Después de comer, el paseo continuó sin descanso. Recorrieron dos centros comerciales más, deteniéndose en boutiques exclusivas, tiendas de ropa urbana y hasta en una de ropa deportiva que Alistair consideró “ropa de cazadores modernos”. Liora estaba segura de que él aún no comprendía del todo el propósito de cada prenda, pero su habilidad para observar y aprender era casi sobrenatural. En cada local, bastaba que cruzara el umbral para que todas las miradas se posaran en él. No era solo por su belleza, que era deslumbrante, sino por la forma en que caminaba, con una presencia que exigía respeto, admiración… o sumisión.
Los empleados se apresuraban a atenderlo llenos de emoción y nerviosismo. Algunas dependientas incluso se sonrojaban al mirarlo de frente. Y él, con su porte regio y expresión serena, aceptaba cada gesto como si le fuera naturalmente concedido.
Liora, por su parte, intentaba mantener la compostura, pero su estrés crecía a medida que las bolsas se acumulaban entre sus brazos y los de Fletcher. Ropa de todo tipo, desde conjuntos de lino para climas cálidos, hasta abrigos de invierno de diseñador, trajes informales, camisas de seda, pantalones de corte europeo, incluso gafas oscuras y perfumes de marcas que solo había visto en revistas. El total debía estar alcanzando cifras escandalosas, y ella ni siquiera sabía cuántas tarjetas del señor Branwell estaban siendo cargadas en ese momento.
Ya de regreso, con el maletero del auto repleto y sus brazos casi al límite, Liora sintió que no podía seguir ignorando el peso de su conciencia. Así que tomó una decisión.
Mientras Fletcher conducía en silencio, ella sacó su celular, respiró hondo y marcó.
— ¿Liora? — la voz del señor Branwell respondió casi al instante —. Qué raro que me llames tan seguido… pero me alegra.
Liora tragó saliva. No hablaban desde su cumpleaños, lo cual había sido hace solo un par de días. Su relación era principalmente epistolar, con correos, mensajes… y la ocasional transferencia generosa. Ella jamás lo había visto en persona. Solo imaginaba su rostro, como si fuera un benefactor invisible en una novela.
— Buenas tardes, señor Branwell — dijo con formalidad, tratando de sonar tranquila —. No quiero molestarlo, pero… ¿sería posible que nos encontráramos?
Hubo un silencio al otro lado. Largo, e inesperado. Liora miró por la ventana, sintiendo el corazón latirle con más fuerza.
Durante todos los años que él la había patrocinado, ella nunca le había hecho una petición directa. Nunca le había pedido verlo, y él, respetuoso, siempre se mantuvo al margen. Podía haber insistido, podía haber reclamado… pero no lo hizo. Siempre la dejó elegir.
Por eso, cuando finalmente respondió, su voz sonaba distinta, un poco más suave.
— Por supuesto que podemos — dijo con una calidez que atravesó el auricular —. Si tú quieres verme, estaré encantado. ¿Te parece esta noche?
Liora se quedó en blanco un segundo. No imaginó que aceptaría tan fácil… ni tan pronto. Apretó los labios y asintió, aunque él no pudiera verla.
— Sí… está bien. Esta noche.
Colgó con el pecho lleno de una mezcla de ansiedad y responsabilidad. Esto ya no es solo tu asunto, se recordó. Estás involucrando a alguien más. Y ese alguien no es cualquier persona.
Al llegar al departamento, Liora tuvo que contener un suspiro al ver la cantidad de bolsas que ahora llenaban su sala. Alistair tenía más pertenencias que ella misma. Ya no solo era un huésped; estaba invadiendo cada rincón de su espacio… y de su vida. Iba a tener que cederle su clóset, su estante del baño, y quién sabe qué más.
— Siéntete como en casa… — murmuró con resignación, dejándose caer en el sofá.
Quiso ofrecerle algo al señor Fletcher por todo su esfuerzo del día, pero él rechazó con cortesía, alegando que tenía otros asuntos que atender. Se despidió con una leve reverencia hacia Alistair, que ahora lo trataba con cierta estima, y salió del departamento.
Cuando Liora se volvió hacia la sala, parpadeó, sorprendida. Alistair estaba de pie junto a la ventana, escribiendo en un celular.
Ella se acercó, frunciendo el ceño.
— ¿Y eso? — preguntó —. ¿Desde cuándo tienes un teléfono?
Él ni siquiera levantó la vista, como si ya no necesitara justificar nada.
— Lo compré hoy. Era necesario.
¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo supo qué modelo elegir? ¿Quién le enseñó a usarlo?
Miles de preguntas se le arremolinaron en la mente, pero una sola idea quedó clara, Alistair se estaba adaptando más rápido de lo que imaginaba, demasiado rápido y eso no necesariamente era una buena señal.
— Le estoy escribiendo a mi nuevo subordinado. Es muy útil — dijo Alistair sin levantar la vista de la pantalla del celular, mientras sus dedos se movían con sorprendente soltura, como si llevara años usando ese aparato.
Liora lo observó con los brazos cruzados, conteniéndose. Pero no por mucho.
— ¿Subordinado? — repitió, escéptica —. ¿Alistair, sabes siquiera lo que significa mantener una vida como la que llevas ahora? ¿Tienes idea del costo de todo lo que compraste hoy? Todos esos lujos… te los pagó mi patrocinador. ¿Sabes el problema en el que me estoy metiendo por tu culpa? ¡No quiero más deudas con él!
Sus palabras salieron más cargadas de emoción de lo que pensaba. Pero por fin, él levantó la vista. Su expresión no fue de arrepentimiento, ni de comprensión. Fue de desconcierto… y desagrado.
— ¿Patrocinador? — repitió lentamente —. ¿Un hombre… que te da todo lo que deseas? ¿Qué eres? ¿Su concubina?
El tono fue frío, duro, incluso agresivo. No gritó, pero cada palabra era como un golpe seco. Lo que en otro contexto habría sido una broma amarga, en su voz sonaba como una acusación.
Liora dio un paso atrás, sin poder creer lo que acababa de oír.
— ¿Concubina? ¿Estás loco? — respondió con los ojos muy abiertos, y la furia comenzaba a hervirle en la sangre —. Eso ya no existe. ¡No soy de nadie! Él es solo… un amigo que me ayuda.