Dominados

6

Connor

Solo habían trascurrido treinta minutos desde que los guardias nos negaron el acceso y Nick ya se estaba comportando como un completo idiota.

—Por favor —verlo dirigir su mirada hacía la entrada, como sí jugar LaserTag fuese el único propósito para el que estuviese hecho todo lo que él consideraba como su “vida”, era patético, porque lo hacía actuar como un pelmazo que no pudiera pensar más allá de lo que la sociedad le permitía—. Abran esa maldita puerta.

Y no lo podía culpar.

Nick era un adicto al juego porque eso lo podía hacer sentir especial, como sí pudiese ser un guerrero salvando la ciudad o un hombre viajando al espacio en vez de ser el patético obrero que solo venía a tomar cerveza hasta que su cuerpo no resistiera más.

—Mejor tomate otro trago, viejo —Wayne, por otra parte, no se comportaba de la misma forma—. Que esto tal vez va a tomar tiempo.

Él también amaba el juego porque permitía escapar de su realidad solo que a diferencía de Nick Wayne lo veía como una simple forma de diversión que terminaría en una hora o dos, volviendo a la misma rutina de tener que trabajar.

Siempre era lo mismo.

Solo trabajábamos y bebíamos, como sí no tuviésemos otra elección.

Y yo lo estaba viendo.

Tenía delante de mi lo que parecía ser el segundo quizás tercer tarro de cerveza.

Estaba frío y tenía mucha espuma.

Mi cuerpo se sentía vivo, a diferencia de en otras ocasiones en donde había tomado lo suficiente como para no tener control de mi mismo. Entonces podía más.

O quizás no.

No me sentía con deseos de jugar o tomar porque cada vez que lo hacía solo terminaba preguntándome lo mismo.

¿Por qué?

¿Por qué vivimos así?

Solo podíamos jugar LaserTag una vez al mes, mientras que el resto de los días solo teníamos derecho a tomar cerveza y escuchar los discursos que la dictadora Marron Whintinfield trasmitía ante cualquier televisor de la ciudad narrando las guerras, el hambre y los daños que causaron mis “ancestros” del sexo Imperfecto, como un recordatorio del por qué nosotros eramos la escoria del planeta.

Una vil plaga que vivía bajo estas horribles condiciones, sin tener otra opción más que obedecer y trabajar con una sola ventaja, la cual era jugar en una tonta arena digital por créditos que ayudarían a mi familia.

Bebí de otro tarro y miré a mi entorno, pensando en lo que era.

Yo…

Connor…

Un miembro del Sexo Imperfecto…

Un idiota que estaba disfrutando de otro trago de cerveza luego de haber pasado mis primeras catorce horas en las minas Delta, el lugar donde solía desaparecer más del 85% de nuestra población.

Pensé en todos los hermanos que perdí, como un tonto recordatorio de la maldición que existía en mi familia.

Todos desaparecían.

Sin razón.

Clint era el único de mis hermanos que logró cruzar a las Minas Delta en los casi cincuenta años que Padre le había dedicado a la crianza de hijos, algo que no se volvió a repetir.

Solo desaparecían y le eran notificados, como un simple recordatorio de que ya no los volvería a ver.

Mis otros hermanos lo veían como algo normal, pero yo no porque siempre me preguntaba lo mismo.

¿Por qué desaparecíamos…?

¿…Cuántos hijos había tenido Padre…?

¿…Cuántos de mis hermanos habían desaparecido, antes de poder llegar a los 27…?

¿…Y por qué…?

¿…Por qué desaparecían mis hermanos?

Tenía demasiadas dudas en mi cabeza que deseaba poder resolver con algo más que un simple tarro de cerveza.

—¡Por fin! —pero no iba a poder hacerlo.

En cuanto las puertas de la arena fueron abiertas Nick tomó de mi brazo derecho, obligándome a levantarme e ir a la arena sin poder darle un último trago a mi fría y espumosa cerveza.

Eso me recordó la realidad en la que vivía atrapado.

Debía de jugar de ese estúpido juego porque era uno de los pocos privilegios que tendría acceso porque solamente era yo…




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