Dominando a Alistair

Capítulo 7. Patrocinador de Dos

Fletcher no dejaba de mirar a Alistair.

Sus ojos lo escaneaban con la misma intensidad que se usaría al observar una reliquia detrás del cristal de un museo. Su expresión oscilaba entre la incredulidad, la fascinación y una inquietud difícil de disimular. Finalmente, rompió el silencio con un comentario medido, pero evidente: — Su vestimenta es un poco… particular.

Liora apretó los labios. Por supuesto que lo era. El conjunto deportivo enorme, las medias gruesas sin zapatos, y esa coleta improvisada con una de sus moñas no eran precisamente la imagen de la elegancia. Pero entre el caos, la magia, el hechizo, el trabajo y evitar que el supuesto “rey” saliera armado por la calle, no había tenido un segundo para solucionarlo.

Así que, con una sonrisa forzada y la dignidad desmoronándose por dentro, respondió: — Lamentablemente, su equipaje se perdió durante el viaje. Aún no he podido solucionarlo.

Fletcher asintió lentamente, no comentó más. Solo hizo una leve inclinación con la cabeza y, sin añadir palabra, salió de la librería.

Liora lo siguió con la mirada desde detrás del mostrador, sintiendo un nudo formarse en su estómago. Lo vio detenerse en la acera, sacar su teléfono y marcar un número. Caminaba de un lado a otro mientras hablaba, con el ceño ligeramente fruncido. No podía escuchar lo que decía, pero su intuición le decía que no se trataba de una simple charla casual.

¿Eso era bueno o malo? No lo sabía. Pero nada que involucrara llamadas telefónicas de Fletcher solía ser irrelevante.

Unos minutos después, él colgó, respiró hondo y volvió a entrar con paso decidido.

— Le hablé del tema al señor Branwell — dijo sin rodeos —. Está dispuesto a ayudar.

— ¿Qué? — Liora se quedó helada.

La palabra se le escapó como una queja, su corazón dio un vuelco. La simple mención del nombre de Branwell bastaba para desencadenar una tormenta de emociones. Su patrocinador, su apoyo constante… y también una figura cuya generosidad ya sentía como una deuda imposible de saldar.

¿Por qué tenía que involucrarse ahora? ¿Por qué justo hoy?

Fletcher la observó con comprensión, sabía perfectamente lo que aquella reacción significaba, y sin embargo, no parecía arrepentido.

— Él quiere que su familiar esté presentable. Lo considera… un invitado especial, su familia también es como nuestra familia, tan importantes como usted.

Liora bajó la mirada, luchando con su orgullo y su ansiedad. Si aceptaba la ayuda de Branwell otra vez, se hundiría un poco más en una deuda emocional que ya no sabía cómo compensar. Pero decir que no… con Alistair vestido como un fugitivo de un campamento deportivo medieval… no era una opción realista.

Inspiró profundamente. — Dígale que lo descuente de mi salario. Si no lo hace, no aceptaré su ayuda. — Su voz tembló levemente, pero habló con firmeza.

Fletcher ladeó una sonrisa, conocía muy bien a Liora. Sabía que, una vez tomada una decisión, moverla era tan difícil como cambiar la dirección del viento. Asintió en señal de acuerdo, aunque en el fondo también sabía que Branwell jamás aceptaría cobrarle un solo centavo.

Pero con esa condición dicha en voz alta, Liora sintió que al menos conservaba una mínima pizca de control.

Y así, con la autorización “oficial” dada y una nueva carga sobre sus hombros, cerró la librería antes del mediodía. Aquel día ya no atenderían más.

La cerradura giró con un clic definitivo, y el letrero de “CERRADO” colgó del cristal.

Ahora iban de compras.

Fletcher abrió la puerta del automóvil con la elegancia de alguien que había pasado toda su vida atendiendo a personas importantes. Extendió una mano, indicándoles el asiento trasero con una cortesía natural.

— Por favor — dijo con una ligera inclinación.

Liora subió sin dudar, pero Alistair se detuvo en seco. Sus ojos plateados se clavaron en Fletcher, no con agresividad, sino con una calculadora sospecha. Lo analizaba de pies a cabeza, como si intentara descifrar si aquel hombre era una amenaza, un aliado… o simplemente prescindible.

Liora lo notó y le lanzó una mirada que rogaba paciencia. Ya le había explicado que Fletcher era alguien de confianza, que simplemente los ayudaría a conseguir ropas adecuadas. Pero Alistair no era de los que confiaban fácilmente, y mucho menos si no tenía el control de la situación.

Fletcher, sin perder ni un ápice de su compostura, percibió la tensión e hizo lo impensado, se colocó ligeramente en posición, con una reverencia discreta y perfectamente medida, y preguntó: — ¿Cómo debería dirigirme a usted, estimado señor?

Liora se tensó. Por favor, no lo digas… no lo digas…

Pero Alistair ya había alzado el mentón con el porte de un soberano y contestó con una voz tan firme como helada.

— Su alteza.

Liora tosió tan fuerte que casi se atraganta con su propia saliva.

¿En serio? Pero por suerte, había anticipado algo así. Le había advertido a Fletcher que, si Alistair decía cosas… raras, lo dejara pasar, que no cuestionara, para que su locura no se viera demasiado afectada.

Y Fletcher lo hizo a la perfección, porque ni siquiera se inmutó. El impacto de la primera impresión ya lo había atravesado como un rayo y ahora solo quedaba la profesionalidad.

— Entendido, su alteza — replicó con una pequeña sonrisa, como si fuera lo más natural del mundo —. Lo llevaremos a las mejores sastrerías para que pueda lucir como corresponde.

Alistair no respondió, pero la desconfianza en su mirada pareció disiparse. Detectó la sinceridad en la voz de Fletcher, este hombre era alguien leal. Y aunque eso no bastaba para ganarse su confianza, sí le bastaba para aceptar su presencia.

Asintió una sola vez, subió al auto con la misma elegancia con la que hubiera abordado un carruaje real, y se sentó en silencio.

Durante el trayecto, no dijo palabra. Observaba la ciudad por la ventana con un interés callado, como si su mente estuviera absorbiendo cada fragmento de aquel mundo ajeno. Liora lo miraba de reojo, no podía evitar preguntarse cuánto entendía realmente ya. Su adaptación había sido absurdamente rápida, incluso comenzaba a usar términos del mundo moderno con una naturalidad escalofriante. ¿Cuánto había aprendido durante esa noche frente a la computadora?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.