Dominick Harper

ANNA TYLER

Capítulo 5

 

 

ANNA TYLER

 

 

 

© La señora Anna Tyler cogió una charola con una pequeña tetera de porcelana, una taza y la azucarera, y se dispuso a llevarle una bebida caliente al forastero sentado en la mesa. Pero antes de ir hacia allá, pausó sus pasos, y lo miró discretamente desde la puerta de la cocina.

Vio como Howard comía con ansias esas apetitosas salchichas asadas con puré de papa y un poco de salsa de carne que ella había preparado con esmero para su esposo en una cena anterior; era un recalentado, excepto por las salchichas apropiadamente asadas, acompañado de una remesa de pan fresco de trigo.

«Por Dios, ese hombre come como una bestia» pensó la mujer, algo asombrada y temerosa de un total desconocido, y del cual, su esposo, le había brindado su plena confianza para tenerlo bajo su propio techo.

La mujer empezó aproximarse a él, con sus primeros pasos lentos.

*Cuando Howard la vio venir, soltó el trozo de comida que estaba a poco de llegar a su boca, y apartó el plato con un movimiento rápido, limpiabdose con una servilleta de lino y la tiró a un lado. El hombre había tomado conciencia de su apresurada forma de comer. Tenía tanto tiempo que no había apreciado un suculento alimento tan bien servido; y todo sobre una bonita y ostentosa mesa de la estancia del comedor que era sumamente acogedor.

—Señora, perdón por comer de esta manera —dijo él algo avergonzado, cuando se movió incómodo de su asiento y que apenas se dignó a mirarle con fijeza.

—Por favor, llámame señora Tyler —solicitó la mujer con una voz suave.

—Sí..., señora Tyler —dijo él cohibido.

—Y no se preocupe por comer de esa forma, me doy cuenta de que tiene demasiada hambre. Seguramente no había comido nada en muchas horas.

—No... no había comido casi nada en todo el día —confesó él.

La señora Tyler lo miró sorprendida por lo dicho y se compadeció de él con un buen gesto.

—Anda, siga comiendo tranquilo, y puede tomar todo lo que le apetezca de la mesa —dijo ella con cierta calidez en su voz.

El hombre la miró con timidez.

—Gracias, señora Tyler... por todo y su amable atención —agradeció él, con ese tono tan serio que mantenía al hablar.

Y tras estas palabras, ella colocó la bandeja sobre la mesa y se dispuso a servirle el té humeante en la taza de porcelana.

—Un poco de té caliente le caerá muy bien. Y agradezco de igual forma por ayudar a mi esposo con el cadáver de su hermano. Tiene muy bien merecido esta buena comida; disfrútelo —dijo sosegadamente la mujer, con una sonrisa forzada que apenas era perceptible.

Acto seguido, la señora Tyler se retiró a la cocina sin decir más palabras.

Al cabo de un minuto, el señor Tyler entraba por la puerta principal del segundo piso en aquella amplia estancia de la sala y el comedor, algo agitado por subir aquellas fatigosas escaleras que le eran tan odiosas, pues cada escaño le resultaba un duro esfuerzo para su débil rodilla izquierda que le causaba un molesto dolor.

Y Howard, que estaba sentado en la cabecera de la mesa con la espalda hacia la entrada... no se había dado cuenta de la presencia del funerario; él simplemente seguía comiendo, ¡y miren de que manera!, con toda esa hambre que tenía, por supuesto.

El señor Tyler se detuvo por un instante y le miró sorprendido, y luego se adentró en la amplia estancia con paso fatigado y silencioso, pisando sobre una preciosa alfombra turca roja. A los pocos pasos, sucedió que ya no aguantó más el dolor de su rodilla y soltó un leve gemido, obligándose a encorvarse.

Howard volteó un tanto alarmado, y miró como el anciano, con su bastón adornado con una calavera de plata, había mostrado un mal gesto, cuya mano izquierda del anciano, la había colocado sobre la rodilla, sobándose un poco.

*—¿Se siente bien? ¿Puedo ayudarle? —dijo el forastero al ponerse de pie de inmediato.

El viejo Tyler lo detuvo con un gesto de la mano.

—No, no se moleste en ayudarme, es solo mi dolorosa rodilla, un acostumbrado asunto de todos los días cuando tengo que subir y bajar las escaleras. Pero todo esta bien, por favor, siéntese.

El hombre se sentó, algo cohibido, sin percatarse de que la señora Tyler, algo alarmada, se había asomado desde la cocina para observar lo sucedido.

—¿Y qué tal la comida? —preguntó el anciano, al enderezarse.

—Bueno... yo... que puedo decir... —titubeó Howard para hablar sobre ello.

—Hable con confianza, señor Gibbs, no tema decir lo que siente —le animó el anciano, con media sonrisa en su arrugada cara.

—Solo que es... una comida muy buena. Tenía mucho tiempo que no consumía algo así. Agradezco a usted y a su esposa por esta amable invitación —respondió él con su marcada seriedad en su voz.

—Me alegra. Y disculpe si no le he acompañado a la mesa por el momento, el caso es que apenas pude desocuparme, pero finalmente todos se retiraron y pude cerrar por un momento la tienda.

—Entiendo, señor Tyler.

—Bien, lo dejaré por un momento para que coma tranquilo, buen provecho, señor Gibbs —dijo el anciano con un tono jovial.

—Gracias.

Bernie Tyler se retiraba en dirección a la cocina, y su esposa, con esa seriedad que lo caracterizaba, lo vio venir.

—¿Todo bien abajo, cariño? —preguntó la mujer al tener a su marido frente a ella.

—Sí, querida, todo en orden. Pude cerrar un rato tranquilamente —dijo despreocupado.

Con una seña discreta, la mujer ordenó a su marido que entrara; ella se adentró a la cocina y su esposo le siguió.

Una vez dentro, la mujer bajó un poco la modulación de su voz.

—¿Cerrar? Pero ¿dónde se ha metido Erwan para que cuide del negocio mientras te ausentas? —dijo con obvia preocupación.




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