Dominando a Alistair

Capítulo 9. El señor Branwell

— El señor Branwell la espera en el comedor — anunció el señor Fletcher con su habitual cortesía, y abrió una de las enormes puertas dobles para dejarla pasar.

Liora asintió, agradecida, pero su garganta estaba seca. Caminó detrás de él por un largo pasillo decorado con arte clásico y vitrales que filtraban la tenue luz exterior. La casa, majestuosa hasta en los detalles más mínimos, parecía envolverla con una atmósfera casi sagrada. Pero a medida que se acercaban, notó cómo la iluminación cambiaba, las luces modernas se desvanecían y daban paso a una cálida y antigua penumbra.

Cuando entraron al comedor, se detuvo un instante.

La sala estaba iluminada únicamente por velas. Candelabros de hierro forjado y velas altas y delgadas llenaban el espacio con una luz dorada, titilante, como si el aire estuviera impregnado de secretos. Las sombras danzaban por las paredes, haciendo que todo pareciera sacado de una novela gótica. El ambiente era elegante, sí… pero también íntimo. ¿Romántico? Quizá. Demasiado para su gusto.

El señor Fletcher se inclinó ligeramente y, sin una palabra más, cerró la puerta tras ella.

Liora se tensó un poco. Su vista se posó al fondo del largo comedor, donde él la esperaba.

Sentado con la espalda recta, en un extremo de la larga mesa de caoba pulida, estaba el señor Branwell.

Los platos estaban dispuestos con precisión, uno frente al otro, no demasiado lejos… pero tampoco tan cerca. Una distancia decente. Al ver que ella se detenía, él levantó la mirada.

— Es un placer tenerte en mi casa, Liora. Por favor, pasa — dijo con voz suave, perfectamente modulada, acompañando sus palabras con un gesto de la mano.

La luz de las velas estaba detrás de él, y eso hacía que su rostro quedara parcialmente cubierto por sombras. Un efecto que no podía haber sido accidental. Apenas distinguía sus rasgos, pero lo que sí veía era suficiente para acelerarle el corazón: cabello negro como la tinta, lacio, ligeramente largo, cayéndole con descuido elegante sobre los hombros; una piel pálida, impecable, y unos ojos que parecían tragarse la luz.

Eran completamente oscuros.

Negros, sin reflejos. Pero a pesar de no poder leer emoción en ellos, la observaban con una intensidad que la dejó helada. No parpadeaban, ni se movían mucho. Era como si cada parte de ella, cada tic nervioso, cada pensamiento fugaz, fuera escaneada y archivada sin que él necesitara decir una palabra.

Se sentó frente a él, conteniendo un temblor. Quiso decir algo, algo cortés, tal vez incluso bromear para aliviar la tensión, pero su lengua se sentía de plomo. Se limitó a asentir, clavando la mirada en el mantel mientras él la contemplaba.

Ahora lo entiendo, pensó con un escalofrío.

Eso era, quizá, lo que sentían todos frente a él. No era miedo, era algo más sutil, más profundo, como una mezcla de respeto, vulnerabilidad… y atracción.

Porque, en el fondo, por mucho que le costara admitirlo, había una parte de ella que lo había idealizado desde hacía tiempo. Y ahora que lo tenía frente a frente, esa parte no hacía más que crecer.

¿Por qué tengo el corazón latiendo así? se preguntó, sintiendo la vibración en los dedos.

Entonces él habló otra vez, su voz tan cercana que la sintió más que escucharla: — No tienes por qué estar nerviosa. Esta es tu casa también, si tú lo deseas.

Liora sintió una punzada en su pecho con sus palabras, pero decidió ignorarla, luego lo observó con más atención. Sí, definitivamente era joven… no debía pasar de los treinta. Tenía la piel clara y tersa, sin rastro de edad, y había algo en él que desentonaba con lo común, un aire de misterio que ni toda la luz del mundo podía disipar.

En ese momento, Fletcher volvió a entrar con una elegancia medida, cargando dos platos humeantes. Los colocó frente a ellos con precisión, se inclinó brevemente y se retiró en silencio, dejando a ambos sumidos en el resplandor cálido de las velas.

Liora se aclaró la garganta, sintiendo el nudo de sus pensamientos aflorar.

— Es un honor estar aquí, pero… hoy vine por algo — dijo finalmente, manteniendo un tono respetuoso.

Branwell tomó su cuchillo con calma y empezó a cortar su comida. Sin levantar la mirada, respondió con suavidad, casi como si acariciara las palabras. — No tienes que hablarme con tanta formalidad, Liora. Te he dicho que puedes sentirte cómoda conmigo. Y si no empiezas a hacerlo desde ahora… me veré obligado a no contestarte — alzó una ceja —. Siempre me ignoras cuando te lo digo por teléfono.

Ella bajó un poco la mirada, atrapada por la culpa de saber que tenía razón. Lo había evitado, inconscientemente, manteniendo una distancia emocional como escudo. Pero ahora que lo tenía frente a frente, joven, casi de su misma edad… tal vez no era tan difícil ceder un poco.

Liora suspiró, tomó el tenedor y probó un trozo de carne. Estaba deliciosa, jugosa y perfectamente sazonada. Mientras masticaba, se obligó a recordar lo que había venido a decir.

— No quiero ser demasiado directa, pero… usted gastó mucho dinero por mi culpa hoy.

Branwell no respondió de inmediato. La observó en silencio, como si no fuera el comentario lo que le interesaba, sino la forma en que ella lo decía. Siguió comiendo lentamente, y por un instante, a Liora le pareció que más que saborear la comida… la saboreaba a ella. Su atención era tan intensa que sentía la piel en llamas.

Él se irguió un poco, dejando los cubiertos a un lado.

— Bran… well — corrigió ella rápidamente, carraspeando con torpeza —. Hoy gastaste mucho dinero por mi culpa. Quiero hablar sobre eso.

Entonces él sonrió, una sonrisa ligera, elegante y enigmática. — Así está mejor. Dime.

Liora parpadeó, algo desarmada por lo fácil que él hacía que sus defensas se tambalearan. Había ensayado sus palabras antes de venir, pero ahora, con el ambiente envolvente, con la forma en que él la miraba como si cada palabra fuera un hilo más en la telaraña… no sabía exactamente por dónde empezar.




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