sea por un momento, me siento feliz.
Él le sonrió, con una expresión que transmitía más que palabras.
— Entonces, eso es lo que importa.
Amanda cerró los ojos, sintiendo cómo el calor de la mano del doctor Terry la reconfortaba. Sabía que el camino que tenía por delante sería difícil, pero también sabía que no estaba sola.
Y tal vez, hoy hay esperanza de vida 🙏
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Editado: 19.03.2025