Alistair se había quedado clavado en el mismo sillón desde que recibió el libro, no había dicho una sola palabra. No se movió y ni siquiera comió en todo el día. Sus ojos plateados recorrían las páginas como si su vida dependiera de ello, y quizá, en cierto sentido, lo hacía. El silencio era tan opresivo que incluso los sonidos cotidianos del departamento parecían fuera de lugar. Solo se oía el pasar de las hojas… una tras otra, incesantes, como un reloj sin manecillas marcando un destino inevitable.
Liora intentó no mirarlo al principio, se refugiaba en la cocina, en su habitación, incluso salió a caminar diez minutos y regresó... pero él seguía ahí, completamente concentrado como un bloque de mármol viviente. Ella, por su parte, no pensaba sacrificarse también; se preparó algo de comer, puso música suave de fondo, más para distraerse a sí misma que para aliviar el ambiente y, por supuesto, encendió las luces cuando comenzó a oscurecer.
Alistair no se inmutó ni con eso. Parecía leer a una velocidad antinatural, como si la magia misma le ayudara a absorber cada línea, cada párrafo, y cada secreto que las páginas le ofrecían. Para cuando el reloj marcó cerca de las nueve de la noche, el libro cayó de golpe al suelo con un golpe seco, casi violento.
Liora giró desde la mesa, con el corazón dando un pequeño salto.
Alistair estaba de pie y su silueta recortada por la luz cálida del techo parecía aún más amenazante. Su expresión era una mezcla de incredulidad, rabia y algo que Liora no esperaba: humillación.
— Esto no puede ser mi historia — espetó, con la voz tensa, y vibrante, como una cuerda a punto de romperse.
Sus ojos ardían como hielo encendido. Caminó unos pasos y pateó el libro, con la misma rabia que se lanza una traición. — ¿El inútil de Torvak encuentra el Oasis? — dijo con desprecio —. ¿ÉL? ¿DESPUÉS DE TODO LO QUE HICE, DE TODOS MIS SACRIFICIOS, DE TODOS MIS AÑOS DE BÚSQUEDA? Pero no tuve noticias siquiera.
Se acercó un paso más. Liora se quedó quieta, tensa, sujetando su taza de té como si fuese un escudo.
— ¿Y me perdona la vida? — bufó, como si la frase le supiera a veneno —. ¡Qué ridiculez! ¡ESO NO ES REALISMO, ES UN INSULTO!
La furia lo envolvía, no como un arrebato emocional cualquiera, sino como una tormenta contenida tras años de frustración. Se pasaba la mano por el cabello, caminaba de un lado al otro, con ese porte altivo de rey, y de hombre que no soporta verse débil… ni siquiera en palabras impresas.
Pero lo que más le impactó a Liora no fue su reacción, sino su enfoque. No le importaba haber sido arrancado de su mundo, no le preocupaba estar atrapado en una dimensión distinta, en donde la realidad de su vida era una simple historia y definitivamente no se estaba preocupando por ser un cuerpo de papel traído a la vida por un deseo caprichoso.
No.
Alistair Kaelan estaba más consternado por el desenlace de su propia historia que por la lógica de su existencia en el mundo real.
— Esto es una ofensa — gruñó, mirándola como si ella fuera la autora y no simplemente una lectora —. Me escribieron como un monstruo incompleto, como un fracaso… ¡Y lo peor es que él gana fácilmente!
Liora abrió la boca, pero ninguna palabra se atrevió a salir, porque tenía razón. Ella siempre lo había pensado, que quizá la vida de Alistair pudo ser mejor, pero los terribles sucesos de su infancia y su padre no se lo permitieron, él trabajaba más duro que cualquiera, sufrió más que cualquiera, incluso más que si hubiese sido desterrado, eso hubiera sido la gloria para él.
El Rey del Invierno había descubierto su destino, y no le gustaba. Pero ahora, estaba aquí, con ella.
Alistair se acercó a Liora con pasos lentos pero firmes. Sus ojos, aún más helados bajo la luz artificial del apartamento, estaban clavados en ella llenos de furia y necesidad. Levantó el libro, lo sacudió como si fuese un trozo de carne podrida, y preguntó con voz grave y cortante:
— ¿Quién escribió esta… bazofia?
Liora dio un paso atrás de inmediato, como si un rayo hubiese partido el suelo frente a ella. Sabía perfectamente qué nombre figuraba en la portada, “Serena”, pero esa era toda la información que tenía. Ningún apellido, ningún rastro, ni siquiera una firma en redes. Nunca había encontrado entrevistas, ni una maldita biografía en la solapa.
Nada. Absolutamente nada.
Solo una edición limitada que parecía haber caído del cielo, con una historia fascinante que había consumido su alma… y que ahora había cobrado vida.
— No lo sé — contestó, sintiendo cómo su voz se quebraba apenas un poco.
Pero ese “no sé”, claramente, no le bastó a Alistair. Su ceja se arqueó con desdén, y el aire en la habitación pareció volverse más denso, y frío. Liora sintió el picor familiar en la garganta, un ardor asqueroso, como si el amargor de la verdad le subiera por la lengua. El hechizo otra vez.
— Habla — ordenó él, con voz profunda. — No tengo mucha paciencia.
Era una amenaza disfrazada de advertencia y el hechizo le apretaba el alma como una garra invisible.
— No hay registros de la autora — soltó Liora entre dientes—. El libro solo tiene el nombre “Serena”, pero nunca publicó nada más. No hay redes, ni entrevistas y nadie sabe quién es. Lo único que podría hacerse… sería ir directamente a la editorial y preguntar si tienen algún archivo o contrato… Alteza.
Las últimas palabras salieron sin filtro, como si la magia le obligara a adornar la verdad con posibles soluciones. Liora apenas podía creer que también eso formaba parte del hechizo. No solo decía la verdad… la embellecía y le ofrecía alternativas, como si estuviera adaptada a la personalidad de lo que su dueño desea.
Qué error tan grande…
— Entonces, ¿qué esperamos? — masculló Alistair, tomando su espada con ímpetu. Su capa ondeó ligeramente al girarse, como si fuera a marchar hacia una guerra.
Estaba a punto de abrir la puerta cuando Liora corrió, veloz, y se interpuso en su camino.