Era él... el causante de todo. El culpable de que Nick me traicionara, el que desató el incendio, el que me arrastró a este infierno. Nada tenía sentido... ¿por qué habría de salvarme?
Keiden: —Tranquilo… no quiero hacerte daño.
Troy: —¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo escapaste de las llamas? ¿Por qué no moriste junto a Nick? ¡Estoy seguro de que les di a los dos con aquella bola de fuego!
Keiden: —Te lo explicaré todo… pero primero, necesito que te calmes.
Troy: —¿¡Calmarme!? ¿Cómo demonios quieres que me calme si por tu culpa estoy metido en esto? ¡Ahora soy un fugitivo, igual que mi abuela!
Sara: —Y como todos los que estamos aquí...
Hinty: —Sí, es verdad. Ahora cálmate… y bebe esto.
Me tendió un vaso con agua. Lo tomé, confiando en él… y ese fue mi mayor error. En cuanto el líquido bajó por mi garganta, sentí cómo cada uno de mis músculos se apagaba. Uno a uno, como si la vida se congelara en mi cuerpo, hasta que quedé completamente inmóvil.
Troy: —¿Qué rayos me hiciste? ¡¿Por qué no me puedo mover?!
Hinty: —Simplemente te di una opción para que no nos atacaras con tu fuego... y Keiden pudiera contártelo todo.
Entonces, dio varios pasos hacia atrás, dejando el camino libre para Keiden… quien, con una mirada sombría y decidida, comenzó a contarme su historia.
Keiden:
Verás, Troy… nadie aquí desea hacerte daño. Aunque cueste creerlo, Sara e Hinty son como tú. Todos nosotros morimos alguna vez, y fue el cometa celestial Woodma, con su luz divina, quien nos trajo de vuelta del abismo.
En mi caso, era apenas un infante, apenas un año de vida tenía cuando el destino me arrebató todo. Mis padres me dejaron caer al lago por accidente. Mi padre, en un acto desesperado de amor, se lanzó tras de mí. Me encontró, sí… pero ya era demasiado tarde. Mi pequeño cuerpo sin vida fue rescatado, y mientras se preparaban para velarme, el cielo se partió. El cometa cruzó los cielos como un susurro de los dioses, y un rayo de su luz me alcanzó. Contra toda lógica, volví a la vida.
Pero no regresé igual.
Durante años viví como cualquier otro niño, hasta que, a los nueve, algo despertó en mí: cinco poderes desconocidos, ajenos a la sangre de mis ancestros, jamás vistos en este mundo. Al principio, eran inocentes, casi imperceptibles. Pero crecían conmigo… y con el tiempo, mostraron su verdadera forma.
Mi aldea me temió. Me llamaron monstruo. A los doce años, fui desterrado, marcado por el miedo y la incomprensión.
Vagué por este bosque, solo, durante un año entero, hasta que encontré a Elda. Fue ella quien me habló de la antigua profecía, de un destino que iba más allá de mi entendimiento. Con su guía, comencé a entrenar mis poderes, aunque sabía que no debía apegarme a ellos. Porque yo no soy su dueño… solo su guardián temporal.
Mi misión es clara: encontrar a los otros cuatro que, como yo, fueron tocados por el rayo del cometa tras la muerte… y entregarles el poder que les pertenece por derecho celestial.
Y así comenzó mi travesía junto a Elda, con un único propósito: encontrar a los cuatro elegidos marcados por el cometa. En mi ingenuidad, creí que sería una tarea sencilla. ¿Qué tan difícil podría ser hallar a un volador, un controlador de agua, uno de fuego y un licántropo? Pero el destino, como siempre, tenía planes mucho más complejos.
Pronto descubrí que estaba equivocado. No existía en el mundo alguien que dominara un solo elemento. Aquellos que tenían el don, lo poseían en su totalidad: todos los elementos en uno solo. Los voladores, por su parte, se limitaban a surcar los cielos sin comprender la verdadera esencia de su poder, ese que habita en lo más profundo del ser. Y lo más desconcertante… nadie era capaz de moldear el agua como yo lo hacía.
La misión rozaba lo imposible. Hubo días en que el peso de la frustración me hizo pensar en rendirme. Pero entonces estaba ella: Elda. Su presencia era mi faro en la tormenta, su fuerza me impulsaba a continuar cuando todo parecía perdido.
Pasaron meses de incansable búsqueda hasta que llegamos a un pequeño poblado escondido en medio del bosque. Allí solo vivían humanos comunes, aquellos que nacieron sin dones ni magia. Jamás imaginé que existiera un lugar así. Fue un descubrimiento que sacudió mis creencias más profundas. No podía creer que no todos vinieran al mundo con poderes.
Todos en ese pueblo compartían una mirada común: ojos color café, sin excepción… hasta que la vi. Una joven con los ojos de un azul oscuro, profundo como el océano en una noche sin luna. Y en el instante en que nuestras miradas se cruzaron, lo supe con certeza: ella era una de las elegidas.
Y si te lo estás preguntando… sí, esa chica era Sara.
No quise precipitarme y revelarle, así sin más, la verdad sobre los Elegidos… y que tal vez ella era uno de ellos. Algo en mi interior me impulsó a observarla primero, a comprenderla. Fue entonces cuando descubrí cómo los habitantes del pueblo la rechazaban, solo por el color de sus ojos. A pesar de que no poseía poderes destructivos —su única habilidad era volar—, la temían como si portara una maldición.
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Editado: 05.09.2025