Las burbujas del café se elevaban de forma suave hasta el techo de la cafetería. María las observaba como una niña mira sus regalos el día de Navidad. Todo era maravilloso para ella. ¡Un café que no solo tenía burbujas, sino que subían y subían sin parar!
No pudo evitarlo, y con el dedo índice rozó una de esas delicadas burbujitas. De pronto, todas explotaron. El agua comenzó a caer sobre ella y los que se encontraban a su lado. Durante los apenas tres segundos que duró, parecía que dentro de la cafetería hubiese comenzado a llover. Aun con la vergüenza del momento, le seguía pareciendo excepcional.
—Lo siento—balbuceó.
Tenía la sensación de que esa iba a ser la frase que más repetiría durante toda su estancia en el internado Morsteen.
—Eres buena haciendo amigos, ¿eh? —bromeó Beatriz con una amable sonrisa.
María comenzó a morderse las uñas. Sabía que no debía hacerlo, pero no lo podía evitar. Siempre que estaba nerviosa se llevaba la mano a la boca instintivamente y comenzaba a mordisquear sus destrozadas uñas. Además, no era un vicio tan malo, podría tener uno mucho peor.
—Venga, no te preocupes. A todos nos ha pasado alguna vez —mintió para tranquilizarla.
María sonrió tímidamente. Se sentía agradecida de que Bea estuviese junto a ella en esos momentos. No la conocía apenas, pero le transmitía seguridad y confianza.
Sutilmente miró el bollo de chocolate que la joven había pedido, se había echado a perder.
—¿Quieres que te pida otra cosa? Te lo he estropeado con el agua de las burbujas.
—Es agua, no me matará.
Sin embargo María insistió y fue al mostrador a pedir algo de picar. Se puso a la fila y esperó a que el chico de delante de ella pidiese.
—Un trozo de pastel de zanahoria, otro de red Velvet, otro de chocolate y una manzana —enumeró Bruno, quien se encontraba solo frente al mostrador.
María lo miró asombrada. ¿Se iba a comer todo eso?, ¿la manzana era para que después de lo otro se sintiese más sano?
El joven se dio media vuelta con las porciones y comenzó a andar hacia la mesa, pero ella le cortaba el paso. Él la miró indicándole que se apartase, pero ella ni siquiera se dio cuenta. La mente de la joven estaba recorriendo al detalle el cuerpo del chico. Su fuerte mentón, su sonrisa perfecta, sus musculados brazos, esos ojos azules en los que era demasiado fácil perderse...
—María, vente que quiero presentarte a alguien —El grito de Beatriz interrumpió los pensamientos embelesados de la chica.
La joven sacudió la cabeza y volvió en sí. El chico la seguía mirando, sin embargo ella no era capaz de descifrar lo que pasaba por su mente.
Sonrió tímidamente y se apartó para que él pudiese avanzar. Ella volvió a su mesa.
—Ni lo pienses. Te lo digo en serio. ¡Bruno no! —le advirtió Bea.
—¿De qué hablas?
—Venga ya. Te he visto como lo mirabas. Todos lo hemos visto en realidad.
Sus mejillas comenzaron a ruborizarse. Vale sí, lo había mirado, pero tampoco había sido tan evidente... Además, ¿qué tenía de malo?
—No le estaba mirando.
—Ya, lo que tú digas —dijo rodando los ojos—. Bruno es uno de ellos. Es un Domador, y, créeme, no te conviene relacionarte con él. Te hará daño, y su grupito te rematará después.
En sus palabras se podía notar un verdadero dolor que la consumía. ¿Qué le habría pasado con los Domadores? Sabía que no era el momento de preguntar, pero se moría de la curiosidad.
—Seguro que todos no son tan malos como la otra —dijo tratando de recordar el nombre de la rubia.
Beatriz soltó una sarcástica risa.
—Los hermanos Calonge puede que sean peores que los Jaquinot, pero no por mucho. Entre los cuatro son como una especie de mafia que se protegen y se llevan por delante a quien haga falta.
Era el momento de dejar el tema. Se la veía cabreada, y, desde luego, María no quería enfadar a la única persona que había sido amable con ella en el internado. Aún así seguía teniendo muchas dudas.
—Bueno, y ¿a quién me querías presentar?—preguntó inocentemente.
Beatriz soltó un suspiro. La chica era demasiado ingenua, no duraría ni una semana entre esa gente.
—A nadie. Era tan solo para que vinieses, pero no me encuentro muy bien. Mejor me voy a la habitación.
—Voy contigo —respondió María.
No quería quedarse sola en ese lugar.