El amanecer llegó envuelto en una calma engañosa. Alistair no había pegado el ojo en toda la noche, tras los infructuosos intentos de que Liora le abriera la puerta, se rindió al escucharla llorar al otro lado. No dijo más y no insistió. Solo se dejó caer en el sofá con una manta mal doblada sobre él. Pero el silencio de su habitación pesaba más que el frío del salón. La noche se le hizo interminable, el hechizo de acceso mental era una opción, sí… pero activarlo con ese estado emocional podía traer consecuencias desagradables. Así que, de nuevo, desde que llegó a ese mundo, se sintió extrañamente cohibido.
Cuando el sol se coló tímidamente por las ventanas, Liora salió finalmente de su habitación. Iba vestida con su ropa habitual de trabajo, pero parecía más deshecha que nunca. Tenía los ojos hinchados, el rostro pálido, y una expresión opaca que ni siquiera intentaba disimular. Se movía como un fantasma por el apartamento, arrastrando los pies hasta la cocina.
Alistair, que ya estaba despierto desde mucho antes, la observaba desde el sofá mientras revisaba algo en el celular que Fletcher le había dejado. Aprendía con una velocidad sobrehumana, pero esa mañana ni siquiera los algoritmos ni los conceptos humanos lo distraían del aura pesada que envolvía a Liora.
Apenas ella se sentó y dio un sorbo a su chocolate caliente, él alzó la vista y dijo sin rodeos: — ¿Qué sucedió anoche?
Liora tragó con dificultad. Se había prometido a sí misma, durante toda la madrugada, que dejaría todo eso atrás. Que lo que sentía por el señor Branwell quedaría encerrado, como una vieja carta sin destino. Que ser fuerte era seguir con la cabeza en alto, fingiendo que no dolía.
Así que, con la mejor máscara que pudo encontrar, le respondió. — Nada. Solo estaba cansada.
Alistair ladeó la cabeza. Con esa expresión suya que no necesitaba palabras para decir “no te creo ni por un segundo”. Él era un rey, después de todo. Uno entrenado en leer gestos, movimientos y emociones. La mentira de Liora era tan obvia como una herida abierta.
— ¿De verdad piensas engañarme con eso? — murmuró con frialdad.
Sin advertencia, activó el hechizo. Una corriente invisible rodeó a Liora como un lazo que apretaba lentamente su mente y su lengua. Ella lo sintió de inmediato, el calor detrás de su nuca, el tirón en el pecho, la urgencia de hablar, aunque no quisiera. Dio un paso atrás, alarmada.
— No lo hagas — susurró —. Te lo pido, Alistair… no me obligues a decirlo.
Pero a él no le importaba en ese momento el consentimiento ni las delicadezas. No cuando alguien le estaba haciendo daño y ella no quería admitirlo.
— Dime qué pasó anoche. — Su voz, firme y cortante, se impuso.
Liora apretó los labios, tan fuerte que comenzó a temblar. Se los mordió hasta que la sangre le tiñó la lengua con un sabor metálico y triste. Pero el hechizo era más fuerte que su orgullo, más fuerte que sus defensas y las palabras brotaron como agua desbordada.
— Me encontré con Branwell… — tragó saliva, su voz se quebró —. Él… se va a casar.
Alistair parpadeó. El nombre no le decía mucho emocionalmente, pero la reacción de Liora sí.
— ¿Y por eso estás así? Dijiste que no era tu amo, ni tu amante.
Liora bajó la mirada. Hubiera preferido que el hechizo le arrancara la lengua. Aun así, no podía detener lo que venía.
— Me… me gusta — dijo con la voz hecha trizas —. Pero yo solo soy una obra de caridad para él. Estoy triste porque me duele, me duele que no sea yo su pareja.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse otra vez. No eran como las de anoche, escondidas bajo la almohada. Estas eran visibles y descaradas. Se negaba a llorar frente a otros… pero ya no podía detenerlo, había reprimido ese sentimiento tanto tiempo, fingiendo que Branwell era solo su benefactor, un buen amigo, alguien distante e inalcanzable. Pero en su interior, había albergado la esperanza idiota de que quizás… algún día…
Y ahora todo eso se le había arrancado de golpe, con violencia, y expuesto como una herida abierta en plena sala.
Alistair la miraba sin saber qué hacer. No era experto en sentimientos humanos. Entendía las emociones como quien comprende los mecanismos de una máquina… pero verla tan vulnerable lo dejó inmóvil. Por un momento, casi desactivó el hechizo por culpa de la culpa.
Liora se cubrió el rostro con ambas manos, avergonzada de lo que acababa de admitir, de lo que sentía y de lo miserable que sonaba todo aquello.
— Cielos… soy patética — murmuró.
Pero Alistair no se burló. No hizo ningún comentario hiriente, ni adoptó ese tono arrogante al que Liora ya se había acostumbrado. Solo desvió la mirada, con el ceño apenas fruncido. No era como si le importara que una de sus sirvientes sufriera por un asunto amoroso… ¿verdad? ¿Por qué habría de importarle? Sin embargo, algo dentro de él se removió. Un leve calor en el pecho, como si su cuerpo le estuviera diciendo que debía hacer o decir algo… aunque no supiera exactamente qué.
Quizá, se dijo a sí mismo, el hechizo que lo trajo a este mundo le dejó alguna especie de interferencia en su cerebro. Algún efecto secundario, alguna grieta en su lógica. De todos modos, decidió ignorarlo. Esperó a que Liora dejara de llorar, y cuando el temblor en sus hombros se apaciguó, desactivó el hechizo con un suspiro apenas audible.
Entonces habló, con ese tono suyo tan seco, tan difícil de interpretar. — No me importa lo que sientas. Pero debes saber que ahora yo soy tu amo, no tienes derecho a llorar por otro hombre. Vamos.
Sin darle tiempo de responder, se levantó y la tomó del brazo. La jaló con fuerza hacia la puerta, como si el asunto ya estuviera decidido. Liora, confundida y aún débil por lo que acababa de confesar, apenas pudo reaccionar.
— ¿Qué haces? ¡Debo ir a trabajar!
— No es necesario — replicó él sin mirarla —. Recuerda que debemos buscar a esa tal Serena.
Liora parpadeó. ¿Serena? Su mente, tan envuelta en el dolor y el agotamiento, había olvidado completamente ese detalle. Ayer… sí, ayer habían estado tan absortos en sus compras y en las conversaciones que el verdadero objetivo del día había quedado enterrado. Pero Alistair no lo había olvidado, ni por un segundo.