Todos se miraban entre ellos esperando cuál sería la siguiente prueba. Unos fuegos artificiales surgieron dentro de la bola. Los presentes se quedaron mirando maravillados la armoniosa combinación de los colores.
Era la hora de empezar. El dueño del Potts entró y colocó un chupito de Besos de Aire delante de cada uno de los participantes. Después abandonó de nuevo la sala.
María se empezó a reír sin ningún motivo aparente.
—¡Bruno, no sabía que tuvieses un gemelo!
Se mordió el labio inferior tratando de resultar seductora, aunque el resultado fue una mueca bastante extraña. María no estaba como para continuar tomando.
El joven Domador cogió su chupito y el de la chica y los aspiró. Todo comenzó a dar vueltas. Se acercó al oído de la chica y le susurró unas palabras rozando con sus labios la oreja de esta. María comenzó a ruborizase.
Nicole aspiró su chupito. Se encontraba en un estado de absoluta felicidad.
—¡Nathaniel Calonge, bésame aquí y ahora! —le susurró al oído.
Él se quedó completamente inmóvil. Estaba afectado por la droga, pero no tanto. Debía mantener la compostura, ¿o no?
Se giró hacia Bruno. Estaba completamente absorto coqueteando con María. Por un beso no pasaría nada... Se fue acercando más y más, pero de pronto se separó. No podía hacer eso, era aprovecharse de la situación.
—Bruno me llevo a tu hermana de aquí. No se encuentra demasiado bien.
Ella lo miró molesta y se apartó de él. Estaba harta de tener que ocultarlo. Si no se atrevía a hacerlo público significaba que no le importaba lo suficiente.
—De eso nada, me encuentro perfectamente. De hecho tengo muchas ganas de quedarme —respondió ella guiñándole un ojo al chico que se encontraba en frente.
El joven de mediana estatura, pelo negro y ojos marrones le devolvió el guiño. Nathaniel lo miró furioso, como se acercase más de la cuenta no respondería de sus actos.
—¡Escoged una pareja! Y pesadla bien porque será quien os ayude a superar vuestra peor pesadilla.
Nate fue a por Nicole, pero ella se levantó y cogió la mano del otro joven. Nathaniel respiró varias veces para tratar de tranquilizarse. No podía dejarse llevar, pero como ese tipo le tocase un solo mechón a Nicky lo mataría.
Una chica rubia y esbelta con ojos azules corrió hacia Nate al verlo solo.
—Yo puedo ser tu pareja.
Él la miró con desgana, le daba bastante igual. Solo estaba ahí para cuidar de Nicky.
—¿Y cómo te llamas? —preguntó la rubia de forma coqueta.
—Si piensas que tengo, o voy a tener, algún tipo de interés en ti estás equivocada. Hagamos las pruebas y, a poder ser, en silencio —respondió él seco mientras observaba como Nicole y el otro chico se reían.
Llegó el turno de María y Bruno. Todos se trasladaron hasta lo alto de una montaña.
—¡Salta! —ordenó a María el dueño del bar.
Ella lo miró aterrorizada, todo el efecto de las drogas se le estaba pasando a causa del miedo. Desde pequeña tenía pavor a las alturas. No podía saltar por el precipicio, prefería retirarse.
Dio un paso hacia atrás y clavó sus uñas en el brazo de Bruno. Él la sujetó de los brazos y la colocó en frente suya.
—¿Confías en mí?
La respuesta era no. Claramente no, pero ahora que estaban bien no podía decirle eso. Ella miró hacia todos los lados pensando por dónde podría huir.
—Salta, yo te recogeré —le pidió.
No estaba nada convencida, pero avanzó hasta el borde del precipicio, cerró los ojos y se dejó caer.
Bruno alzó su brazo derecho y creó una corriente de aire. La joven estaba volando.
María extendió los brazos y disfrutó de la experiencia, pero pronto comenzó a notar como caía en picado. Bruno no podía sostenerla, las drogas le estaban haciendo fallar.
—Vale, es suficiente. ¡Bájame! —chilló aterrorizada.
El joven hizo todo lo posible para concentrarse y recuperar el equilibrio y, finalmente, logró traerla junto a él.
—Muy bien. Es tu turno señorita —dijo el creador del juego volviéndose hacia Nicole y señalando el lago.
Ella se quedó completamente quieta. Su madre había muerto ahogada en un combate y desde entonces tenía pesadillas todas las noches. Trató de avanzar, pero no podía.
—No lo hagas —le pidió Nate.
—Empújame —le susurró ella a su acompañante.
—¿Qué? —preguntó él extrañado.
—¡Que me empujes! —gritó ella.
Él no la cuestionó más. Le dio un pequeño empujón para ayudarla a avanzar y Nicole comenzó a caminar pasito a pasito. El agua le llegaba hasta las rodillas. Por ahora todo iba bien, siguió adentrándose.