Nadie me había advertido que, al nombrar a un dragón, su poder se incrementa de manera descomunal. Y en el instante en que el poder de Nyssariel se elevó, el mío también lo hizo, ya que algún modo, nuestras almas se entrelazaron el día en que me otorgó parte de su magia.
Pasaron algunos meses desde aquel día. Tanto mi poder como el de Nyssariel habían crecido notablemente, y los aldeanos ya dominaban las runas con maestría. Fue entonces cuando decidimos emprender un viaje: queríamos expandir el alcance del poder dracónico más allá de mi aldea, para que los dragones pudieran cruzar las fronteras, y los aldeanos, al aventurarse en tierras lejanas, pudieran seguir usando las runas como protección. Sabíamos que no sería tarea fácil: fuera del Valle del Dragón no nacían criaturas como Nyssariel.
Y así, con la determinación encendida como el fuego de los antiguos, emprendimos nuestro viaje: Nyssariel, Aelyndra, mi hermana y yo.
Volamos durante un par de horas hasta alcanzar la siguiente aldea. Al aterrizar, percibimos el temor en los ojos de los aldeanos: nos observaban con recelo, y comenzaron a prepararse para atacarnos. Descendimos de los dragones con calma. Yo empuñaba mi bastón y, alzándolo con firmeza, les hablé:
Thalorion: —¡No venimos a hacerles daño! —proclamé—. Hemos venido a compartir el conocimiento de las runas, para que puedan protegerse.
Tras unos momentos de tensión, los aldeanos aceptaron escucharnos. Nos condujeron al centro de la aldea, donde intentamos activar una runa. Al llegar, miré a Nyssariel, con una pregunta quemando mis labios.
Thalorion: —¿Activo la misma runa que usé en mi aldea?
Nyssariel: —No —respondió ella con serenidad—. Esa no funcionará aquí. Ningún dragón ha nacido en estas tierras... Necesitarás otra.
Antes de que su voz se desvaneciera por completo, una nueva runa apareció en mi mente, como una revelación arcana. Sin perder un segundo, activé mi bastón y comencé a dibujarla en el aire. Con cada trazo sentía cómo mi energía se desvanecía, como si la runa se alimentara de mi esencia.
Y entonces, cuando la última línea fue trazada, Nyssariel bajó su cabeza y lanzó una majestuosa llama de fuego sobre el símbolo suspendido en el aire. La runa se encendió con una luz cálida y viva, irradiando la señal inconfundible de que habíamos tenido éxito.
Cuando aquella luz tocó mi piel, sentí mi magia regresar, fluyendo como un río de poder renovado.
Le enseñamos a los aldeanos a utilizar las runas. Les mostramos, cómo leerlas y cómo canalizar su poder ancestral. Día tras día, con paciencia, con propósito, fuimos encendiendo una chispa en cada alma dormida. Y así, paso a paso, continuamos con nuestra misión.
La magia de los dragones, confinada en el valle del dragón, empezó a florecer nuevamente. Desde las cimas nevadas hasta le valle lleno de flores, la esencia del fuego celestial se propagó como una canción olvidada que volvía a entonarse. Pronto, todos los rincones del mundo comenzaron a despertar.
Pero lo que no sabíamos —lo que ninguno de nosotros siquiera imaginó— era que esa expansión tendría un precio. Un precio terrible. Y lo que ocurrió después…
Keiden: —¡Sí, sí, sí! —interrumpió de repente, con tono impaciente y los brazos cruzados—. Muy linda y conmovedora tu historia, Thalorion, pero eso no responde a ninguna de nuestras preguntas.
El silencio cayó como una losa. La magia del relato se disolvió con la brusquedad de sus palabras. Elda lo secundó, con voz firme y mirada inquisitiva.
Elda: —Keiden tiene razón. Todo eso de las runas y los aldeanos es fascinante, pero no explica lo que realmente importa: ¿cómo es posible que sigas vivo después de todos estos siglos?
Thalorion suspiró, visiblemente molesto, como si ya hubiera vivido esta conversación mil veces antes.
Thalorion: —Si me dejaran continuar...
Troy: —No. Si vas a continuar, que sea otro día. Y directo al grano. Ya es tarde, y mañana tenemos una misión mucho más urgente: debemos rescatar a la última de los nuestros.
Thalorion asintió lentamente.
Thalorion: —Que se llama Maika...
Troy: —Sí, sí... como sea que se llame —gruñí—. El punto es que Sara y Klior necesitan descansar. Mañana deberán emplear cada gramo de poder que poseen. No podemos arriesgar sus vidas por otra historia incompleta.
Thalorion alzó su bastón con solemnidad. De su punta brotó un resplandor suave, y al tocar el suelo, surgieron camas, construidas con luz pura.
Thalorion: —Está bien —dijo con resignación—. Después continuaré la historia. Por ahora... vayan a descansar.
Nadie dijo más. El peso de lo que venía nos había alcanzado a todos. Nos dirigimos hacia las camas y nos recostamos en silencio, cada uno envuelto en sus propios pensamientos. La noche nos cubrió como un manto de sombra y expectativa, y así pasamos las horas, inmóviles.
Al amanecer, un leve temblor en el aire nos despertó. La casa había empezado a descender, y cuando tocó el suelo nos bajamos y desapareció. Nos pusimos en marcha sin perder tiempo. Nuestros pasos nos llevaron hasta el borde de la gran cascada, donde el rugido del agua ahogaba los pensamientos más ruidosos y el rocío acariciaba el rostro como una bendición antigua.
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Editado: 05.09.2025