Los días se fueron sucediendo lentamente. Ya era lunes y las clases estaban a punto de empezar. A primera hora tocaba una asignatura común para todos los estudiantes: Animales fantásticos. Esa solía ser una de las que más éxito tenía entre los alumnos, pues les permitía acercarse e incluso tocar a algunas de las criaturas más asombrosas que existían. María estaba entusiasmada con el comienzo del curso, quería descubrir todo lo que rodeaba todo ese mundo.
La clase era bastante sencilla. Las paredes estaban cubiertas por enormes estanterías repletas de frascos y diferentes bolas de cristal. En el centro no había nada, absolutamente nada. Ni mesas, ni sillas. Nada. Eso la contrarió un poco, ¿qué clase estaba tan vacía?
Los alumnos de diferentes edades se agolpaban ahí esperando al profesor. Un momento, ¿por qué había gente de todas las edades? ¿No los dividían por cursos? Ese internado cada vez tenía menos sentido para María.
El Sr. Quemada entró con paso firme a la sala. Él, además de impartir esa clase, era el encargado de ayudar a incrementar sus poderes a los Aqua, aquellos que, al igual que él, dominaban el agua y sus animales.
María observó atentamente al señor. El hombre rondaría los treinta años, quizá nisiquiera llegaba a ellos o si llegaba, no los aparentaba. Su aspecto era juvenil y algo despreocupado. Su cabello rubio estaba alborotado y en su cuello tenía un pequeño tatuaje de algo que desde ahí parecía una especie extraña de pulpo gigante. Se trataba de un Kraken.
—Es guapo, ¿verdad? —le comentó Bea golpeando con el codo en las costillas de la joven.
María se sonrojó y siguió atenta a las palabras del profesor.
—Hoy, al ser el primer día comenzaremos con algo sencillo —explicó.
Este iba a ser su primer contacto con la magia. ¿Sería el profesor Quemada quién le dijese a que grupo pertenecía?
—Venga, daros prisa y poneros por grupos para que sea más sencillo —pidió el profesor.
Tras varios segundos de alboroto la clase ya estaba ordenada. A la izquierda estaban los Natura, justo al lado los Aqua, a su derecha los Ventus y, finalmente, los Domadores, quienes a diferencia de los otros grupos apenas llegaban a ser quince. En medio de todos, María.
El profesor la miró de forma seria.
—¿Tú qué eres, la graciosa? Colócate junto a tu grupo y no me hagas perder el tiempo.
María comenzó a balbucear mientras notaba como iban cayendo las gotas de sudor por su frente.
—Yo, es que... Bueno, soy nueva y no tengo grupo —dijo con apenas un hilo de voz.
Todos se giraron para observarla como quien mira la nieve por primera vez. Él se quedó un segundo en silencio. Estaba desconcertado, esa respuesta lo había pillado por sorpresa.
—Está bien, escoge un grupo y el próximo día ya veremos qué hacemos contigo.
Ella se giró para colocarse con los Natura, pero entonces escuchó la frase que menos deseaba oír.
—Mejor con los Domadores, que son menos. Así será más sencillo que aprendas algo.
María no tuvo más remedio que dar media vuelta y posicionarse con ese selecto grupo. Nada más llegar se topó con las caras de Nathaniel y Claudia, quienes la miraban con desprecio; Nicole, que la miraba con inferencia; y Bruno, quien, María hubiese jurado que, la miraba con curiosidad.
—Bien, ahora que ya estamos listos, que cada grupo se acerque a su bola.
Todos avanzaron curiosos. María no veía ninguna bola, así que tan solo siguió al resto que, poco a poco, fueron formando un círculo. De pronto, una bola del tamaño de sus cabezas surgió en el centro elevándose metro y medio del suelo. Dentro tan solo se podía vislumbrar niebla.
—Ahora quiero que durante está hora observéis al animal que os ha tocado y después me redactéis un ensayo sobre él.
La niebla se fue disipando y comenzó a verse una especie de serpiente de un color cobrizo. Mediría más de diez metros, y del centro de su cuerpo salían dos largas alas acabadas en punta. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¡Era terrorífica! Nunca había visto nada así.
La serpiente se fue acercando hacia el borde de la bola y, entonces, abrió su boca dejando al descubierto sus mortíferos colmillos. De la impresión María saltó hacia atrás generando las carcajadas del resto.
—¡A la anormalidad le dan miedo los dragones! —se burló Claudia.
—¿Eso es un dragón?—pregunto María incrédula.
La imagen que ella tenía de los dragones era algo diferente. No sé, lo típico, cuatro patas, escupen fuego... No una especie rara de serpiente...
—Es uno de los tipos de dragones —respondió Bruno encogiéndose de hombros.
Ella le sonrió amablemente por habérselo explicado, pero él ni siquiera se dignó a devolverle la sonrisa.
Los minutos fueron pasando mientras los alumnos miraban absortos a las temibles criaturas.