Dominando a Alistair

Capítulo 15. El Mayor Rey Hechicero

Liora cruzó los brazos con nerviosismo, girando sobre sí misma mientras examinaba el lugar. Aquel claro del bosque no se parecía en nada al punto de partida. No era la cima de la montaña, ni el sendero de árboles por el que habían subido. Allí todo parecía… suspendido. Un silencio espeso flotaba en el aire y una neblina baja recorría el suelo como un animal que acechaba, enroscándose entre los troncos ennegrecidos.

— ¿Dónde estamos…? — murmuró.

Alistair guardó silencio, atento, con la mirada afilada, pero sin previo aviso, el cielo se tornó de un gris profundo, como si la poca luz que quedaba hubiera sido tragada por las tinieblas. El viento sopló con violencia, arrastrando las hojas secas en círculos frenéticos. Desde lo más profundo del bosque, un trueno retumbó como una carcajada, y una voz surgió entre los árboles. Grave e inquebrantable.

— Así que… alguien logró romper el sello de Serena y liberar la reliquia del vínculo.

Liora sintió que un hielo le recorría la espalda. Alistair entrecerró los ojos y retrocedió un paso, colocando a Liora parcialmente detrás de él, sin siquiera pensarlo. El aire vibraba, como si cada partícula de magia en la atmósfera temblara ante la presencia de lo que se avecinaba.

De entre la penumbra del bosque emergió un hombre. Llevaba una capa larga y desgastada, y vestía ropas de telas antiguas, extrañas para ese mundo. Sus pies estaban descalzos, pero no tocaban el suelo; flotaba levemente, como si la gravedad le obedeciera por cortesía, no por obligación.

Alistair no esperó. Con un solo movimiento de su brazo, lanzó un hechizo de ataque, seguido por otro de impacto, y luego uno más. Pero fue inútil, las ondas de energía fueron disipadas como si se estrellaran contra un muro invisible. El desconocido ni siquiera parpadeó.

— Eres fuerte, pequeño Alistair… — dijo con voz tranquila —. Pero aún te falta mucho por aprender.

Se detuvo en el centro del claro, y con un gesto pausado, se quitó la capa. Su rostro se reveló: era el de un hombre de unos cincuenta años, con el cabello rubio rizado cayéndole hasta los hombros. Su mirada salvaje e intensa, estaba teñida de algo indescifrable, con poder y fascinación.

— Así que tú eres la señorita Liora — dijo, con una sonrisa. Su mirada la atravesó como una flecha, y ella, pese a su valor, se sintió pequeña y desnuda ante él.

Alistair apretó los puños. — ¿Quién eres?

El hombre lo miró como si fuera un niño preguntando por el fuego.

— Un viejo amigo — respondió, con cierto deleite —. ¿Serena los envió aquí sin advertirles nada? Qué cruel de su parte. ¿Acaso nunca oyeron hablar de mí?

Alistair sintió que una fría sospecha le recorría la sangre. Observó su poder, su forma de hablar, su aura oscura y refinada. Lo analizó todo y lo supo.

— Eres el hechicero que huyó a este mundo… el Rey exiliado, aquel que Serena nunca pudo capturar.

La sonrisa del hombre se ensanchó con malicia.

— Ciertamente lo soy.

El viento se alzó de nuevo, como si la naturaleza respondiera a su presencia.

— Pero no se dejen engañar — añadió, mirando especialmente a Liora —. Si confían demasiado en Serena… terminarán pagando un precio alto.

Y entonces, sin mover los pies ni pestañear, alzó la mano apenas unos centímetros. La esfera que aún sostenía Alistair brilló violentamente… y fue arrancada de sus manos, volando hacia el desconocido como si obedeciera a su verdadero amo.

— ¡No! — gritó Alistair, extendiendo la mano, pero era inútil. La reliquia ya no le respondía.

El hombre atrapó la esfera con una calma insultante, como si simplemente recogiera una fruta caída del árbol.

— Me quedo con esto — dijo con una voz tan baja y luego, se desvaneció.

No hubo un portal, ni humo, ni destellos. Simplemente desapareció, como si la realidad lo hubiese aceptado de vuelta a otra dimensión.

Se quedaron solos. Liora no dijo nada. Alistair bajó lentamente su mano, con el rostro tenso y la respiración contenida. Por más que lo odiara… se sintió impotente. A pesar de que había recuperado sus poderes, se sintió como un aprendiz frente a un titán. Pequeño e irrelevante.

Ahora comprendía por qué Ximena los había enviado allí, por la reliquia, para empujarlo a recuperar su fuerza, su temple y su poder… porque si ese hombre era realmente su enemigo, no tenía ninguna posibilidad de derrotarlo aún. Lo sabía y lo odiaba.

Liora miró a Alistair. Lo vio tragar saliva, con el orgullo hecho pedazos.

— ¿Estás bien? — preguntó Liora, sin sarcasmo esta vez.

Alistair no respondió.

Se limitó a acercarse, la tomó por el brazo con la misma firmeza de siempre y, en un parpadeo, estaban de nuevo en el apartamento. El cambio fue abrupto, del bosque sombrío y cargado de magia a las paredes silenciosas y cálidas de aquel pequeño refugio que compartían, aunque nunca pareciera realmente suyo.

Alistair miró sus manos abiertas y temblorosas, como si no le pertenecieran. Murmuró con voz baja — Aunque puedo usar todos los hechizos que conozco… no los puedo sostener mucho tiempo. Es igual que cuando uso el hechizo de la verdad…

Su tono no era solo frustrado, era áspero. Era rabia contra sí mismo.

Liora lo observó sin decir nada, lo vio dudar, quebrado en la quietud de su orgullo.

El nombre de Ximena flotaba aún en la mente de Alistair, y con sus palabras resonando tan nítidas y certeras, no quedaban excusas, solo quedaba buscar a ese tal Branwell. El único, supuestamente, capaz de enfrentar al hechicero que había robado la reliquia como si fuera un simple juguete.

Pero el día había muerto, arrastrándolos consigo. Estaban extenuados, sucios y desprovistos de cualquier dignidad. Liora sentía cada músculo del cuerpo apalastrado por haber sido arrastrada por kilómetros de piedra y espinas.

Alistair, mientras tanto, se dirigió al dormitorio, su voz retumbó con el filo de una decisión tomada. — Mañana salimos temprano. Tenemos que encontrar a Branwell.




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