Dolor

Lo más triste y lo más bello

Dedicado a las 20 personas que agregaron este libro a su biblioteca y las mas de 200 lecturas.

Este es un pequeño relato, espero les guste.

Corría lo más rápido que mis piernas me permitían, iba atrasada a mi encuentro con David, nos reuníamos en el mismo lugar donde nadie nos encontraría, me adentre en el bosque evitando chocar con los sauces y canelos que se cruzaban en mi camino, llegué al claro donde siempre nos juntábamos, allí estaba él dándome la espalda, reduje mi andar lo abrace para que notara mi presencia, pero no me correspondió, ni siquiera se giró a verme, solamente me dijo cuatro palabras que me dejaron helada.

- Me tengo que ir

- ¿Qué?

- Fui reclutado a la guerra

Me quedé muda, creí que sus padres sabían que teníamos una relación, pero era peor, mucho peor a qué nos prohibieran estar juntos, él se iría y tal vez no lo volvería a ver, por lo menos no con vida, me puse frente a él para verlo a los ojos pensando que quizás era una broma, pero los tenía cerrados, estuvimos unos minutos en silencio hasta que los abrió, lo miré directamente dejándome hipnotizar por aquellos orbes color miel, pero no vi más que tristeza.

- ¡Quédate por favor!

- Antonia sabes que por más que quisiera no puedo.

- Pero si te pa…

- ¡Cásate conmigo!

- ¿Que dijiste? - le pregunté sorprendida

- Antes de irme cásate conmigo, si algo me pasa quiero que cuando llegues a mi funeral digas que eres mi esposa.

- David no quiero que te pongas en ese plan, cuando regreses planearemos todo, incluso enfrentarnos a nuestros padres - intente hacerme creer a mí misma esa posibilidad.

- Sabes perfectamente Antonia que hay muy pocas probabilidades de que regrese - me respondió

Las lágrimas acumuladas salieron cuando lo bese, cerré los ojos, a través de los párpados cerrados percibí un destello de luz anaranjada, sorprendida por aquello abrí mis orbes nuevamente separándome de David, mire a mi alrededor dándome cuenta de que las enredaderas que nos rodeaban ahora tenían unas flores tan rojas como la sangre que al chocar contra los rayos del sol hacían iluminar aún más el claro donde estábamos, me acerque a tomar una de aquellas flores pero la diferencia era que esta era de un color blanco casi como un tono perla, era tan delicada y frágil, en segundos reconocí que era un copihue, fue raro encontrarlos en esta época del año ya que prácticamente era invierno, David abrazo por la cintura tomando el copihue de mis manos ubicándolo luego en mi pelo como si fuera un broche, gire mi rostro, puse una mano en su mejilla para besarlo nuevamente en una promesa silenciosa, que pasara lo que pasara íbamos a estar juntos.

Cuando los copihues se cerraban y la Luna hacia su aparición estaba volviendo a casa, entré por la ventana a mi habitación para que mis padres no notarán ni ausencia, coloqué en un libro el copihue de mi pelo, me avise pensando en que David mañana partiría a la guerra y no podía hacer nada para evitarlo, quizás no lo volvería a ver, pero, aunque pasarán los años mi corazón le pertenecería eternamente.

Ha pasado poco más de un año y no he tenido noticias de David, mis padres ya me comprometieron, esperan que me case con Maximiliano Echeverría un joven de clase alta que me puede dar todos los lujos que yo quiera, pero saben que mi corazón le pertenece a un solo hombre; tocan la puerta, voy a abrir y me encuentro a Layla la hermana de David y la única sabedora de nuestro secreto, sus ojos están anegados en lágrimas y trae en la mano una carta arrugada, empieza a balbucear pero no le comprendo hasta que la escucho decir:

- Mi hermano, David, él está…. está…

No alcanza a terminar la oración cuando se arroja a mis brazos llorando, no me tarde mucho en acompañarla en su llanto cuando comprendí que ya no lo volvería a ver, que estaba muerto, que nuestros planes de matrimonio jamás se realizarían, solté a Layla y salí corriendo, esto no podía estar pasando él me había hecho una promesa, quería estar a su lado, pensar que todo había sido una pesadilla, estaba nevando pero corrí hasta nuestro refugio en aquel claro del bosque, pero no lo encontré, miré a mi alrededor y al igual que la última vez los copihues estaban ahí, me arrodille en el suelo recordando los momentos más felices al lado de aquel amor prohibido, me acosté en el suelo nevado mientras el frío traspasaba mi vestido pero no importaba nada, si él no estaba a mi lado ya nada tenía sentido.

La joven acostada cerró los ojos para siempre recordando a su amado muerto en batalla. Los copihues fueron cayendo de sus ramas rodeando a aquella joven muerta dónde hace un año había prometido silenciosamente.




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