Dolor

LIBRO DEL VIAJERO Kattalin



 

Anochece cuando el tren se detiene en el apeadero de Gernika. Aún quedan unos minutos y unas pocas paradas más para que finalice su viaje desde Bilbao en Bermeo y Julen, acomodado en un asiento, mantiene la cabeza apoyada en el cristal. Rememora la conversación con Ángel y el aspecto que ofrecen las casas de Gernika, nada tiene que ver con la destrucción de la que advierte el cuadro de Picasso. Evidentemente, los mismos que la arrasaron no permitieron ni un espacio para el recuerdo en su reconstrucción.

—Borra la historia de un pueblo y borrarás a ese pueblo. Por eso debemos tener memoria.

La frase se la escuchó no hace mucho a su tía Kattalin y piensa que tiene razón. El tren arranca tras desprenderse de algunos pasajeros y su mente sigue en órbita alrededor de la incómoda figura de su padre.

Al llegar a Bermeo ya se ha echado la noche y se acerca hasta el Txoriburu, una antigua taberna junto al puerto que ahora es frecuentada por jóvenes, desde que hace un año Piru la alquilase y trasformase en bar musical.

—Aúpa, Piru, ¿ha estado alguno de mis colegas por aquí?

—Nadie, pero aún es un poco pronto, ¿no?

Julen consulta su reloj, son las diez y media y es, precisamente, sobre la que se suelen juntar los sábados.

—Subo un momento a casa, si los ves…

—Les digo que te esperen, descuida. Ya de paso, dile a Kattalin que ya tengo relevo para esta noche, que baje cuando quiera.

Piru, de un gesto con la cabeza, le hace mirar a Julen al fondo de la barra, donde su hermano, que le sustituye esa noche, está pinchando música. El texto de la canción de Barricada que suena le empuja a no borrar de la mente su más inminente destino:

 

«Es el juego del gato y el ratón

tus mejores años, clandestinidad.

No es muy difícil claudicar

esto empieza ser un laberinto…».

 

Entra en casa saludando en voz alta y, antes de dar explicaciones de dónde ha estado todo el día, se encierra en el baño para darse una ducha. Pocos minutos después, suenan varios golpes en la puerta.

—Ya salgo, que me estoy secando.

—Podías avisar de que estás en casa —le censura su tía.

—No me habréis oído, estabais en la cocina. Por cierto, Piru te está esperando.

—Ese Piru y tú…

Le comenta Begoña a su hija, que está unos pasos por detrás de ella en el pasillo. Las dos se habían acercado sospechando que Julen estaba ya en casa al darse cuenta de que el calentador de butano llevaba un rato encendido.

—Solo es un amigo.

—¿Y cómo de amigo? —le cuestiona a la hija con una sonrisa que le desaparecerá en cuanto escuche su respuesta.

—Lo justo para follarlo de vez en cuando y quitarme el estrés.

—¡Joder! ¡Pero qué basta eres, tía!

Julen sale del baño con una toalla enrollada a su cintura y la ropa hecha un ovillo mientras Begoña regresa a la cocina negando con la cabeza, prestando atención a las patatas que está friendo para hacer una tortilla.

Kattalin aguarda un poco a que su sobrino comience a vestirse y asoma la cabeza por la puerta de su cuarto.

—Entonces, ¿vienes del Txoriburu?

—Sí, dice Piru que su hermano se encarga hoy de la barra.

—Le sustituye alguna vez para que libre.

—Por cierto, vaya corte que le has dado a amama.

—Anda, calla, a ver si crees que por eso se escandaliza, que tenemos confianza, a pesar de que a mis treinta y dos años aún me ve cómo una chiquilla.

Julen, tras abroncarse unos vaqueros y ponerse una camiseta, se agacha debajo de la cama a buscar sus deportivas.

—¿Y qué plan tienes para hoy?

—Pues estar con la cuadrilla por aquí, ¿y tú?

—Vamos a Bilbao y nos quedaremos en una pensión del casco viejo. Por cierto, ¿dónde has estado todo el día?

—En Bilbao también.

—¿Y haciendo qué?

Visto que su tía le confía sus planes, él hace igual. Tras el relato, Kattalin se sienta en la cama claramente contrariada, revelando un poso de amargor en la expresión de su rostro.

—¿De veras quieres conocer al cabrón de tu padre?

Julen se acerca hasta la puerta del cuarto y la cierra. Sabe el rencor que albergan las dos únicas mujeres que conforman su familia y no quiere que su abuela escuche la conversación.

—¿Qué hay de malo en conocer la verdad?

—¿Pero qué verdad? ¿La suya? Vamos, ¡no me jodas!

—Ni suya ni no suya. Nunca me decís nada más allá de lo de siempre y creo que ya tengo edad para entender todo.

—En eso estoy de acuerdo.

—Entonces, ¿qué pasa?

—Pasa que mi ama me hizo jurar que nunca te diría nada. Sabe que no estoy de acuerdo, pero ella es de otra época y ya sabes. Créeme cuando te digo que, de vez en cuando, me pregunta si he roto mi promesa.

—Joder, es para mandaros a la mierda.

—¡A ver qué dices! Por favor.

La voz hostil de Kattalin muda a un tono más suave, triste. Él permanece en silencio, mirándola, pero su tía no dice nada. Se acerca a la ventana, la abre, y tras encenderse un Lucky, apoya los codos en el alféizar perdiendo la mirada en el rielar de la luz de las farolas, en las aguas del puerto. El aroma del tabaco despierta la ansiedad en Kattalin, que se hace un sitio a su lado en la ventana, tomando el cigarrillo de entre los dedos de su sobrino y propinándole un par de caladas antes de devolvérselo. Exhala el humo y pierde ella también la vista por la estela lechosa de un pesquero que acaba de entrar en puerto.

—¡Que le den por culo a la promesa! Ese hombre engaño a tu ama, nos engañó a todos. Leire no sabía que era Policía secreta ¡nada menos! Le dijo que era perito o no se qué y que trabajaba en no se cuál fábrica por Barakaldo. Normalmente, quedaban los domingos en Bilbao.

—¿Como se conocieron?

—Leire dijo que lo conoció en las fiestas de un barrio de Bilbao. Yo era una cría entonces, piensa que tu ama me llevaba a mí diez años.



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En el texto hay: terrorismo

Editado: 12.12.2022

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