Amelie.
Con la excusa de que mi cuerpo aún se encuentra adolorido y de la supuesta costilla rota consigo quedarme en la mansión mientras todos viajan a la ridícula inauguración. Espero que algo explote en ese estúpido evento.
Claro que mi estado no es tan deplorable, no soy tan frágil como para no resistir una tortura. Pero este es el momento perfecto para adelantar un poco las cosas, con el abuelo acechando mi maldito plan no puede fluir pacientemente y en realidad no soy alguien que sepa esperar, si fuese algo sencillo ya les hubiese cortado el cuello a todos.
Salgo de mi habitación a paso lento, aunque la mansión se encuentre completamente a oscuras sé que los lacayos o los demás empleados siguen merodiando por los pasillos, y no me apetece un interrogatorio mañana. El moretón en mi rostro duele un poco y la hinchazón de mi ojo no baja por completo, asi que me dificulta un poco la visión, pero de forma lenta e intentando ser lo suficiente cautelosa logro llegar al ala sur de la mansión, la más alejada de todas, y por supuesto en la que se encuentra la oficina de nuestro idiota lider inglés.
Mi único problema ahora mismo es la maldita cámara que da directo a la entrada de la oficina, pero probablemente no vuelva a tener una oportunidad tan conveniente, así que arriesgarme a ser descubierta es mi única opción. Con la bufanda que tomé de la habitación cubro mi rostro lo mejor que puedo, así como mi cabello, no todos tienen un maldito mechón blanco en la cabeza, cuando solo quedan mis ojos al descubierto decido cruzar el pasillo.
Hago un poco de esfuerzo para llegar más rápido, no importa si el cuerpo duele con tal de conseguir lo que necesito. Para mi suerte la enorme puerta de madera sede sin mucho esfuerzo y entro por fin a la habitación, en medio de enormes estanterias llenas de libros, esculturas algo abstractas y cuadros demasiado explícitos.
Mi pecho sube y baja con velocidad, puedo sentir los latidos de mi corazón retumbando en mis oidos, la respiración más agitada de lo normal y el temblor de mis manos, pero con toda la calma que puedo reunir intento no dejarme llevar por la situación. Comienzo a buscar en cada rincon posible, reviso los estantes, los cajones a un lado del ventanal e incluso los que se encuentran en el escritorio, pero no conseguir nada me comienza a frustrar.
La luz del jardin entra por el ventanal e ilumina de manera tenue la oficina, de pronto un resplandor me hace detener, se ha encendido la luz del pasillo.
—Mierda, mierda, mierda.
Los susurros se me escapan en automático, si me encuentran aqui la que terminará decapitada seré yo. Sin darle mucha importancio al dolor de mis brazos y los golpes de mis costados subo a un pequeño armario, está encima de una de las estanterias, como puedo logro que mi cuerpo quepa adentro y por suerte cuando logro cerrar la pequeña compuerta es cuando alguien ingresa a la oficina. Necesito encontrar esos malditos documentos.
—El señor Leandro también se encuentra en el evento –es la voz de un hombre, pero no logro reconocerla– ha dejado las instrucciones conmigo, para la entrega de mañana.
¿Qué tiene que ver el capo con las entregas de los ingleses? Maldita sea ni siquiera en ese imbécil puedo confiar.
—Bien, llevate esto –guardan silencio por un momento antes de escuchar los cajones abrir y cerrar– después de la entrega discutiremos lo que sigue.
—De acuerdo, señor.
—No olvides mantener la boca cerrada, König no puede enterarse de esto.
Así que el abuelo no sabe nada, no me sorprende. El maldito lider inglés es una rata traicionera.
—Regresa al evento, antes de que alguien sospeche.
Para la suerte de mis rodillas por fin escucho la puerta cerrarse, espero unos segundos antes de abrir la compuerta, como puedo logro bajar del estante pero la caida no me sale tan limpia como lo espero, lo que provoca que algo pesado y tosco caiga sobre mi cabeza.
—Te maldigo vida.
Quiero centrarme en el dolor de mi craneo, o el de mi cuerpo o en el de mis rodillas que fueron obligadas a estar en la misma posición por más de diez segundos, pero el lindo color azul del manuscrito que terminó a mi lado llama mi atención y claro que sonrío satisfecha. He aquí la primera llave a la libertad.
Retiro lo dicho vida, hoy has sido generosa conmigo.
El camino hacia mi habitación se me hace más corto, el dolor será peor si alguien me descubre con esto en las manos y aunque no es muy fácil esconderme de los vigias que rondan la casa llego de forma segura a mi habitación. Dejo la bufanda a un lado al igual que los zapatos deportivos. Hay un pequeño hueco en la biblioteca de mi habitación, un atajo que solo yo conozco, porque fui yo quien se encargó de construirlo; es ahí donde escondo los documentos.
Dos golpes en la puerta me hacen sobresaltar, termino de ocultar todo y procuro dejar todo ordenado, entonces hablo.
—¿Quién demonios molesta a esta hora? –mi voz sale un poco agitada, la carrera de vuelta fue intensa.
—Soy Leo –maldito traicionero– quise revisar como te encuentras.
Guardo silencio. Que sea un traicionero me crea conflicto, pero si soy muy obvia entonces el plan puede peligrar, lo mejor es actuar con normalidad.
—¿Está todo en orden? –vuelve a hablar.
Arreglo un poco mi cabello desordenado, evalúo mi atuendo y entonces por fin habro la puerta, aunque a medias.
—Todo muy bien.
Sus ojos conectan con los mios, gris contra azul. Detalla mi postura, mi atuendo y mi rostro, entonces frunce el ceño.
—¿Tienes fiebre? –su mano se posa en mi frente– estás sudando y el clima esta bastante fresco hoy.
—Uhm –me alejo un paso de él– tuve un poco de fiebre, pero por suerte ya bajó. Estoy bien.
Soy una buena mentirosa, pero este hombre es bastante intuitivo, si lo echo ahora entonces no parará hasta saber que va mal; abro un poco más la puerta asomando mi cabeza hacia el pasillo, asegurandome de que no haya nadie cerca tiro de su brazo adentro de la habitación cerrando la puerta.