Dominando a Alistair

Capítulo 4. Dura Verdad

En las calles, todos, absolutamente todos, los miraban como si hubieran salido de una película surrealista o de una pesadilla matutina con muy mal gusto.

A un lado, un hombre alto, imponente, casi etéreo, con el porte de un dios del hielo y el rostro de una estatua renacentista, caminaba como si el asfalto bajo sus pies no mereciera su pisada. Su cabello largo y blanco como la luna, caía con elegancia sobre unas ropas tan finas, que parecían sacadas de una ópera imperial.

Y a su lado, Liora, en pijama con estampado de ositos, el cabello enredado como nido de golondrina y la cara aún marcada por la almohada. El contraste era tan ridículo que alguien soltó una risa ahogada.

Liora no sabía si quería que la tierra se la tragara… o que lo tragara a él.

El famoso Rey del Invierno, el villano favorito de su saga literaria, caminaba con expresión severa, inspeccionando el vecindario como si estuviera evaluando las defensas de una ciudad enemiga. No mostraba asombro, ni confusión, ni miedo. Solo… cálculo. Eso era aterrador.

Los autos rugían a su alrededor, bicicletas pasaban a centímetros, pantallas LED titilaban desde vitrinas de tiendas y postes callejeros. Él fruncía el ceño como si cada cosa fuera una abominación contra el equilibrio del universo. Liora pensó, medio en broma medio en serio, que si fruncía más las cejas, acabaría con una sola encima de la nariz.

Caminaron así durante más de una hora, sin hablar. Ella, deseando evaporarse del planeta, y él, absorbiendo cada detalle con la atención de un general en territorio enemigo. La cosa fue a peor cuando unas chicas jóvenes se les acercaron con risitas nerviosas.

— ¡¿Nos dejas tomarte una foto?! ¡Estás increíble, es para TikTok! — dijo una.

Antes de que Alistair pudiera reaccionar con su espada, Liora saltó entre ellos y explicó rápido: — Te están tomando fotografías, se llama celular, y... bueno, sirve para muchas cosas. Pero una de ellas es guardar imágenes de todo lo que ves.

Él los observó desconfiado, con la mirada de quien se enfrenta a una caja mágica que podría explotar en cualquier momento. Por suerte, Liora ahuyento a todos.

Alistair no entendía, cómo, a todo esto, no le llamaban magia.

— ¿Ya podemos regresar…? — preguntó Liora en voz baja, intentando cubrir su rostro con su cabello. El bochorno la estaba matando lentamente. — Te explicaré todo mejor en mi casa… por favor.

Él pareció pensarlo por un segundo. Las miradas curiosas, los celulares levantados y las risitas, todo comenzaba a disgustarle de verdad. No porque le afectara el qué dirán, sino porque sentía que era vulnerable en un lugar donde no entendía las reglas.

Finalmente, le dijo con firmeza: — Alteza.

— ¿Qué…? — Liora frunció el ceño.

— Te dije que debes dirigirte a mí con respeto. Soy un rey.

Por supuesto que lo eres, pensó con una mezcla de resignación y ganas de reír histéricamente.

— Claro, claro… alteza — dijo al fin, bajando la cabeza como si se disculpara con su gato por pisarle la cola.

— Entonces regresemos. — sentenció Alistair, dándose la vuelta con la gracia de un príncipe maldito en un desfile de modas.

Liora lo siguió, deseando que su pijama se transformara mágicamente en dignidad.

Cuando regresaban a la librería, Liora notó que Alistair no dejaba de susurrar palabras en un idioma extraño, gutural y rítmico. De vez en cuando movía los dedos con gestos precisos, como si dibujara líneas invisibles en el aire. Claramente estaba intentando invocar magia.

Menos mal que no funciona, pensó, tragando saliva. Porque si este hombre realmente tuviera acceso a su poder, el vecindario entero ya habría volado por los aires… o se habría convertido en estatuas de hielo.

Aun así, por muy inteligente y calculador que fuera, Alistair no se rendía. Y lo más inquietante era que, desde hacía unos minutos, repetía el mismo hechizo una y otra vez, como si intentara concentrar toda su energía en un único resultado. Liora lo había leído en su libro favorito, ese encantamiento le sonaba... aunque no podía recordar con exactitud qué hacía.

Apenas entraron de nuevo al apartamento, Liora corrió directo al baño. Cerró la puerta y se apoyó en ella, jadeando. Se miró al espejo, tenía el cabello aún rebelde, los ojos como platos y una mancha de mermelada en el pijama que ni había notado. Excelente. La definición del glamour.

Se cambió apresuradamente, se lavó la cara y tomó aire. No era una experta en manejar a reyes de mundos ficticios que aparecían en su sala, pero al menos ahora se sentía más digna de respirar el mismo oxígeno que él.

Cuando volvió, Alistair seguía en el mismo lugar, completamente erguido, observando los objetos cotidianos de su casa como si fueran ruinas antiguas que intentaba descifrar. No había asombro en su rostro, tampoco confusión. Solo calma… peligrosa y contenida, como la antesala de una tormenta.

¿Qué estará pensando? ¿Cómo puede parecer tan normal? ¿Y si todo esto es una broma elaboradísima?

Se sentó frente a él, intentando no romper el contacto visual, aunque su estómago estaba hecho un nudo. Fue Alistair quien habló primero, con voz baja. — Más te vale que expliques claramente.

Antes de que pudiera siquiera abrir la boca, él se puso de pie. Su capa se agitó con el movimiento repentino, como si el aire mismo le tuviera respeto. Liora no alcanzó a entender qué hacía hasta que vio que sacaba unas finas cuerdas negras, que aparecieron de quién sabe dónde.

— ¿¡Qué haces!? — exclamó, retrocediendo en el sillón.

Pero no tuvo tiempo de huir. En cuestión de segundos, Alistair la tenía atada como si llevara años entrenando con nudos marineros. Era alto, al menos un metro noventa, y fuerte, y no parecía tener la más mínima intención de explicarle nada.

— ¡¿Estás loco?! — gritó, forcejeando inútilmente. Las cuerdas la apretaban sin hacerle daño, pero dejándola inmóvil.




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