Salí del baño, el vapor seguía aferrado a mi piel como un recordatorio del agua caliente. Cada gota que caía de mi pelo recorría mi abdomen lentamente, tenía la toalla sobre los hombros y me iba secando el pelo mientras caminaba por el pasillo hacia mi cuarto. No me di cuenta de dónde salió, pero me crucé con Isabella y al mirarla, estaba embobada, no paraba de ver mi abdomen desnudo y la verdad me halagaba. No podía dejar de mirarme, y eso… no lo voy a negar, me encantó más de lo que debería. Le sonreí y ella se sonrojó, pude ver que su pelo aún seguía goteando, así que me acerqué y ella se asustó.
-Ven acá, tienes el pelo empapado- le dije mientras agarraba su pelo y lo empezaba a secar con la toalla.
-Está bien, es que no llegué a hacerlo. Por eso siempre lo dejo secar al aire.
-Entonces yo te lo seco, ¿dónde está la secadora?
Me indicó dónde estaba y fui a por ella, la prendí y comencé a secarle el pelo. Se me daba bastante bien, la verdad. Se lo secaba a mi hermana cuando era más chica, la mirada se me entristeció al recordar eso e Isabella se dio cuenta.
-¿Estás bien? -dijo mientras giraba la cabeza para que le siguiera secando.
-Si, solo recordé algo. - dije mientras le sonreía
-¿Quieres decirme?
-Algún día
Seguí secándole el pelo en silencio. Ella no dijo nada más. No hacía falta.
Su pelo se sentía suave, más que nunca. El calor del secador lo envolvía, cada roce de aire en su cara la hacía cerrar los ojos y suspirar lentamente. Se veía tan segura y confiada de todo. Cuando su pelo quedó seco, dejé la máquina sobre una mesa y empecé a entrelazar mis dedos en su pelo, no intencionalmente, sino por costumbre, cuando me di cuenta de lo que hacía deje de hacerlo.
-Listo- murmure
-¿Ya?- dijo mientras abría lentamente sus ojos. Esos ojos…
-Si
-Gracias- susurro.
Asentí y bajé la cabeza, ella se quedó sentada y estuvimos ahí un momento mientras el sonido de la lluvia continuaba golpeando los cristales.
-¿Quieres un café?- pregunto mientras se levantaba de la silla y se dirigía a la cocina.
-Claro, porque no- dije, sentándome en la silla donde estaba ella antes. Se que hacer un café era algo simple, calentar el agua, elegir las tazas, poner el café, el azúcar, el agua caliente y listo. Pero verla hacer cosas tan cotidianas, me hacían sentir una sensación extraña en el pecho.
Cuando terminó, me dirigí al sofá y la ayudé a traer las tazas. Se sentó y yo me tire junto a ella, sin tocarla.
-¿Quieres ver una película?- preguntó mientras le daba un sorbo a su café.
-¿Ahora?
-Si, ahora
-De acuerdo
Isabella agarró el control y puso una película, ni siquiera ví que puso, porque no podía dejar de observarla. Al rato el sonido de la película llenó el ambiente. Ella se recostó en mi hombro para estar más cómoda.
-¿Te molesta?
-No, tranquila.
Estuvimos un rato mirando la película, no entendí de que trataba, un hombre y un vampiro y no se que más. Ella giro su cabeza y me miro, yo también la miré, no entendía que me quería decir con la mirada, pero sus ojos brillaban al igual que cuando estábamos afuera. De pronto ella se inclinó y….
Me beso
Fue diferente al de bajo la lluvia, no fue rápido, ni tímido, duró un momento y se sintió seguro. Se alejó, tenía las mejillas teñidas y los labios entreabiertos, iba a decir algo pero la detuve con la mirada
-No te disculpes- pedí, el corazón me iba a mil
No dijo nada, pero bajo la mirada.
-No se que me paso- confesó
Me acerqué y le di un beso en la frente.
-Yo sí
Ella levantó la cabeza y me miró.
-¿Y?
-Me encanto
Ella se río levemente. Apenas, pero lo hizo.
-Sabes que esto es un problema, ¿no?
-¿Por?- La miré confundido
-Porque poco a poco me estoy enamorando de ti, Elías Devereux.
Mi corazón dio un vuelco, una sensación de felicidad y miedo me recorrió el cuerpo. No se lo dije pero si lo pensé.
Yo también me estoy enamorando de ti, Isabella Sinclair.
Le agarre la mano y nos quedamos mirando, con sinceridad y sabía que todo iba a cambiar y que el destino me estaba dando una nueva oportunidad para ser feliz.