Dominando a Alistair

Capítulo 6. Lidiando con el Rey

Alistair estaba al borde de lo que podría soportar en un plebeyo irrespetuoso, por mucho que la necesitara, estaba considerando grandemente si colgarla y mejor elegir a otro.

— ¿Y cómo se supone que se pone uno esto? — gruñó al final, alzando la camiseta con desconfianza como si fuera un pedazo de tela maldito.

— Sígueme — suspiró Liora, caminando hasta su cuarto.

Encendió su computadora portátil y buscó rápidamente un tutorial en YouTube: “Cómo vestirse con ropa deportiva moderna”, para idiotas, versión extendida. Por muy ridículo que parezca, puedes encontrar de todo en YouTube. Lo dejó a pantalla completa, giró el monitor hacia él y señaló con un dedo firme:

— Míralo, apréndelo y vístete.

— Tsk... — chasqueó la lengua Alistair, pero se acercó a la pantalla como un gato escéptico. Observó el video con una ceja arqueada mientras el narrador explicaba cómo pasar el brazo por una manga y no usar el pantalón al revés.

Liora ya se iba, pero antes de cerrar la puerta, no pudo evitar mirar al curioso Rey del Invierno observando con detalle la pantalla. Él no decía nada, pero por un segundo, la miró de reojo.

Liora cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella, dejando escapar un largo suspiro.

¿En qué lío me metí? pensó. Porque si el hechizo no la mataba… La convivencia sí lo haría.

Liora no esperó a que Alistair abriera la puerta por su voluntad. Ya había tenido suficiente por un día… y aún así, en un último acto de humanidad, o quizás simple estupidez emocional, fue a la cocina con la intención de prepararle algo decente de comer, algo decente para su mundo. Porque quién sabía si para un rey como él eso era considerado comida de prisioneros.

Hizo un poco de arroz con vegetales, puso un par de huevos encima, sirvió una taza de caldo instantáneo y, como toque final, colocó algunas frutas en un recipiente de plástico, añadió una botella de agua ya abierta. Todo bien acomodado en una bandeja que sostuvo con ambas manos.

Caminó por el pasillo con pasos suaves, como si llevara una ofrenda a un dios ofendido.

Cuando abrió la puerta de su habitación, Alistair seguía allí, frente a la computadora. Pero al menos, ya estaba vestido con la ropa que le había dejado: el conjunto deportivo le quedaba sorprendentemente bien. La camiseta se estiraba suavemente sobre su pecho y los pantalones caían con elegancia sobre sus piernas largas. No se podía negar que incluso con ropa común, seguía pareciendo un príncipe exiliado.

— Alteza — dijo ella, apoyando la bandeja sobre la cama —, le guste o no, esta humilde sierva no tiene nada más que ofrecer. Así que... por favor, coma o muérase de hambre. Como prefiera.

Alistair giró lentamente el rostro hacia ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, y los ojos grises como acero. No le dijo nada, el silencio que emitía hablaba con más veneno que cualquier grito.

Liora se encogió de hombros y retrocedió, cerrando la puerta con suavidad tras ella.

Por suerte no me ha degollado hoy, pensó con ironía. Pequeñas victorias...

Agotada, apagó las luces y se dejó caer en el sofá, en posición fetal. El día había sido un terremoto emocional. Tenía un rey de otra dimensión en su habitación, bajo su techo, usando su ropa… y dominando su voluntad con un hechizo.

No tardó en quedarse dormida. Ni sueños tuvo, solo un apagón mental.

Despertó sobresaltada con el sonido de su alarma. El agudo pitido la arrancó del mundo de los sueños como una bofetada. La luz de la mañana se colaba por las cortinas y, para su decepción, la escena no había desaparecido: seguía en su sofá, con un dolor en la espalda… y frente a ella, las túnicas reales de Alistair descansaban dobladas sobre la mesita, como un recordatorio cruel de que lo vivido no fue una alucinación.

Suspiró. Se levantó a regañadientes y fue al baño a asearse lo mejor que pudo. Luego envolvió cuidadosamente la ropa real en una manta, estaba tan pesada como si estuviera hecha de plomo.

Por suerte, la lavandería del barrio abría temprano. Salió apurada, asegurando la puerta tras ella, y caminó con paso firme bajo el cielo matutino. Cuando entregó las ropas a la señora del mostrador, ésta la miró con una mezcla de curiosidad y simpatía.

— ¿Disfraz para una obra? ¿O algún festival? — preguntó con una sonrisa.

— Algo así — respondió Liora, sonriendo también, aunque por dentro quería gritar “es para un rey mágico loco que vive en mi cuarto”. Pero prefirió mantener la cordura social.

Regresó al apartamento lo más rápido que pudo. La sala estaba en silencio, mucha calma era raro.

Se acercó a su habitación y tocó con los nudillos.

— ¿Alteza...? ¿Está despierto?

No hubo respuesta. Frunció el ceño y empujó suavemente la puerta.

Alistair seguía sentado frente a la computadora, pero había un cambio notable, se había recogido el cabello en una coleta alta... usando una de sus moñas elásticas, una con orejitas de gato. Ni siquiera parecía consciente del detalle.

Liora se quedó de pie, paralizada en el umbral.

— ¿Qué carajos está pasando...? —susurró para sí, incrédula.

El rey no se movía, absorto en la pantalla como si estuviera estudiando mapas de guerra. Solo que ahora, estaba viendo un video titulado “Historia resumida de la evolución de las civilizaciones desde Mesopotamia hasta la era moderna” con una concentración digna de un general en medio de batalla.

Perfecto, ya está aprendiendo historia universal. Lo próximo será que quiera conquistar Wall Street.

Pero entonces, Alistair habló, sin mirarla siquiera: — Esta cosa es muy útil, tiene todas las respuestas y tu mundo es una locura. Pero fascinante.

Liora no quería pensar que había estado allí toda la noche, se acercó y vio la barra de reproducción del video en la computadora. Dos horas. El video duraba dos horas y él seguía frente a la pantalla, inmóvil como una estatua real.




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