La sala estaba repleta. Los cuchicheos de los presentes apenas permitían oír el discurso que, la directora del lugar, pronunciaba de manera emotiva.
Sentada en el cuarto asiento de la segunda fila, María se revolvía inquieta. Era su primer día en el internado Morsteen para personas con poderes. Su madre le había hablado innumerables veces de sus aventuras ahí, pero a sus 16 años no se sentía preparada, sobre todo porque el resto de sus compañeros habían entrado ahí en su niñez. Ella era lo que llamaban una "anormalidad", alguien en quien los poderes no habían florecido de niña y que aun así había logrado entrar.
Un fuerte aplauso la sacó de sus pensamientos y logró que se centrase y comenzase a prestar atención a los incesantes discursos de los profesores. Fijó la vista en la joven de cabello oscuro que estaba frente al micrófono, no parecía mucho mayor que ella. Su piel blanca y delicada le recordaba a la porcelana, y sus ojos, de un color azul oscuro, le resultaban escalofriantes y demasiado intrigantes. Observó atentamente a la chica durante unos segundos sin poder apartar su mirada de ella, ni siquiera parpadeó, y no era la única que no podía dejar de mirarla, todos parecían absortos contemplando su belleza.
Una vez la joven abrió la boca el más absoluto silencio invadió la sala. Se trataba de Nicole Jaquinot, una alumna de último curso, y al parecer, alguien muy respetada en el lugar.
Comenzó a dar la bienvenida a los nuevos con una voz dulce y aterciopelada. Rápidamente María se vio embriagada por el discurso y empezó a aplaudir como una más. Por alguna razón esa chica tenía algo magnético que atrapaba a todos.
—Perdón, hay alguien que quiere decir unas palabras. Por favor, un fuerte aplauso para Claudia Calonge —añadió Nicole cuando los aplausos cesaron.
Una joven alta y esbelta de la primera fila comenzó a subir las escaleras de manera ágil y se dirigió hacia ella. Se retiró su larga y dorada cabellera, le dedicó una malévola sonrisa, y cogió aire para comenzar.
—Buenos días a todos y bienvenidos. Supongo que estáis muy contentos de volver o de venir por primera vez, la verdad es que me da igual. Mi mensaje es para ti Isabel —Hizo una breve pausa—. ¿Dónde estás? —Comenzó a buscarla por la sala—. Oh, vale, ya te veo. Levántate y saluda.
La sala entera se giró para buscar a la chica, pero nadie se levantó. María notó como un escalofrío recorría todo su cuerpo.
—Bueno como quieras. Isi, amor, lo que quiero decirte es que sí, me he acostado con tu novio, y... —El firme y seco carraspeo de la directora, que se había posicionado justo detrás de ella, la hizo enmudecer.
—Es suficiente jovencita. ¡Te quiero en mi despacho ya! Y los demás, bienvenidos y disfrutad de este curso —dijo mientras avanzaba hacia la puerta con Claudia siguiendo sus pasos.
Todos comenzaron a levantarse. Las palabras de Claudia habían provocado un sinfín de reacciones en la sala. María se giró hacia el escenario para ver si lograba descifrar la reacción de Nicole, al fin y al cabo, ella era quien le había dado paso, ¿sería consciente de lo que iba a decir o le habría sorprendido tanto como al resto?
Por mucho que se esforzó en tratar de encontrarla ya no había rastro de la joven, así que, al igual que el resto, comenzó a desalojar el espacio y se dirigió a su habitación.
Mientras tanto Nicole caminaba por el pasillo junto a dos chicos de complexión atlética. El primero era un poco más alto que ella y de piel impoluta. Sus ojos eran azules como el mar y su sonrisa capaz de derretir a cualquiera. Se trataba de Bruno Jaquinot, su hermano. El segundo era algo más alto y tenía ojos verdes esmeralda que le daban un toque misterioso. Su tez también era clara como la porcelana, y sus facciones frías y serias. Era Nathaniel Calonge.
—Lo de tu hermana ha sido increíble —le dijo Nicole entre risas al segundo chico.
—Tenías que haberla parado —respondió Nathaniel entre risas—. Ya sabes cómo es —añadió encogiéndose de hombros.
Hacía años que ya no se asombraba con las actitudes de su hermana. Él era pausado y le gustaba razonar las cosas, Claudia era todo lo contrario.
—Yo no iba a meterme. Sabes que se la tenía jurada desde el año pasado, y a tu hermana quien se la hace se la paga —aseguró Nicky sin dejar de reír.
—Oh, venga ya, de no ser por ella el acto hubiese sido infumable. Tu discurso me ha provocado serias jaquecas —bromeó Bruno interrumpiendo a los otros dos.
Nicole golpeó el hombro de su hermano.
—Ten hermanos para esto —comentó la chica entre risas—. Y perdona que te diga, pero no ha habido nadie que no haya aplaudido. Incluso tú lo has hecho —sentenció con una divertida sonrisa.
—Dulce hermanita, cuánto tienes que aprender. ¿De verdad tengo que explicarte lo que pensaban? —preguntó arqueando una ceja.
Nicole mostró una mueca de pocos amigos.
—¿Nate? —preguntó la joven al chico de ojos verdes esperando que este se posicionase de su lado.