El día había sido largo y tenso, y el silencio entre nosotros parecía aún más profundo. Yo estaba sentado en el sofá mientras Isabella daba vueltas y vueltas por la cocina. La seguía con la mirada, intentando descifrar lo que le sucedía. Había estado distante todo el día, como si algo pesado la envolviera. La forma en que se movía, la expresión en su rostro... todo en ella gritaba que algo la molestaba, como si no se sintiera cómoda con nada.
Quería decirle algo, romper ese silencio, pero sentía que no era el momento. No todavía.
Después de dar varias vueltas, finalmente me miró a los ojos. Era un libro abierto. Su mirada era intensa, pero preocupada.
—Elías... —susurró.
Se dirigió hacia mí y se sentó a mi lado. Su expresión me indicó de inmediato que no venía algo bueno.
—Debo contarte algo...
Tragué saliva y me acomodé, poniéndome en una posición más atenta. Ella dudó un instante, pero después, con valentía, continuó:
—Mi ex... no tuvimos una linda relación. Él me... controlaba y manipulaba. Siempre elegía cómo tenía que vestir, cómo debía actuar, incluso con quién podía hablar. Al principio pensé que lo hacía por mi bien, pero no era así. Sabés de lo que hablo, ¿no?
Hasta que un día me di cuenta de que ya no tenía control sobre mi propia vida...
La sangre me hervía. Su voz se quebraba con cada palabra, y eso me hundía cada vez más. Apreté los puños con fuerza. Quería decirle todo lo que pensaba de ese imbécil, pero no podía. No ahora, no cuando ella se estaba abriendo conmigo de esa manera.
Se secó una lágrima con el dorso de la mano y continuó:
—Él me hacía sentir pequeña... se enojaba cuando no hacía lo que quería. Me obligó a hacer cosas que no quería, cosas que nunca debí haber hecho.
Cuando terminó de hablar, hundió el rostro entre sus manos, como si quisiera ocultar su vulnerabilidad. Yo sabía que decir algo no cambiaría lo que había vivido, pero no soportaba verla así. No soportaba que alguien le hubiera hecho tanto daño.
Tomé sus manos entre las mías y me acerqué con cuidado. Sus ojos estaban húmedos, y me partía el corazón verla tan rota. La abracé suavemente, como si al hacerlo pudiera ofrecerle un refugio.
—Tranquila... todo va a estar bien. Ya no estás sola.
Con esas palabras, sentí cómo sus músculos se relajaban. Sus lágrimas comenzaron a caer sobre mi remera, y le pasé una mano por la espalda, en silencio, dejándola desahogar todo lo que llevaba dentro.
Me alejé de ella apenas, lo suficiente para poder mirarla a los ojos con seriedad.
—Mataré a quien se atreva a hacerte daño otra vez, mi pequeña —dije, con la voz firme y grave.
Sus ojos, aún húmedos por las lágrimas, se abrieron con sorpresa. Sus mejillas se tiñeron de rojo, como si mis palabras la hubieran tomado desprevenida, como si no esperara que algo así saliera de mí.
Pasaron unas horas. Ya la noche había caído y junto a ella una espesa lluvia. Isabella tenía la mirada fija en el humo de la taza de café que tenia entre sus manos. Yo estaba en el sofá contrario con mi taza de café sin tocar. Nuestra miradas se cruzaban de vez en cuando pero esta vez su mirada aunque mostraba leve tristeza, era mucho más cálida. Algo cambio en ella, como si ahora me tuviera más confianza o alguna otra cosa.
Estábamos en silencio y decidí cortarlo.
- Oye, ¿quieres que ponga una película?
Ella me miro dulcemente y sacudio la cabeza en forma de negación.
- No gracias, estoy bien así.
Mientras ella tomaba un sorbo de su café tocaron al timbre, nos miramos con confuncion, ninguno de los dos había invitado a alguien. Me levante del sofá suavemente, todo el silencio cálido y tranquilo que estaba entre nosotros se había vuelto más tenso. Me dirigí lentamente hacia la puerta y decidí abrirla. No había nadie en la puerta, solo estaba el abrasador viento que me hacia temblar. Fruncí el ceño y antes de cerrar la puerta mire hacia abajo, encontrandome con una carta. Cuidadosamente colocada en la alfombra, no llevaba remitente ni dirección, solo mi nombre.
"Elías"
Se me heló la sangre, recogi la carta con cautela y me dirigí hacia la sala. Isabella me esperaba parada junto al sofá.
-¿Quién era?
La mire con preocupación y le mostré la carta.
- No había nadie, solo esta carta dirigida a.... mi.
Isabella fruncio el ceño y su cara se dirigió de la carta a mi rostro. Ella apretó la taza con las manos, yo me senté en el borde del sofá. La carta era de una sola hoja doblada. Tenía un nudo en la garganta y el corazón me iba a mil. Tome una bocanada de aire y abri la carta, desdoble la hoja cuidadosamente y el papel crujio. Recorrí cada una de las líneas escritas con tinta negra, con una clásica letra en cursiva.
"No puedes escapar de lo que hiciste, hare que el se entere y te arruinare la vida.
Se que no estas solo
Tampoco ella
Te estoy observando, nos vemos."
Mi mirada se oscureció mis dedos apretaron con fuerza la hoja haciendo que cruijiera. Mi pecho subía y bajaba, tenía la ira atascada con una mezcla algo más oscura: miedo.
Isabella me observaba en silencio, expectante.
-¿Qué dice?
Quería ocultarselo pero sabía que sería peor y más si estaba en peligro. Le entregue la carta sin mediar palabra mirando para abajo. Ella la leyó y su mirada también se oscureció. Me miro con una mezcla de confusión y miedo.
-¿Esto tiene que ver con tu pasado?
Asentí con la cabeza.
- Es la segunda que me llega en menos de dos meses. Y no se quien me la mando todavía, pero algo mío sabe y nose que es.
Ella se sentó junto a mi y dejó la carta sobre su regazo.
- ¿Esto significa que estoy en peligro?
La mire con preocupación poniendo mi mano sobre su mano.
- No lo creo.
Sabía que algo estaba por acercarse y no sólo venia por mi, no quería que le pasará nada a ella ni a nadie. Tendría que alejarme.
Isabella bajo la mirada como si intentara procesarlo. El eco de la lluvia golpeaba las ventanas con más fuerza que nunca, como si sintiera el miedo de la amenaza. Mire nuestra manos Unidas y recogi valor, no podía dejar que le pasará nada a ella.