En la línea invisible que divide el mundo mágico del mundo de los humanos, existe una puerta sellada por antiguas leyes del equilibrio. No es una puerta que se abra con llaves comunes ni con conjuros triviales. Está hecha de tiempo, sangre y voluntad. Ningún ser mágico había logrado atravesarla por completo... hasta que uno lo hizo.
Fue hace siglos, cuando los hechiceros más sabios y poderosos, movidos por la curiosidad, o la ambición, intentaron cruzar aquel umbral prohibido. Uno entre ellos, cuyo nombre se perdió entre susurros y leyendas, lo logró. Cruzó, y contra toda expectativa, regresó. Lo hizo agotado y envejecido, pero vivo… y con una historia que cambiaría el curso de la magia.
Contó que al otro lado había un mundo sin rastro de magia, donde el poder era una fantasía y los hombres vivían esclavos del tiempo y la muerte. Allí, un hechicero era un dios. Allí, con un mínimo poder, se podía someter imperios enteros. Pero lo que no dijo con claridad, o lo que nadie quiso escuchar, fue que para cruzar la puerta, había quemado todo su poder. Llegar era posible… pero el precio era casi siempre la destrucción.
El anciano murió poco tiempo después, y muchos lo tacharon de mentiroso, de demente. Su historia fue desechada como un delirio más de los tantos que habitan entre mitos antiguos. Pero uno no lo olvidó. Un rey, poderoso y ambicioso, que anhelaba un reino más vasto del que su mundo podía ofrecerle. Su hambre era más grande que cualquier corona, y su ego… más grande que cualquier advertencia.
Ese rey, quién también era el hechicero más poderoso de su época, reunió a un grupo de magos oscuros y, juntos, lograron lo impensable: abrieron la puerta.
Fue Serena, la bruja milenaria que había nacido en ese siglo, quien vio el desequilibrio nacer desde el primer temblor del portal. Ella, guardiana entre mundos, protectora del equilibrio, lo entendió todo demasiado tarde. Usó todo su poder para impedir que aquel rey cruzara, pero fue inútil. Él lo hizo, logró traspasar… aunque dejó atrás una parte de sí mismo.
El portal se cobró su precio. El rey, aunque libre en el nuevo mundo, llegó mermado, casi mortal. Aun así, su mente seguía siendo peligrosa. Serena, furiosa por el fracaso, aprovechó que el grupo de magos se había dispersado tras la apertura. Uno a uno, los cazó, los enfrentó… y los destruyó. Cerró la puerta antes de que pudiera abrirse por segunda vez, y selló su historia como si nunca hubiera ocurrido.
Solo ella conservó la llave: no un objeto, sino un conocimiento ancestral. El equilibrio debía mantenerse. Pero el rey escapó. Y en el mundo sin magia, floreció como una sombra entre hombres comunes. Su inteligencia y carisma lo convirtieron en leyenda, en un emperador silencioso, que con el tiempo, hayó la manera de recuperar sus poderes. Serena lo buscó incansablemente, pero su poder ya no era suficiente. Había gastado mucho en la guerra contra su séquito, y en ese mundo ajeno, cada paso era una pérdida.
Los años pasaron, décadas, siglos. Y sus aliados, uno tras otro, cayeron. Algunos desaparecieron y otros fueron asesinados brutalmente. Serena comenzó a perder la esperanza. Pero entonces, surgió alguien. Un joven humano, impredecible, astuto y… diferente. No tenía magia, pero sí algo que ni el tiempo ni la distancia podían borrar, voluntad.
Ese joven era conocido en su mundo como el señor Branwell.
Serena lo observó durante años en silencio, evaluándolo, guiándolo desde las sombras. Él no lo sabía, pero había sido elegido desde el día en que nació. En un mundo sin magia, era el único con el alma necesaria para cambiar el destino de ambos mundos.
Y así, Serena apostó todo en su última carta. Su última esperanza.
Branwell… el único que podría cerrar para siempre la grieta entre mundos y acabar con el imperio del rey hechicero fugitivo. Porque si él fallaba… el equilibrio no solo se rompería, sino que se desataría una guerra que ningún mundo podría contener.
Ximena les explicó todo con calma, como si ya lo ha vivido muchas veces en su cabeza. Cada palabra suya caía como una pieza de un rompecabezas que Liora y Alistair apenas comenzaban a comprender.
Alistair escuchaba en silencio, pero por dentro, su mente era un torbellino. Le costaba aceptar lo que acababa de oír, no solo por lo increíble que sonaba, sino por lo que implicaba, necesitaban a Branwell.
Aquel hombre que apenas conocía y ya le generaba un rechazo visceral. No tenía pruebas, ni razones claras, pero su mera presencia le resultaba molesta, como si algo en su esencia chocara con la suya. Y aún así, ahí estaba, siendo una pieza clave en todo esto. El único aliado real de Serena, el único con una conexión directa a este mundo y tal vez, la única vía hacia el regreso.
Era frustrante. Insoportable.
¿Por qué alguien como él tendría ese rol?, pensó Alistair, sintiendo cómo hervía la sangre bajo la piel. Pero sabía que no podía permitirse ese tipo de sentimientos ahora. No cuando por fin había una respuesta, una posibilidad.
Porque más allá de su enojo, de su orgullo herido, lo verdaderamente importante era otra cosa, había una forma de usar sus poderes en este mundo.
La idea lo golpeó con fuerza. Hasta ese momento se había sentido limitado, atrapado en una tierra que le robaba lo que lo definía. No era solo una molestia práctica, era casi una humillación. Alguien como él, nacido con el don, entrenado para moldear la guerra y la voluntad con solo desearlo, reducido a caminar como un simple mortal.
Pero ahora… existía una solución. Un sendero que lo devolvía a sí mismo. Y estaba dispuesto a tomarlo, sin importar los riesgos. Sus ojos se enfocaron de nuevo en Ximena, y su voz cortó el silencio con una firmeza gélida: — Dime exactamente cómo puedo recuperar mis poderes. —demandó sin cortesías, no lo pidió. Lo estaba exigiendo.
Ximena alzó las cejas, divertida por su tono.
— Vaya, tan directo como siempre… Está bien, escucha con atención — se acomodó el cabello tras la oreja y lo miró fijamente —. En la cima de esa montaña — señaló por la ventana hacia una silueta oscura cubierta de nubes en la distancia — hay una reliquia. Fue dejada por el primer hechicero que cruzó a este mundo. El mismo que inspiró la locura del rey fugitivo. Aquella reliquia contiene la esencia de conexión mágica entre ambos mundos. Si un hechicero la toca, la barrera se rompe y podrás usar tus poderes aquí como si nunca hubieras cruzado.