Nadie se atrevía a mover ni un solo músculo. Alguno aún albergaba la esperanza de que se tratase de una broma de mal gusto, pero, en el fondo, sabían que la directora jamás bromeaba, y mucho menos con un tema tan delicado como lo era este. De hecho, pensándolo bien, Adrianna nunca había sido tan amable como lo estaba siendo en ese momento, y eso les hacía temblar todavía más.
—A partir de ahora se suspenden vuestras clases. El profesor Quemada y yo misma nos encargaremos de vuestros entrenamientos. Además, dos de nuestros Domadores veteranos vendrán para ayudaros también —explicó a duras penas la directora.
No había nada más que decir. Todos se encaminaron hacia la puerta. Fingían estar tranquilos, pero en el fondo no podían estarlo. En mes y medio se jugarían la vida sin estar preparados.
—Chicos, por favor, no os dejéis llevar por las emociones, y ser precavidos a la hora de escoger la criatura —les pidió la directora.
Una vez que decías el nombre de la criatura no había marcha atrás. No importaba si te habías equivocado o si ya no la querías, debías de seguir adelante con la elección tomada. Por esa razón, había que meditarlo muy bien. Solo tenías una única oportunidad.
Los cinco Domadores salieron del aula. Todos estaban fuera expectantes. Incluso María, quien se había quedado en la puerta después de que la directora la mandase fuera.
Bruno abrazaba de manera fuerte a su hermana. Lo hacía de manera instintiva, sentía que así la protegía, aunque sabía que no era así. La mirada de Nathaniel, por primera vez, estaba perdida. Claudia corrió hacia ellos. Estaba muerta de la curiosidad.
—¿Y bien? ¿Qué os ha dicho la Mantis?—preguntó curiosa.
—Clo, No es el momento —respondió su hermano.
Claudia frunció el ceño molesta.
—¿Es algún secreto solo apto para los de último curso?
El tono de su voz era bastante burlón. No entendía por qué no se lo querían contar. Seguro que les estaban preparando una fiesta y no la iban a invitar. Pues ella pensaba ir sí o sí.
De pronto Nicole explotó.
—¡No! Joder, no... No pueden hacernos esto. No pienso escoger una criatura de segunda solo porque no me den tiempo.
Sentía tantas emociones a la vez que no sabía como manejarlas. Estaba aterrada, decepcionada, triste, enfadada... ¿Qué esperaban de ellos? No podían adelantarles la conexión. Los Domadores soñaban toda su vida con ese momento y, en un segundo, se lo habían quitado por completo.
Claudia comprendió que no era el momento de insistir, algo grave había ocurrido. Bruno sujetó fuerte a su hermana y trató de tranquilizarla, pero entonces un hombre de aspecto muy parecido al suyo lo interrumpió. La única diferencia entre ellos era la edad y la conexión con la quimera que ese señor tenía en su cuello. Se trataba de su padre, Javier Jaquinot. Nicole se tiró a sus bazos. Bruno lo saludó con la cabeza sin muchas ganas. La situación entre ambos era algo tensa. Nunca había sido un buen padre, y no porque no les quisiese, sino porque su trabajo como Domador le quitaba casi todo su tiempo, y el poco tiempo que estaba con ellos siempre chocaba con Bruno. Eran demasiado parecidos.
—¿Qué haces tú aquí?—preguntó Bruno con evidente desprecio.
—Yo también me alegro de verte hijo —dijo mientras seguía abrazando a Nicole—. La directora nos ha pedido a la señora Vargas y a mí que seamos vuestros nuevos preparadores.
Claudia y Nate se quedaron con la boca abierta. Angélica Vargas era su madre. Ella y Javier Jaquinot habían sido amigos desde el primer momento que pisaron el Morsteen y, ahora mismo, eran dos de los mejores Domadores que el régimen tenía entre sus filas.
Una mujer de cabello oscuro y rizado se incorporó a la conversación. Tenía los labios rojos como la sangre y en su cuello una hidra. Su cuerpo era esbelto y atlético. Se trataba de Angélica Vargas. Saludó a sus hijos sin excesivo cariño y se giró hacia Javier. Nicole se separó de su padre.
—Javier, debemos entrar ya —indicó Angélica.
Él asintió con la cabeza.
—Nicky, después necesito hablar contigo.
Ambos entraron a hablar con la directora. Justo después de ellos llegó el profesor Quemada, quien no parecía demasiado satisfecho.
—Adrianna, no puedes permitir esto —le dijo a la directora.
Ella miró al profesor. Sabía que tenía razón, pero no tenía otra elección posible.
—Óscar, no es una sugerencia. Me han exigido que lo haga.
—¿Tan mal está la cosa que pensáis mandar a unos niños a una muerte segura?
Se giró hacia Javier y Angélica sin entender por qué estaban haciendo eso.
—Tampoco es fácil para nosotros. Son nuestros hijos —respondió Javier—, pero la cosa está mucho peor de lo que recuerdas.
Óscar los miró, quería una buena explicación.