Ya había pasado una semana desde que comencé a trabajar, los susurros de las teclas y las voces de mis compañeros ya se me hacían normales. El jefe iba a elegir unos equipos en la reunión de hoy para un trabajo—ojalá no me toque con Isabella—se me ha vuelto algo incómodo que su oficina de cristal estuviera en frente mío. De vez en cuando veía que ella me observaba, pero cuando yo miraba, ella apartaba la vista y la concentraba en su ordenador.
Al salir del trabajo no estaba muy contento, la reunión había sido un desastre y, para peor, sí, me había tocado con Isabella. No era que me cayera mal, era linda, amable, pero le tengo resentimiento por mi camisa, aunque sea una razón idiota.
Decidí no tomar el ómnibus, siempre iba muy lleno y prefería tomar un poco de aire y relajarme. Caminé unas cuantas cuadras, sinceramente el trabajo no estaba muy lejos. Al doblar me encontré con él...
Mi padre.
Estaba en frente de mi puerta, ¿hablando con... mi madre?
¿Por qué no lo estaba echando? ¿Por qué no le gritaba? ¿Por qué demonios estaban hablando y... riendo?
¿Ya se había olvidado de todas las veces que le gritó hasta que llorara, de todas las veces que hizo mi infancia un infierno, de todas las veces que me golpeó hasta dejarme inconsciente y ella sin hacer nada?
Me escondí detrás de un árbol, con temor a que me viera como cuando era niño, tenía la respiración agitada y salían lágrimas de mis ojos por la rabia. Decidí marcharme, tomé el ómnibus y me dirigí a algún lugar, caminé sin rumbo por horas mientras la pregunta me retumbaba en el interior.
¿Por qué había regresado?
Decidí mandarle un mensaje a mi madre preguntándole qué demonios había hecho.
Elías:
—¿Por qué él estaba en casa? ¿Por qué demonios estabas hablando con él? ¿Qué hiciste?
Ella nunca respondió, así que no decidí quedarme con la duda y regresé. Al entrar a la cocina ahí estaba ella, tan tranquila y serena como siempre, como si no hubiera pasado nada.
—¿Qué mierda hacía él aquí? ¡¿Por qué mierda estabas hablando con él en la puerta de casa?!
Estaba muy agitado y mi voz se quebraba por la furia.
Ella me miró y su silencio respondió todas mis preguntas.
—Me metiste...
Lo dije con la cabeza gacha. Mis palabras salían entrecortadas y se me hacía cada vez un nudo más grande en la garganta. Era mi mamá, ¿cómo mierda podría haberme hecho esto?
—Elías, no es lo que parece...
—¿En serio creíste cada puta palabra que dijo? ¿Que se arrepintió de todo? ¿Que ahora quiere ser un buen padre?
—Es que él se veía tan arrepentido...
—¿Y vos le creíste cada puta palabra? ¿Es en serio? Sabes que, ya estoy harto, me voy de la casa.
La voz me temblaba cada vez más, pero intentaba contener las lágrimas que me pedían salir.
—No, Elías, espera, perdóname, hijo, no te vayas, ¿qué haremos sin ti?
Después de decir esas palabras, salí de mi casa. Nunca había discutido tanto con mi madre al punto de que mi voz se quebrara. Caminé sin rumbo hasta que mis pies dolieron, me senté en un banco, cuyo banco era justo el del parque donde ella me había derramado el café. Decidí sacar mi teléfono y revisar mi cuenta—mierda—no tenía el suficiente dinero para alquiler ni una habitación. Podría dormir en la oficina, pero si el jefe me descubre de seguro me echaría, y en la calle no sería buena idea.
Sin pensarlo, le mandé un mensaje a Isabella.
Elías:
—Oye, ya sé que es un poco tarde y todo eso, ¿pero sabes de algún lugar barato donde podría quedarme algunos días?
Tardó suficiente tiempo como para que anocheciera y mi única luz fuera un farol. De pronto, llegó la notificación.
Isabella:
—Oh, Emm, claro, pero está bastante lejos. Emm, si no tienes donde quedarte, si quieres, claro, yo tengo una habitación disponible donde podrías quedarte el tiempo que desees, claramente es si tú quieres.
Ese mensaje me tomó por sorpresa, abrí los ojos como platos.
Era muy tierna.
¿Qué carajos estaba pensando? Aunque el mensaje sí era bastante tímido e inocente, decidí aceptar y ella me pasó su ubicación.