—María Bergasa, despierte y venga a mi despacho en diez minutos.
La voz de la directora sobresaltó a la chica. Abrió los ojos y se incorporó rápidamente de la cama. Miró hacia todos los lados, pero no había nadie. Ya tenía hasta pesadillas con ese lugar...
—No ha sido una pesadilla, venga en diez minutos.
Sacudió la cabeza. La voz estaba dentro de su cabeza, ¿cómo podía ser eso? No tenía tiempo para averiguarlo. Se quitó el pijama, se colocó su ropa, se lavó la cara y los dientes y salió disparada hacia el despacho de la directora.
La temible mujer, cuyo nombre era Adrianna Latre, la esperaba mirando el reloj.
—Llega dos minutos tarde, que no se vuelva a repetir.
María se disculpó sin ser capaz de mirarla directamente a los ojos o la cicatriz.
—Bueno señorita Bergasa, le informo de que tenemos un problema con usted.
¿Un problema?, ¿ya iban a echarla? Si ni siquiera había tenido tiempo de hacer algo mal...
—No vamos a echarla, ¡preste atención!
¿Cómo hacía eso de meterse en su mente? María estaba perpleja. No le sonaba haber escuchado a nadie hablar de ese don.
—Tan solo el director o directora del lugar puede hacerlo. Es una forma de proteger y vigilar a los alumnos. Y ahora, ¡escúcheme! —Hizo una pausa—. He estado hablando con su madre y sus profesores, y me han comentado que sus habilidades no se han desarrollado del todo, por lo que no hay ningún grupo en el que pueda encajar todavía.
María agachó la cabeza algo avergonzada.
—No se preocupe, la meteré con los Domadores hasta que descubra su grupo ya que ellos son los únicos que tienen clases de todas las habilidades —explicó la directora mostrando una especie de media sonrisa extraña.
María se retiró un mechón de pelo detrás de su oreja. ¿Con los Domadores? No sabía si eso le alegraba o le producía un miedo espantoso. Ahí estaba Claudia, pero también Bruno. Suspiró. Bruno. Sería interesante poder pasar más tiempo con él.
—Veo que ya conoce al señorito Bruno Jaquinot. Perfecto, así no hace falta que haga las presentaciones. Pídaselo a él.
La joven comenzó a sonrojarse. Había olvidado que la directora podía leer su mente. María trató de ponerla en blanco. No pienses en nada se repitió una y otra vez.
—No se preocupe que no tengo ningún interés en hacer caso a sus insignificantes e insípidos pensamientos. No se crea que tengo tiempo para sus infantilidades —espetó Adrianna.
María tan solo quería cavar un hoyo ahí mismo y no salir hasta cumplir los treinta o al menos hasta que todos los de ese internado se hubiesen marchado y nadie la recordase.
—Ya puede irse. Y por cierto, si en tres semanas no logra averiguar cuál es su grupo quedará expulsada del Morsteen—Sonrió amigablemente—. Que tenga un buen día, y no llegue tarde a su próxima clase— indicó la directora.
¿Expulsada? Tan solo tenía tres semanas para lograrlo... Tenía que hacerlo, no quería perder esa oportunidad. Una vez habiendo estado aquí no podía regresar a su vida normal, pero ¿cómo podía conseguirlo? No es que contase con demasiada ayuda. Ni siquiera parecía caer bien a los profesores...
Corrió hacia el aula, llegar tarde no iba a ayudarla. Tenía que esforzarse al máximo y averiguar a que grupo pertenecía, aunque sabía que con Claudia a su lado sería complicado. Ella la sabotearía siempre que le fuese posible. No hacía falta ser un genio para ver que no la quería ahí.
Todos estaban ya dentro. La profesora, que apenas llegaría al metro y medio, se quitó las gafas y la miró detenidamente.
—Eres María, ¿verdad? —preguntó con una voz tan dulce que le recordó a la de su madre—. Bueno, a partir de ahora María estará con los Domadores hasta que encuentre su verdadero grupo.
María sonrió agradecida. ¡Al fin alguien la llamaba por su nombre! Estaba tan feliz que tardó en escuchar todos los murmullos de sus compañeros, quienes no se creían lo que acababan de oír. Por primera vez alguien que no era un Domador iba a estar con ellos. Era todo un privilegio.
La profesora le pidió que se colocase junto a ellos con una gran sonrisa. Parecía mucho más simpática que la media de ese lugar.
—Hoy en herbología estudiaremos algunas de las plantas venenosas y curativas. Por favor, si alguien se ha perdido y no es ni un Natura ni un Domador que salga de esta clase y busque la suya —dijo con excesiva amabilidad.
María sonrió, esa mujer era un auténtico encanto.
La clase transcurrió con bastante rapidez. María, ya que no podía realizar ninguna de las prácticas, se dedicó a tomar todas las notas posibles y a enterarse de las propiedades de cada planta. Lo que menos quería era tocar alguna de las venenosas y llamar más la atención de todos. Por ahora prefería mantener un perfil bajo e ir a lo suyo.