Dominando a Alistair

Capítulo 12. Buscando a Serena

Cuando Liora abrió los ojos, el cielo ya había comenzado a pintarse con tonos dorados y rosados. El sol descendía lentamente en el horizonte, tiñendo el mar frente a ella con reflejos brillantes que parecían espejos líquidos. El auto estaba detenido, y la brisa salada acariciaba el interior con suavidad.

Alistair estaba allí, sentado en silencio, con los codos apoyados en el volante y la mirada fija en el océano. No había música, ni movimiento, solo la quietud del atardecer y el sonido distante de las olas. Al notar que ella despertaba, giró apenas el rostro.

— ¿Despertaste?

Liora parpadeó, confundida por el cambio de escenario. No era la editorial, ni una librería, ni un parque... sino un cuadro pintado con paciencia y silencio. Alistair no había estado haciendo nada, simplemente estaba esperándola. Lo cual, viniendo de él, era casi un milagro.

Su pecho se encogió un poco. A pesar de que su mente aún se aferraba a los recuerdos de Branwell, no podía negar que la vista era hermosa. Y que Alistair, sin necesidad de que ella preguntara, comenzó a hablar.

— Mi nuevo sirviente — dijo con tono neutral — me dijo que no tenía información sobre Serena. Pero dejó una dirección para casos de emergencia. Ella escribió el único ejemplar del libro que tienes, así que no hay copias circulando. No hay forma de que alguien más tenga mi historia… por ahora.

Liora parpadeó lentamente. Así que esa era la razón de su misterioso desvío. Y para ser justos, esta vez le estaba diciendo las cosas sin rodeos ni encantamientos raros. Con Fletcher de su lado, ya no necesitaba ocultarle tanto. Aunque… sí que habían ido lejos, literalmente.

Alistair abrió la puerta del auto sin decir nada más y comenzó a caminar hacia una colina que se alzaba junto al acantilado. Liora entendió la señal, bajó del auto y lo siguió, sus botas estaban hundiéndose ligeramente en el césped húmedo.

La vista al mar se fue esfumando a medida que el camino los llevaba entre árboles altos y retorcidos, como si entraran en un rincón olvidado del mundo. El aire se volvía más fresco, denso y entonces, tras unos minutos, entre los arbustos y las sombras alargadas por el sol, apareció una pequeña casa.

Era una construcción extrañamente encantadora, como sacada de un cuento de hadas que no fue corregido por el departamento de urbanismo. Las paredes estaban cubiertas de enredaderas y la chimenea soltaba un hilo delgado de humo, como señal de vida.

— ¿Cómo la encontraste tan rápido? — preguntó Liora en voz baja.

— Fácil — dijo Alistair, sin detenerse —. Tengo GPS, buena memoria y sentido de ubicación.

Liora parpadeó. Le costaba decidir si eso era broma o literal.

Pero, más allá de las preguntas, sintió cierto alivio. No habían tenido que escalar un monte ni cruzar un río con cocodrilos. Estaba viva, entera, y bastante hambrienta. A esas alturas, esperaba —aunque sonara descortés— que en esa casita de la nada al menos sirvieran pan.

Porque si la autora de su historia vivía ahí, lo mínimo que podía ofrecer era una galleta decente.

Alistair se adelantó sin titubear y llamó a la puerta. Durante unos segundos solo se escuchó el susurro del viento entre los árboles, pero finalmente se oyó el chirrido de un pestillo y la puerta se entreabrió.

Una chica joven apareció en el umbral. No debía tener más de veintitantos, y su expresión curiosa no ocultaba cierta chispa traviesa en los ojos.

— Buenas tardes… ¿qué se les ofrece? — preguntó con una sonrisa ladeada. En un lugar tan remoto, la única razón para que alguien apareciera en su puerta era que buscara algo… o a alguien.

— Busco a Serena — soltó Alistair con total falta de rodeos, como si pidiera la sal en una cafetería.

La chica parpadeó, sorprendida por la brusquedad, pero luego soltó una risita divertida. — Vaya, eres un poco directo… pero lindo. Te lo dejaré pasar, pasen.

Abrió por completo la puerta y se hizo a un lado para dejarlos entrar, ella no estaba sorprendida por el aspecto de Alistair. Liora le devolvió una sonrisa cortés, aunque por dentro algo no terminaba de encajar. Había algo extraño en esa chica, pero no supo definir qué era exactamente. Quizá la familiaridad con la que los trataba, o esa mirada que le daba como si viera a alguien divertido.

Los condujo hasta una pequeña sala acogedora. Una chimenea crepitaba suavemente en una esquina, y un par de tazas de té humeante no tardaron en llegar a la mesita frente al sofá donde se sentaron.

— Nadie conoce ese nombre… ni esta dirección — dijo la chica mientras se sentaba frente a ellos —. Supongo que Branwell los envió.

Liora se sorprendió que mencionara a Branwell, pero ya debía dejarse de distraer con su sola mención, entonces se apresuró a responder, intentando sonar educada, aunque la situación entera le parecía sacada de una novela de fantasía. — Lamentamos venir sin previo aviso… pero estamos aquí para preguntarle algo importante — dijo, con voz tímida.

Sin mediar más palabras, Alistair sacó el libro de El Oasis y lo colocó sobre la mesa, dejándolo ahí como una carta reveladora. La chica lo miró, y de inmediato soltó una carcajada larga y sincera.

— ¡Jajaja! Ustedes lo tenían… Esto es increíble. — Tomó el libro con cuidado, como si fuera alguien que encuentra un viejo amigo —. Está bien, ya que vinieron hasta aquí, me presentaré. Me pueden llamar Ximena. Soy, digamos… la asistente de Serena. Ella es un poco traviesa, y este libro lo escribió por pura diversión.

— ¿Diversión? — repitió Liora, confundida.

No podía creerlo. ¿Eso había sido todo? ¿Una travesura? Recordó el día en que encontró el libro en la librería, sin código de barras, ni marcas visibles aparte de la editorial. Lo tomó creyendo que era un ejemplar abandonado… y resultó ser el epicentro de todo lo que estaba viviendo.

Ximena dirigió su atención a Alistair, analizándolo de pies a cabeza con una sonrisa críptica.




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