María corría alterada por el pasillo. Había descansado tan a gusto que se había olvidado por completo de que a primera hora tenía clase. ¡Y qué clase! Llevaba esperándola desde el primer día. Había llegado la hora de una clase sólo para Domadores, ¡y ella podría verla! Estaba tan emocionada. Por primera vez podría observarlos en acción y, quizá, aprender algo de ellos. Iba a ser un día increíble.
Entró entusiasmada al aula provocando que todos se girasen sorprendidos sin comprender qué hacía la chica ahí, ella no era una Domadora, y por tanto no debía asistir a la clase. La directora, que era la encargada de impartir esa asignatura, la observó extrañada cuando se percató de que la joven entraba sin ningún reparo y no rectificaba y salía de allí.
—Señorita Bergasa, ¿qué hace usted aquí?—cuestionó.
—Me dijo que fuese a clase con los Domadores—respondió María sin reprimir su enorme alegría.
—Me refería a las clases comunes. Usted no es una Domadora, no puede estar aquí.
Esas palabras fueron como un auténtico jarro de agua fría. Llevaba días esperando ese momento y ahora le decían que tenía que irse.
—Por favor, abandone el aula —insistió la directora mientras la puerta se abría y se cerraba al paso de la chica—. Prosigamos.
Los apenas quince Domadores que estaban en la clase retomaron su entrenamiento por parejas.
Bruno y Nathaniel luchaban cuerpo a cuerpo en un combate muy igualado. Nicole y Claudia se dedicaban a lanzar bolas de fuego a pequeñas esferas que iban surgiendo en el aire. El ambiente no era como el del resto de las clases. Todos estaban serios y concentrados siguiendo las indicaciones de la directora.
—Cambio —anunció la directora con voz autoritaria.
Bruno se rió, sabía que Nate estaba molesto por quedar empatado con él. Ya era el segundo día que le ocurría, y, seguramente, su amigo estaría que se subiría por las paredes. Y debía reconocer que eso a él le encantaba.
—Venga, no te enfades. Aún puedes ganar a los de segundo año —le dijo Bruno entre risas.
Nate le fulminó con la mirada. No estaba concentrado, y eso se notaba en sus entrenamientos. Todo en lo que podía pensar era en la discusión con Nicole. No le gustaba estar mal con ella. En realidad, era una de las pocas personas que verdaderamente le preocupaba. Por ella sería capaz de cualquier cosa.
Un papel entró por la ventana del aula y voló hasta la mano de la directora quien lo leyó con cara de preocupación.
—¡Todos los que no seáis de último curso fuera! —dijo tratando de sonar serena.
Los alumnos la miraron desconcertados mientras ella abría la puerta para que estos abandonasen el aula.
Claudia frunció el ceño. Pocas veces los separaban. Eso no podía ser nada bueno. Aunque eso no era lo peor, lo peor era que ella se tenía que marchar ya que iba un curso por debajo de sus amigos.
—Luego me cuentas —le susurró a Nicole con voz curiosa.
—Señorita Calonge, abandone la sala ya —insistió la directora.
La puerta se cerró y Adrianna les indicó, a los cinco que quedaban, que se colocasen frente a ella.
—Me temo mis queridos alumnos que no tengo buenas noticias para vosotros.
Realmente se la veía afectada. Los alumnos se miraban entre ellos. No entendían nada.
—Me veo obligada a pediros algo que me duele en el alma tener que hacer.
Ella jamás hablaba así, y mucho menos los tuteaba. Tenía que estar ocurriendo algo realmente grave.
—Sois tan jóvenes aún.
Una pequeña lagrima estuvo apunto de caer por su rostro, pero ella rápidamente la frenó con sus párpados.
—Acabo de recibir malas noticias —Hizo una pausa—. Varios de nuestros queridos Domadores han caído en combate.
Todos se miraron sin terminar de comprender. ¿En combate? No sabían que estuviesen en guerra. Les habían comentado algo de algunos repudiados que se habían alzado contra el régimen, pero siempre casos muy aislados y controlados.
—Como sabéis, no podemos permitirnos estar en desventaja. Además vosotros, los Domadores, sois un bien muy escaso aquí —prosiguió tratando esta vez de resultar reconfortante.
—Necesito pediros que adelantéis vuestra conexión para que os convirtáis en verdaderos Domadores.
Todos comenzaron a hablar entre ellos. ¿Adelantar la conexión? Nunca había ocurrido. Para prepararse, los Domadores, siempre realizaban entrenamientos y pruebas muy duras. La conexión era una prueba a vida o muerte para ellos, y adelantarla aumentaba las posibilidades de la muerte. No todos estarían preparados para ese momento.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Nathaniel tratando de sonar calmado.
En realidad, él era el más preparado del grupo y la directora lo sabía. Todas sus esperanzas estaban puestas en él.
—Tenéis dos semanas para escoger vuestra criatura, y un mes después realizaremos la conexión —respondió apenada.