Shane
Tener que fingir una sonrisa solo para complacer a Mireya en cada ocasión que me dirigía la mirada me hacía sentir atrapada por tener que ver esta abominación a la que todos llamaban “torneo”.
—No es hermoso, Shane —mi mente me rogaba por decir la verdad— mira a esos pequeños corriendo como ratones, no tienen idea de lo tiernos que se ven —o por lo menos golpear a Mireya para que se callase— ya solo les falta un pequeño moño para hacer juego.
¿Cómo podía pensar así?
Los Imperfectos estaban corriendo de un lugar a otro sin tener una sola idea al respecto de cómo habían llegado o por qué estaban siendo perseguidos por miembros que ni siquiera conocían, como una especie de animal que debía huir por su vida antes de caer en las manos del cazador.
—Oh, sí —y Mireya lo disfrutaba porque eran sus Imperfectos los que lograban escapar—. Esta sí que es una excelente forma de ganar dinero.
—Pero fallecieron seis de los miembros por los que apostaste.
—Sí, pero eran inútiles. Recuerda que los importantes son por los que aposté más de treinta millones.
—Se nota que tienes talento para seleccionar.
—Más bien es un don.
—¿Don?
—O una simple corazonada. Cada vez que selecciono me aseguro tomar a los que aparenten ser malos.
—¿Por qué?
—Esos siempre son los que logran esconderse, ya sea arrojando miembros o pateandolos. Además la maldad siempre trae buenos frutos cuando se trata de dinero.
Y otra vez más me dio una razón para seguirla odiando.
El torneo continuó durante otras cuatro horas de muerte, sangre y gritos, dejando al final un numero ochocientos miembros fallecidos y a solo un quince por ciento de sobrevivientes.
—Shane tienes que ver esto —a mi me daba miedo tener que ver la tablet de Mireya mostrando los rostros de los miembros por los que ella apostó con una simple diferencia.
Las fotografías de los miembros que fallecieron fueron pintadas de color gris, a diferencia de los sobrevivientes que mantenían su color, y abajo llevaban escrita la cantidad por la que Mireya apostó.
Los fallecidos mostraban sus números en color rojo y que los vivos en amarillo.
—He ganado 95 millones de créditos.
—Felicidades.
—No me lo agradezcas a mi, sino a esos tontos que supieron como esconderse —¿Qué clase de monstruo era Mireya?
¿Acaso no podía ver otra cosa?
Los Imperfectos eran seres humanos y era Héctor una excelente prueba.
Él cuidó de mi mejor de lo que mi propia madre lo hubiese hecho. Cada cumpleaños, enfermedad o pesadilla que tenía a las tres de la mañana él la atendía hasta que me quedase dormida, mientras que mi madre solo me ignoraba, como sí fuese una simple peste.
¿Por qué nadie podría ver así a los Imperfectos?
Mi madre.
Riley.
Mireya.
Todas eran iguales.
Brujas que solo pensaba en los millones habían ganado a merced de las vidas inocentes.
—Pero creo que ya fue suficiente de parloteos.
—¿En serio?
—Sí. Voy a reclamar mis premios ¿te gustaría venir conmigo?.
Quería decir que no…
—Claro —…pero me era imposible negarme.
Era Mireya Arnowin de quien estábamos hablando.
La directora del colegio.
Mi madre y Riley tal vez no irían a estar ahí porque todavía tenían pendiente la celebración y era lógico que Mireya no quería ir.
—Perfecto, entonces vamonos.
—Sí y… —Pero el sentido de la duda volvió a tomar control sobre mi.
—¿Te ocurre algo? —Quería escapar con un pretexto bobo como “olvidé hacer mi reporte de historia”
—No es nada —Pero la cobardía volvió a tomar su lugar en mi boca—. Solo quería preguntarte por tus nuevos miembros.
—¿En serio?
—Sí. Digo, ¿Cómo se llaman?
—Tienen unos nombres muy simples, creo que quizás le voy a tener que cambiar el nombre a uno o dos—ese era otro derecho que podíamos hacer—. Menos a este. Tiene un nombre muy hermoso.