Ya habían pasado varios días después de la fiesta. El silencio que quedó entre nosotros mostraba incomodidad. Isabella se volvió más distante y fría conmigo, como si le hubiera molestado lo que hicimos.
No podía parar de pensar en todo lo que ocurrió, en si me había apresurado, si habíamos cruzado un gran límite... o si simplemente ella se había arrepentido.
Ese viernes no fue exactamente diferente. Volvía del trabajo desmotivado.
Frente al portal de la casa de Isabella había una figura que reconocí al instante: alto, pelirrojo y con pecas. Sin dudarlo, era Timothy. Tenía el ceño fruncido y una cara de pocas pulgas. Al verme, se dirigió directamente hacia mí.
—¿Por qué no me dijiste que te mudaste? —Sin saludos ni bromas, eso era poco común en él.
Se me heló el cuerpo y, torpemente, abrí el portal para dejarlo pasar.
—No creí que fuera importante.
Dije sin mirarlo, mientras subía las escaleras. Isabella estaba en la cocina y, al escucharnos, nos quedó mirando en un rotundo silencio.
Timothy, al darse cuenta de dónde se encontraba, puso cara de sorpresa... pero frunció aún más el ceño.
—¿Estás viviendo con ella?
Desvié la mirada hacia Isabella, que ya me observaba. Pero esta vez, no con la frialdad de los últimos días.
—Sí... No podía seguir en esa casa y no tenía a dónde ir.
Él bajó la mirada.
—Pensé que confiabas en mí. Yo podría haberte dado un lugar en mi casa, te podría haber ayudado con tu padre.
Lo que me dijo me rompió el alma. Subimos a mi habitación y cerramos la puerta.
—Timothy, en serio lo siento... Es que vos tenés tus propios problemas familiares con el divorcio de tus padres, y yo no quería ser una carga para vos.
Él seguía con el ceño fruncido, pero ahora mostraba un poco de comprensión.
—Vos sabés que sos un hermano para mí. Siempre te apoyé en tus peores momentos con tu padre. Yo era el que te curaba las heridas cuando llegabas llorando a casa, diciendo que te había golpeado.
—Lo sé, Timothy... pero es complicado. Mi mamá lo volvió a aceptar y le creyó todas sus mentiras de que iba a cambiar.
Timothy se dejó caer sobre la cama y se llevó las manos a la cabeza.
—No puedo creer que tu vieja lo haya aceptado de nuevo... Y para colmo, que le creyera —dijo con la voz apagada—. ¿Y encima olvidó todo lo que les hizo? ¿Cómo alguien puede ser tan tonto?
Me dejé caer junto a él y lo miré.
—No lo olvidó. Solo decidió mirar hacia otro lado, como siempre. —Cerré los ojos un momento y aclaré la voz—. Pero lo que tengo claro es que no voy a volver a esa casa. Tengo que encontrar una forma de sacar a Nabi de ese infierno.
Él me miró con cara de estupefacto.
—¿No te enteraste?
Lo miré con curiosidad y nos reincorporamos.
—¿De qué?
—De que tu hermana va a volver a Francia por el pibe ese. El que me contaste... Parece que le va a proponer matrimonio o algo así.
Mi cara de sorpresa era horrible de creer. Nos quedamos callados. Solo se oían los ruidos de platos en la cocina y el tráfico a lo lejos.
—¿Y ella qué tal? ¿Es la chica que te derramó el café?
—Sí, es ella.
Me miró con cara pícara y se me acercó.
—¿Ya se enrollaron?
Levantó una y otra vez su ceja derecha esperando una respuesta. Me sonrojé y preferí evitar la pregunta.
—No seas idiota —le dije, empujándolo del hombro.
Timothy puso una cara de victoria por haberme hecho sonrojar. Pero en cuanto su sonrisa se desvaneció, la habitación se llenó de un nuevo silencio. Se acomodó y me miró, esta vez con seriedad.
—Bueno, fuera de broma... ¿Qué tal te va acá? —Se arregló la remera, intentando no parecer tan curioso—. ¿Es fácil vivir con esta chica?
Me encogí de hombros.
—No lo sé... Al principio era muy cómodo, nos llevábamos bien. Pero últimamente siento que algo cambió.
—¿Qué cambió?
—Ella —dije, tras pensarlo unos segundos—. Últimamente está rara, fría y distante. Como si le incomodara que esté acá.
Timothy se llevó la mano al mentón y pensó unos segundos.
—Probablemente está teniendo sus propios problemas o está atravesando algún lío... Vivir con alguien tampoco es fácil.
Antes de que pudiera responderle, tocaron la puerta. Me levanté a abrir. Era Isabella.
—Perdón... —dijo, sin mirarnos—. Pero la cena ya está servida.
Asentí sin decir nada. Timothy la miró, luego me miró a mí unas cuantas veces. Ella levantó la mirada y se cruzó con la mía. Fue apenas un instante, pero suficiente para que el estómago se me retorciera. Se fue y cerré la puerta lentamente.
—Che —empezó Timothy con una ceja levantada—. ¿Hace cuánto que está ahí?
—No tengo ni idea —murmuré.
Él no dijo nada más, pero su mirada lo dijo todo. No por lo que se había enterado, sino por lo que no se había dicho.
Desconfianza.
Eso era lo que definía mi vida últimamente.
Desconfianza hacia mi madre, hacia mi padre, hacia el mundo.
Incluso hacia mí mismo.
Y ahora también... entre nosotros.