Cesar se quedó un instante en silencio. Nicky era su amiga, alguien importante en su vida, pero se negaba a estar con su hermano. Él le había hecho demasiado daño. No podía presentarse ahí como si nada y esperar que todo fuese bien...
—Lo siento, no puedo. No contéis conmigo —dijo mientras pedía otra copa.
Marco miró a su novio enfadado. No se podía creer que no fuese a ayudarlos. No sabía muy bien qué estaba ocurriendo, pero estaba seguro que de ser al revés la joven Domadora hubiese ido en su ayuda. Cogió la copa y la lanzó contra la pared provocando que se rompiese en mil pedazos y los cristales saliesen disparados. Todos los presentes se le quedaron mirando, eso no se lo esperaban.
—¡Ya basta de comportarte como un niño! No puedes seguir así —le dijo con una mezcla de cariño, preocupación y disgusto.
Él siempre le apoyaba en todo y estaba ahí para él incluso cuando sabía que no era la correcto. Lo amaba y haría lo que fuese por él, pero esto no lo iba a permitir.
Cesar miraba a su novio divertido. Le gustaba mucho cuando se ponía así.
—¿Es que no me has oído? ¡Mueve el culo y vamos a ayudar! —dijo tratando de sonar autoritario, pero Marco era demasiado tierno.
—¿Vamos? —preguntó entre risas.
Él era un natura, no podía unirse. No les serviría de ayuda.
—¡Por supuesto! —respondió Marco orgulloso.
¿Es que acaso pensaban dejarlo ahí? Claro que no. Él iba a ir con ellos sí o sí.
—No te ofendas, pero eres un Natura y para ir con un estorbo ya llevamos a ésta —respondió Nathaniel señalando a María.
No lo hacía a malas, ni quería herirlo, pero era la verdad. No necesitaban gente que les entorpeciese.
María y Marco miraron a Nathaniel. Sus palabras no les habían hecho ninguna gracia.
—Cuantos más seamos más fácil será —respondió María irritada.
Nate no quería perder más tiempo discutiendo así que aceptó la decisión. Lo importante era tener a Cesar en el equipo. Puede que ya no tuviese una criatura, pero seguía siendo un Domador excepcional. De niño lo había visto practicar y sin duda era increíble. De hecho, durante un tiempo quiso ser como él, pero eso fue mucho tiempo atrás. Ahora tan solo lo consideraba un borracho que se lamentaba de sus errores...
—Bueno, ¿alguien me puede explicar qué está pasando?
Óscar tenía miedo de contarle la verdad. Quizás si se enteraba de que los repudiados habían tomado el Morsteen se unía a ellos. Al fin y al cabo tenía mucho rencor acumulado contra el lugar...
—Los repudiados han tomado el internado y tienen a muchos de los alumnos dentro —le explicó María.
Óscar quería matarla. La chica como siempre tan oportuna.
—Así que Gael está en el Morsteen. ¿Y por qué no entras y hablas con él? —preguntó Cesar sin más a su hermano.
El resto se giró hacia Óscar. ¿Quién era Gael? Y, ¿por qué lo decía con todas confianzas?
Al ver las caras de los demás una malvada sonrisa se dibujó en el rostro de Cesar. Era su oportunidad. Besó a su novio ferozmente y se dispuso a contarlo todo.
—Oh, ¿no les has contado a tus amigos lo de Gael? —preguntó entre risas.
—Cesar —le advirtió.
—¿Quién es Gael? —preguntó María de forma inocente.
—Gael es el mejor amigo de mi querido hermano. Son como uña y carne desde niños y ¿a que no sabéis qué? Es el líder de los repudiados.
Nathaniel se giró y cogió de la camisa a Óscar, ¿cómo se había atrevido a ocultarles eso? Era él también parte de lo que estaba ocurriendo.
El profesor empujó a Nathaniel para que lo soltase.
—Era mi mejor amigo —corrigió —. Gael ya no es quien era. El odio lo ha corrompido.
Ninguno se atrevió a decir nada y siguieron caminando hasta el lago, ahí estarían a salvo y podrían planear el rescate.
De pronto vieron que una persona se acercaba a ellos a toda prisa. Desde ahí no podían ver claramente quien era así que comenzaron a ponerse en posición de ataque. Conforme se fue acercando divisaron que se trataba de Bruno. ¿Cómo había logrado salir de ahí?
Bruno se aproximó velozmente hacia ellos, pero sorteó a todos hasta llegar a María. La abrazó con todas sus fuerzas. Estaba tan aliviado de que estuviese bien. Llevaba un buen rato buscándola. Se había sentido tan impotente pensando que la podía haber perdido... El joven la agarraba con tanta fuerza que ella casi no podía respirar.
—Bruno...
—Ahora no —le interrumpió él sin soltarla.
Quería disfrutar unos segundos más de su aroma, de tenerla entre sus brazos y saber que estaba segura con él.
—Pero Bruno —trató de proseguir, pero entonces él besó sus labios con pasión.