Capítulo 4
BERNIE TYLER
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© El forastero llegó a la esquina de la calle y se detuvo frente a la fachada del negocio del señor Bernie Tyler, en cuyo local, tras un vidrio cristalino, se exponían algunos ataúdes a la venta, tanto para pequeños como para grandes.
*Cuando Howard alzó la vista, pudo ver de cerca los detalles de la propiedad en una privilegiada esquina de la zona; aparte de aquel negocio, percibio que también era una bonita residencia, edificada con ladrillo marrón que concluía en un tercer piso con magnificas vistas desde las ventanas. Y desde el cielo vio venir a un cuervo, que se posó en la base metálica que sostenía el rótulo de la funeraria; el pájaro graznó cuatro veces con un suave batir de alas. Luego, el animal torció el cuello para observar hacia abajo al extraño visitante, y memorizó su rostro, pues los cuervos son astutos e inteligentes, y son capaces de memorizar los rostros de las personas que no olvidan por mucho tiempo, sobre todo de aquellos por quienes se sienten amenazados.
*En cuanto al negocio del señor Bernie Tyler, Howard Gibbs bajó la vista para contemplar un pequeño letrero de latón (fijo sobre la pared) a un lado de la entrada, y empezó a leer estas palabras:
«TODOS MORIMOS TARDE O TEMPRANO. ASÍ ES LA VIDA DE TRÁGICA, Y SIENTO MUCHO SU PESAR. AQUÍ CUENTA CON UN HÁBIL FUNERARIO QUE SE ENCARGA DE PREPARAR DIGNAMENTE A SU SER AMADO PARA SU VELATORIO Y ENTIERRO. PREGUNTE POR EL SR. BERNIE TYLER.»
Howard vacilaba en entrar en un negocio como éste, pero pensó en la bondad del niño quien le había animado a llegar allí; por esa razón su espíritu se negó a retroceder de aquel incómodo lugar. Echó un breve vistazo al puesto de flores ubicado a pocos metros de distancia, desde donde Dominick aún le observaba expectante. Entonces las comisuras de la boca de Howard se retorcieron en una ligera sonrisa hacia el niño.
Acto seguido, el hombre desplazó su mirada a Erinn Doyle; la bella mujer estaba ocupada con otro cliente, atenta y servicial. Cuando él la observó con ese encantamiento, otra ligera sonrisa no pudo dejar de acudir a sus labios. La madre de Dominick era otra razón apremiante para trabajar con el señor Bernie Tyler, porque desde allí tendría muchas oportunidades para contemplarla de lejos, y algún día, se animaría a presentarse ante ella de manera decorosa y con una imagen digna, con la esperanza de conocerla mejor.
Pensó que con este trabajo podría ahorrar el dinero suficiente para el alquiler de un cuarto barato, sin importar que la habitación fuese estrecha y miserable. También quería comprar algunas herramientas básicas que necesitaría para trabajar en lo que sabía hacer muy bien: deshollinar chimeneas.
Howard por fin se animó a entrar en el local con todos aquellos motivos, pero teniendo esa acostumbrada y exagerada expresión seria marcada en su rostro; por lo tanto, giró el pomo de bronce dorado, un objeto que tenía la forma de una mano saludando, y entró. La puerta hizo sonar una campanilla en forma de un cráneo y pequeñas lápidas.
Una vez dentro, no vio a nadie, excepto a un escuálido gato negro que estaba acostado sobre un mostrador de teca y ebano ubicado al fondo del amplio local. El animal doméstico se levantó al ver al extraño, dando un ágil salto al suelo; el gato movió rápidamente sus patas y empujo la puerta de la habitación contigua y entró; emitió un sonido a sus dueños, quienes a la vez ellos le prestaron atención, alertados ya por la campanilla de la puerta.
*El forastero miró por un instante algo que llamo su atencion en la pura entrada; habia una inusual decoración, una lápida gris de piedra, labrada que decía: BIENVENIDOS PARA UN ENTIERRO DIGNO. Y el procedió a llamar con su peculiar voz grave:
—Buenas tardes, ¿hay alguien aquí?
Pasaron unos segundos, tras los cuales Howard vio salir a una mujer muy alta y delgada, de piel sumamente blanca, traslúcida como el alabastro, con unos ojos azules claros, que le pareció que sobrepasaba un poco más de los sesenta años. Y tenía una cara bastante alargada, y de larga nariz; y las orejas de la mujer se parecían un poco a las de un murciélago, un tanto largos y algo puntiagudos, que apenas se ocultaban entre su ondulado cabello blanco recogido por detrás de la cabeza.
—¿En qué puedo ayudarle, señor? —se apresuró a decir la mujer con notable seriedad.
—Busco al señor Bernie Tyler —dijo el visitante con un tono poco acogedor.
La señora arrugó la frente y adoptó un gesto muy frío. Hizo un cálculo mental sobre la clase de hombre que pudiera ser. Y luego respondió:
—Ahora está ocupado, ¿qué necesitaba de él? —preguntó la mujer con desmedida desconfianza, sin mostrar siquiera por educación una agradable sonrisa, no al menos a simples vagabundos que comúnmente suelen molestar con algo o aprovechar un descuido para robar algo de valor, pues los ojos de la mujer así lo había juzgado a base de esa apariencia del visitante.
—Vengo buscando un trabajo, y tal vez aquí pudieran ocupar a alguien —contestó Howard Gibbs, incómodo en aquel lugar, ya que le parecía que se respiraba olor a muertos.
El arrugado rostro de la mujer continuó siendo como una máscara sin expresión, pues ella mostraba de ese modo su indiferencia, haciéndole entender de algún modo, que no lo quería en su tienda.
—No necesitamos a nadie, no por ahora —reiteró ella de forma concisa.
Con un tono tan seco como el de aquella mujer, a Howard le pareció que su visita no le resultaba nada grata. Pero, a pesar de todo, Howard quiso insistir una vez más, porque confiaba en la palabra del niño.
—¿Seguro que no necesitan un trabajador? —insistió él una vez más, asumiendo un semblante más serio.
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Editado: 24.01.2022