Era el momento. Sabía que si esperaba un poco más Bruno la convencería de que no entrase ahí, y ella quería ayudar. Solo esperaba que sirviese de algo, que el profesor Quemada no la hubiese mandado a hacer eso solo para librarse de ella...
Ahora que tenía que meter la pata y llamar la atención no sabía como hacerlo. Eso era algo innato en ella, le salía de manera natural. No tenía idea alguna de cómo forzarlo, pero seguro que algo se le ocurriría.
Caminó hasta la puerta junto al resto, la abrió con bastante seguridad y entró dejando al resto atrás. Estaba muy nerviosa, pero no importaba, tenía que hacerlo. Cogió aire y se dispuso a hablar.
—Perdón, creo que antes olvidé un bolígrafo aquí. Lo cojo y me voy —dijo tratando de sonar natural.
Todos se giraron perplejos. No entendían nada, ¿qué hacía la chica? ¿Es que había perdido la cabeza?
Los dos repudiados que estaban en el pasillo se acercaron a ella algo confusos. No se esperaban eso ni por asomo, ¿qué debían hacer? ¿La llevaban junto al resto o avisaban a Gael?
—Niña, esto es una invasión. Hemos tomado el Morsteen y ahora tú eres uno más de nuestros rehenes —comentó uno de ellos aún un tanto extrañado.
—No, no, yo solo he venido aquí a por mi bolígrafo. Me lo he olvidado y es muy importante, pero en cuanto lo coja me voy. De todas formas muchas gracias por la invitación —respondió con una gran sonrisa.
Le temblaban las piernas. No estaba muy segura de si lo estaba haciendo bien o no, pero no sabía qué más decir.
Esto era insólito. Los repudiados se miraron entre ellos, ¿era alguna clase de broma? No entendían nada, o la chica era tonta de remate o no sabían qué estaba pasando...
Uno de ellos avanzó hasta la puerta donde estaba situada María, la cogió del brazo y la empujó al suelo junto al resto de los alumnos. Justo en ese momento aprovechando que estaban desprevenidos entró el resto del equipo con las dos criaturas.
El rinoceronte arrolló al repudiado junto a la puerta y atravesó su abdomen con el cuerno provocando que muriese en el acto. Todos se giraron hacia Marco que sonreía orgulloso, sin duda le habían subestimado.
El grifo voló hasta alcanzar al segundo repudiado que trataba de huir por el pasillo y aplastó con sus garras el cráneo del hombre. Dos menos.
Bruno corrió hacia María y le ayudó a incorporarse. Esta estaba realmente feliz, ¡lo había logrado!
—¡Todos fuera! ¡Id al lago y esperadnos ahí! —ordenó el profesor a todos los alumnos que estaban en el pasillo.
Los chicos corrieron despavoridos. Nathaniel agarró a uno del brazo.
—¿Dónde están mi hermana y Nicky?
El chico se encogió de hombros, no sabía la respuesta.
—Han separado a todos los Domadores del resto del grupo —respondió con un hilo de voz.
Aún estaba aterrado. Nate le soltó el brazo y lo dejó marcharse.
—Bien, vamos a por el resto —exclamó.
Por ahora había sido la parte fácil. Dos repudiados no eran un gran rival, pero no tenían ni idea de cuántos habría custodiando a los Domadores.
—Chicos, lo que viene ahora no va a ser tan sencillo así que estad alerta —les pidió el profesor.
Se colocaron formando una fila horizontal con las dos criaturas en cabeza y comenzaron a avanzar observando todo el lugar, pero no había ni rastro del resto. Óscar comenzaba a desesperarse, conocía demasiado bien a Gael y esto pintaba bastante mal.
—Vamos a separarnos, así cubriremos más terreno.
—¡No! Eso hará que nos mate a todos —respondió Cesar.
Los hermanos comenzaron a discutir hasta que el agudo chillido de María los interrumpió. Todos se giraron hacia la chica que miraba petrificada el cuerpo inerte de uno de los Domadores. Tenía un agujero en la carótida, pero no había ni una gota de sangre. Bruno la cogió y le dio la vuelta para que no siguiese mirando el cuerpo sin vida del chico.
Todos cerraron un segundo los ojos por el alma de aquel pobre joven.
—Hay que hacer algo, no podemos dejarlo ahí —dijo María conteniendo las lágrimas.
Esperaba que el resto no hubiese corrido la misma suerte, ¡no podían!
—No hay tiempo para eso. Debemos encontrar al resto —respondió Nathaniel.
El resto estaban de acuerdo con él, sin embargo no hizo falta seguir buscando. El grito había alertado a todos los repudiados que estaban a punto de salir por la puerta trasera con los Domadores. Ésta era su oportunidad. Exigirían el diario a cambio de las vidas de los jóvenes. Sabían que no se arriesgarían a perderlos, eran un bien muy escaso.
—Óscar, querido amigo —dijo Gael con una sonrisa.
—¡Suéltalos! —exclamó.
—¿Amigo? —chilló Nicole furiosa.
—Nicky, no es lo que parece —trató de explicarle él.
—¿Nicky? Vaya, cuantas confianzas con la pequeña Jaquinot —dijo entre risas.