Dolor y sangre

La fiesta

Al entrar al lugar, había un montonazo de gente y la música retumbaba por todos lados. Isabella me condujo a un mini bar, donde estaba una chica con un vestido rosa ajustado y el pelo con rizos.

—¡¡¡¡Naiara, feliz cumpleaños!!!! Espero no te moleste que haya traído un acompañante.

La chica, que al parecer se llamaba Naiara, me miró de arriba a abajo y me guiñó un ojo.

—Oh, tranquila, Isa. Es un gusto que hayas traído a un acompañante tan guapo.

Isabella la miró con expresión de asco y nos presentó.

—Bueno, él es Elías. Naiara... y ella es Naiara, Elías.

—Un gusto conocerla —dije, algo incómodo.

—Un gusto, Elías. Si gustan, aquí hay cervezas y ponche.

Naiara se fue y, entonces, Isabella me miró. La pista había comenzado a llenarse. Me guiñó un ojo y me arrastró hacia ella. No era mucho de bailar, pero nos divertimos bastante igual. Nuestros movimientos seguían el ritmo de la música y, cada vez, nos acercábamos más por la multitud.

Después de dos canciones, decidí apartarme para tomar un poco de aire. Estaba seguro de que había visto una terraza por ahí.

Me dirigí hacia afuera y me senté en una tumbona. Muy cómodas, la verdad. Una sombra tapó la luz de una lámpara. Al abrir los ojos, era Isabella. Estaba agitada y con cara de preocupación, así que me incorporé y la miré con confusión.

—¿Estás bien, Isabella?

Se sentó al lado mío y frunció el ceño.

—Te estuve buscando por todas partes. Estábamos bailando y, de la nada, desapareciste.

—Perdoname. Pensé que me habías escuchado cuando te dije que iba a tomar aire.

Apartó la mirada e intentó recordar, pero agitó la cabeza indicando que no me había escuchado.

—Lo siento, no te había escuchado —dijo, bajando la mirada.

Asentí levemente. Nos quedamos en silencio por un momento. Lo único que se escuchaba entre nosotros era la música de adentro y las risas lejanas de la gente.

—Siento si te preocupé... —dije después de unos segundos—. No era mi intención desaparecer así.

—Está bien... supongo que me asusté un poco —admitió con una leve sonrisa.

Nos miramos por un instante. Había algo en sus ojos que me desconcertaba. No era enojo ni molestia; era... algo más suave. Tal vez alivio, o ternura. Bajó la vista y jugueteó con los dedos, nerviosa.

—Gracias por venir esta noche —susurró—. Pensé que no aceptarías.

—Yo también lo pensé —contesté—. Pero fue una buena idea.

Ella levantó la vista y nuestras miradas se encontraron otra vez. Y esta vez no la bajamos.

Algo en el aire había cambiado. Ya no era solo una charla. Sentí cómo la tensión crecía, pero no era incómoda. Era de esas que te hacen contener la respiración.

Me incliné apenas hacia ella, como para hablarle en voz baja. Ella no se movió, solo sostuvo la mirada, expectante. Sus labios entreabiertos, su respiración más rápida... No necesitábamos palabras.

Me acerqué un poco más. Mis ojos se fijaron en los suyos y luego bajaron, apenas un segundo, hacia su boca.

Ella retrocedió suavemente, como invitándome a acercarme aún más, recostándose sobre la tumbona. Coloqué mi mano junto a su cadera y, en un movimiento torpe, terminé casi encima de ella.

Sus ojos brillaban. Sus mejillas estaban encendidas. Yo también sentía que ardía. Nuestras respiraciones agitadas se mezclaban. Mi mano buscó apoyo sobre su pierna, subiendo cada vez más. Estábamos tan cerca que podía sentir el calor de su piel.

Me incliné. Nuestros labios estaban por rozarse.

—¡¡ISABELLAAAAA!!

El grito fue un golpe seco a la realidad.

Nos separamos al instante. Me levanté rápido, torpe, intentando disimular. Ella se reacomodó en la tumbona, arreglando su vestido, que se había subido con mi mano.

Se abrieron las puertas y Naiara salió. Nos miró sorprendida y sonrió.

—Perdón si estoy interrumpiendo algo, pero ya me van a cantar el feliz cumpleaños.

Isabella y yo nos miramos... luego apartamos la vista al instante. Mis mejillas ardían, al igual que el resto de mi cuerpo.

Cuando terminó la fiesta, decidimos irnos. El camino de regreso fue silencioso. Solo se escuchaba la música baja de la radio y los sonidos de los neumáticos en el asfalto.

La miré de reojo y ella estaba seria, como pensativa mientras conducía. No sé en qué estaría pensando, pero mi mente, cada vez que cerraba los ojos, volvía a ese momento del casi beso... al calor de su piel bajo mis dedos. Se sentía tan cálida... tan suave.

Un golpe en el hombro me sacó de mis pensamientos. Había sido Isabella. Ya habíamos llegado a casa. Creo que había notado en qué estaba pensando.

Me miró con el ceño fruncido y bajó del auto.

¿Le habrá molestado lo que hice?

Bajé del auto y entré a la casa. Estaba cansado. Había sido un día largo e intenso.

Entramos. Isabella dejó las llaves sobre la mesada de la cocina y subió las escaleras sin decir una palabra.

Me quedé ahí, parado, mirando a la nada... y después decidí subir a mi habitación.

¿Qué estuvimos por hacer?

No sabía si lidiar con la culpa... o con el arrepentimiento de no haberla besado.

Mientras me desabrochaba la camisa, alguien tocó la puerta. Fui a abrir... y me sorprendió lo que traía puesto.

Me sonrojé al instante. Ella se me acercó sin decir nada.

—No sé si esto es correcto, Isabella... —murmuré, aunque me moría de ganas.

—Elías —dijo, mirándome a los ojos—. Nos interrumpieron justo en el momento que más esperé desde que te conocí. Y sí... es la mejor decisión que voy a tomar en mi vida.

Se acercó un poco más.

Yo todavía tenía los dedos sobre los botones y ella bajó la mirada hacia mis manos. Después, volvió a mirarme.

Podía sentir su perfume... suave, envolvente. El tipo de aroma que parecía hecho para ella.

—¿Estás segura?

Ella se relamió los labios y dio unos pasos más.

—Nunca estuve más segura.

Se acercó tanto que, al retroceder, terminé sentado sobre la cama.




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