A la mañana siguiente, el canto de los pájaros fue más melodioso de lo habitual, como si la naturaleza misma estuviera afinada en una frecuencia mágica. Liora se removió entre las sábanas con un leve gruñido, escondiendo su rostro entre los pliegues de la manta mientras la luz dorada del sol se colaba por su ventana, acariciando el suelo de madera con calidez.
Hoy era su día libre. Un regalo raro entre semanas agitadas. Así que, con un suspiro resignado y los ojos aún medio cerrados, se dio la vuelta buscando más oscuridad… pero el sueño ya se le había escurrido entre los dedos.
Resignada, se levantó. El cabello semiondulado caía desordenado sobre su espalda mientras caminaba lentamente, en pijama, descalza, hasta la cocina. Tal vez prepararía un desayuno sencillo y se sentaría a garabatear, algo que hacía en sus momentos de ocio para mantener viva la habilidad que alguna vez soñó desarrollar. Su hogar aún olía a libros, madera vieja y lavanda, como cada mañana.
Pero todo cambió al llegar al pequeño espacio abierto que conectaba la sala con la cocina.
Allí, acostado sobre su sillón como una pintura viva… estaba él.
Un hombre desconocido, extraño e imposiblemente fuera de lugar.
Vestía ropas que parecían arrancadas de una película de época, con un abrigo oscuro de largos pliegues, bordados finos, botas de cuero envejecido y una camisa blanca de telas suaves que no se veían en ninguna tienda actual. Su cabello era largo, liso y de un blanco níveo, como hilos de luna tejida. Su postura era serena, casi regia, aunque su ceño estaba fruncido, como si luchara por despertar de un sueño demasiado profundo.
Liora se quedó paralizada. Un pánico frío le recorrió el pecho como una descarga eléctrica.
— ¿¡Qué… qué demonios…!? — murmuró, retrocediendo tan bruscamente que tropezó con el borde de la alfombra y casi cae de espaldas.
¿¡Cómo carajos había entrado!?
Giró la cabeza hacia la puerta y estaba bien cerrada, con seguro. Las ventanas también. No había ni una rendija abierta, ni una cerradura forzada. Absolutamente nada, esto era imposible. El corazón le martillaba con fuerza. ¿Y si era un loco? ¿Un criminal? ¿Un fanático disfrazado? ¿Un otaku obsesivo?
Las manos le temblaban mientras corría a la cocina. Abrió el cajón y tomó un cuchillo… pero al mirarlo, una ola de escrúpulo y miedo le revolvió el estómago. ¿Podría herir a alguien realmente? ¿Podría defenderse?
— ¡Rayos, qué hago! — dijo, jadeando y con un movimiento torpe, dejó el cuchillo y agarró el sartén más pesado que encontró.
Entonces, recordó su celular. Lo sacó del bolsillo de su pijama con dedos torpes y comenzó a marcar el número de emergencias, con su pulgar resbalando del sudor en la pantalla.
Y fue entonces que el hombre abrió los ojos.
Un destello plateado la atravesó como una daga de hielo, tenía ojos color plata. No gris, no azul claro. Plata. Como espejos fundidos bajo una luna llena. No parecían humanos, al menos no completamente.
Y sin embargo… había algo en ellos. Algo familiar. Liora lo sintió en el pecho, como una punzada enterrada en recuerdos que no recordaba haber vivido.
¿Dónde había visto esa mirada? ¿Dónde había visto ese cabello blanco? ¿Esa ropa?
Algo le resultaba demasiado conocido aquí. Pero, un escalofrío la recorrió cuando la respuesta empezó a arañar su mente, como una verdad demasiado increíble para ser dicha en voz alta.
Porque ese rostro… No era nuevo, ni era desconocido. Liora lo había visto antes, en un libro. En su libro.
El hombre frente a ella, se veía exactamente a la descripción de Alistair Kaelan.
Esto era demasiado absurdo para ser real. Ridículo, incluso. Liora miraba fijamente al extraño en su sala, tan bello como inquietante, con esos ojos plateados y aquel cabello blanco que caía como seda ¿Qué clase de loco haría algo así? ¿Era esto una broma? ¿Una invasión? ¿Un cosplay extremo?
El pánico seguía oprimiéndole el pecho cuando recordó la llamada.
— ¿Cuál es su emergencia? — dijo la voz femenina del otro lado de la línea, devolviéndola abruptamente al presente.
Liora parpadeó, Y tragó saliva. ¿Qué iba a decir exactamente? “¿Un hombre hermoso vestido como un personaje de fantasía apareció en mi sala sin romper puertas ni ventanas?”
Bueno, sí. Eso era exactamente lo que iba a decir.
— Eh… un hombre extraño está en mi casa — dijo apresurada —, es alto, tiene el cabello blanco, está disfrazado y no sé cómo entró, todo está cerrado como lo dejé. ¡No sé quién es!
Hubo un silencio sospechoso.
— Señorita, esta línea es para emergencias reales, no para bromas — respondió la operadora, con tono seco —. Cualquier uso indebido podría ser reportado.
Y le colgó.
— ¡¿Qué?! — exclamó Liora, sin poder creerlo.
Del otro lado de la habitación, el hombre la observaba. Ya estaba completamente despierto, los ojos clavados en ella con una intensidad que helaba la sangre. Su desconcierto era tan real como el suyo. Miraba a su alrededor con expresión confundida, examinando cada objeto como si nunca hubiera visto un microondas, una lámpara, o un cuadro en la pared.
— ¿Quién eres tú? — preguntó con una voz baja, profunda Y autoritaria, pero cargada de desorientación.
Entonces alzó las manos e hizo un movimiento extraño, como si intentara conjurar algo. Murmuró algo ininteligible y nada ocurrió.
Él frunció el ceño.
— No puedo usar mis poderes aquí… — murmuró, como si no lo creyera —. Esto es extraño.
Antes de que Liora pudiera dar un paso atrás, él se acercó. Solo necesitó dos zancadas largas y le tomó el cuello con una sola mano, no con fuerza total, pero sí lo suficiente para dejarla sin aliento.
— ¿Quién eres? — repitió con voz más severa —. ¿Por qué me trajiste a este lugar?
Liora jadeó, atrapada entre el miedo y la incredulidad.
¿Qué demonios está pasando? pensó, temblando. No entendía nada. No sabía si esto era un sueño, una alucinación o una pesadilla con demasiado detalle.