Dominando a Alistair

Capítulo 14. Reliquia Invaluable

Liora abrió los ojos lentamente, aún atrapada entre el calor que quedaba de la fogata extinta y un sueño que le había dado una tregua a su cuerpo agotado. Pero no fue el fuego lo que la mantuvo abrigada durante la noche. Era algo… algo más sólido, firme… y cómodo.

Se dio cuenta de que Alistair seguía dormido, y que sus brazos aún la rodeaban con fuerza, su pecho subía y bajaba con una cadencia tranquila. Estaban entrelazados, como si el universo mismo hubiese querido jugar con sus límites.

El calor que subió a su rostro no tenía nada que ver con la fogata. Con un respingo, se apartó de golpe, como si hubiera sido mordida por una serpiente. El movimiento brusco hizo que Alistair abriera los ojos de inmediato, sobresaltado.

Durante un segundo, solo se miraron. Ella, de pie, con el cabello revuelto y el rostro encendido y él, sentado contra la piedra, con la expresión aún somnolienta, pero con una mirada penetrante.

— Al fin despiertas — dijo él al fin, con tono neutro.

— Si… — dijo Liora con una voz algo aguda, forzada, mientras alisaba su ropa como si con eso pudiera borrar el momento —. Estoy llena de energía. ¿Seguimos?

Alistair no dijo nada, se incorporó con elegancia, como si no acabara de pasar la noche con una humana dormida sobre su pecho. Pero por dentro, él también estaba desconcertado. No por haberla tenido cerca, sino por el hecho de que no había hecho nada para evitarlo, no lo había odiado y no se había sentido invadido. En realidad… se había sentido menos solo.

Pero no era momento para pensar en esas debilidades. Anoche se había pegado a ella solo por el simple hecho de que su cuerpo, ahora humano, era un poco más débil de lo usual a las condiciones climáticas y de temperatura, el también sintió frio y tenía un cuerpo cálido cerca, no tuvo opción, no fue por nada más, se decía así mismo.

El viaje continuó, y pronto la energía que Liora fingió tener desapareció como niebla bajo el sol. El camino hacia la cima de la montaña era despiadado. La pendiente se volvía más empinada con cada paso, y el sendero estaba cubierto de maleza densa, arbustos espinosos y ramas que parecían aferrarse a ellos como manos invisibles.

Cada paso era una batalla. Las espinas se enredaban en su ropa, los insectos zumbaban como ejércitos hambrientos y las raíces húmedas intentaban hacerla tropezar. Y mientras ella luchaba por mantener el ritmo, Alistair no parecía inmutarse.

No la esperaba, ni la ayudaba. Solo seguía avanzando, abriendo paso con movimientos firmes, seguros… y completamente indiferentes.

Liora gruñó por lo bajo mientras se apartaba de otra rama que le había arañado el rostro.

— Un caballero jamás dejaría atrás a una dama — murmuró, aunque él estaba demasiado lejos para escucharla.

La ira crecía en su pecho. Se suponía que estaban en esto juntos, pero él se comportaba como si estuviera solo. Como si ella fuera solo una carga que debía arrastrar, no una aliada.

Durante tres días avanzaron, casi sin hablar. Dormían en improvisados campamentos, compartían comida sin dirigirse la palabra y caminaban largas horas bajo el cielo que pasaba de gris a tormentoso sin previo aviso. El frío aumentaba a medida que ganaban altura, y el viento se volvía tan helado que atravesaba la piel y las emociones.

Fue al amanecer del cuarto día cuando al fin llegaron. Alistair se detuvo, un escalofrío recorrió su columna. No era frío… era poder, una energía densa y palpitante, le llenó los sentidos como si el mismo suelo estuviera llamándolo. Cerró los ojos y dejó que su instinto lo guiara, sin decir palabra, como si una fuerza mayor lo jalara con hilos invisibles.

Avanzó con paso firme, ignorando el dolor en sus músculos y el agotamiento que comenzaba a nublar sus pensamientos. Cuanto más cerca estaba, más ligero se sentía. Era como si cada paso lo despojara de su debilidad humana. Y finalmente ahí estaba, una caverna imponente se alzaba ante él, custodiada por rocas negras cubiertas de líquenes luminosos. Desde su interior emanaba una brisa gélida, pero no era viento… era magia. Pura y concentrada. Alistair se detuvo frente a ella.

Por fin. Lo había encontrado.

Lo que no notó, en medio de su trance, fue que había dejado a Liora atrás. A más de media hora de distancia, sin ninguna mirada, ni advertencia.

Mientras él se acercaba a la boca de la cueva con los ojos brillando de emoción, ella trepaba la última colina jadeando, con las piernas temblorosas y el corazón latiendo como un tambor. Y cuando lo vio allí, como una estatua al borde de la entrada, con la niebla mágica arremolinándose en torno a sus pies… no supo si quería gritarle o derrumbarse en el suelo a llorar.

— ¡Tú eres un inconsciente! — Exclamó entre jadeos — ¡Casi me mato subiendo esa ladera sola!

Alistair no se volteó. Solo dijo — Estás aquí. No perdamos el tiempo, hay que entrar.

Era el colmo. Liora se tambaleaba, al borde del colapso, con cada músculo protestando como si fueran cadenas oxidadas arrastradas sobre piedra. Y sin embargo, Alistair caminaba delante de ella como si nada. No era un hechicero, al menos no en este mundo… su cuerpo era humano, pero su resistencia era muy superior, casi antinatural, ni siquiera parecía sudar, su respiración era regular y su paso firme.

Ella lo odiaba. Lo odiaba profundamente en ese instante.

El último trozo de pan que le había dado Ximena había desaparecido hace horas, devorado sin compasión por su estómago vacío. Lo poco que habían racionado ya no existía, y solo el hecho de haber llegado finalmente al final del camino le impedía rendirse por completo. Aunque lo que realmente la atormentaba… era cómo demonios iban a salir de allí.

La puerta que Alistair encontró era imponente, él colocó ambas manos sobre la piedra y la empujó… y para su sorpresa, cedió sin esfuerzo. Demasiado fácil.

Liora frunció el ceño.

— ¿Eso fue todo? — murmuró —. ¿No se supone que esto debía estar protegido?




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