Nos acercamos con cautela, los pasos apenas susurrando sobre el suelo, temiendo que en cualquier momento alguna fuerza espiritual emergiera de las sombras para protegerla. La atmósfera era densa, cargada de una energía reverente. Frente a nosotros, Maika yacía suspendida en un sueño que parecía más profundo que la muerte misma, como si el tiempo respirara con ella.
Thalorion dio unos pasos al frente con su mirada serena y firme. Su voz retumbó como una campana grave que despejaba el miedo.
Thalorion: —Sigan. No hay nadie aquí. Su guardián jamás permaneció a su lado tras el sello. Él la cuidó… desde fuera del portón.
Sara entrecerró los ojos, desconfiada.
Sara: —¿Y tú cómo sabes eso?
Thalorion la miró con intensidad. Por un momento, el aire pareció contenerse.
Thalorion: —Porque yo… soy su guardián.
Un silencio helado se extendió como una sombra entre nosotros. El eco de sus palabras pareció grabarse en las paredes del lugar, retumbando en nuestras conciencias.
Mi instinto me obligó a dar un paso atrás, cruzándome de brazos con ironía.
Troy: —Genial. Pues, ahora que lo sabemos, ¿por qué no nos dices cómo despertarla, gran guardián? ¿Qué tenemos que hacer?
Thalorion no se ofendió por mi tono. Su rostro, tallado por años de secretos, permanecía imperturbable.
Thalorion: —Primero, Keiden debe devolverle su poder. Solo así su cuerpo resistirá el regreso. Después de eso… yo me encargaré del resto.
Keiden, sin decir palabra, avanzó lentamente hasta quedar frente a Maika. Se arrodilló, y con manos temblorosas, tomó las de ella. Durante un segundo, pareció que todo estaba bien… pero luego soltó sus manos bruscamente, y sus ojos buscaron los de Thalorion con un gesto de duda.
Keiden: —¿Cómo se supone que voy a devolverle el poder si está dormida? A los otros cuatro pude transferírselo porque estaban conscientes, despiertos… Ellos podían pensar en aceptar lo que les ofrecía. ¿Pero ella? ¿Cómo lo recibirá si no puede siquiera oírme?
Thalorion caminó lentamente hacia él, y su voz, aunque suave, cargaba la autoridad de siglos.
Thalorion: —No subestimes el vínculo que une sus almas. Maika no duerme como lo haría un mortal. Su conciencia flota en un umbral que trasciende este mundo. Tú solo hazlo, Keiden. Entrégale el poder. Verás… que incluso en el sueño más profundo, ella te oirá.
En ese instante, algo cambió en la mirada de Keiden. La vacilación desapareció. Cerró los ojos y respiró hondo, permitiendo que la energía que llevaba dentro —el legado de Nyssariel— se encendiera como una llama silenciosa. Sus manos volvieron a tomar las de Maika, y esta vez no hubo dudas.
El aire vibró.
Una corriente de energía emergió de su pecho, canalizada hacia sus brazos, fluyendo como un río brillante hacia el cuerpo dormido de la joven. Sus cabellos comenzaron a agitarse, como si un viento invisible jugara con ellos. La luz azul que la rodeaba empezó a intensificarse, pulsando al ritmo del poder que se le devolvía.
Una gota de sudor corrió por la frente de Keiden. La transferencia no era sencilla. El cuerpo de Maika comenzaba a absorber la energía como un cuenco sediento tras siglos de sequía. Y aunque ella no se movía, algo en el ambiente gritaba que… estaba despertando.
Thalorion dio un paso más, murmurando algo tan bajo que se nos dificultó entender lo que decía, una plegaria, quizás… o un conjuro, y al mismo tiempo empezó a mover su bastón dibujando una runa, otra runa antigua porque no la reconocía.
La cúpula entera pareció estremecerse.
Y entonces, los ojos de Maika… titilaron.
En ese instante, Thalorion culminó el trazo de la runa. Con un movimiento solemne, la empujó con su bastón hasta situarla justo sobre el pecho de Maika. La energía flotante comenzó a descender lentamente, envolviéndola como un manto de luz. Justo cuando Keiden terminó de entregarle su poder, soltó sus manos con un suspiro tembloroso. La runa, ahora completamente luminosa, se fundió con su cuerpo en un resplandor que oscilaba entre lo divino, hasta que desapareció por completo, como si hubiera sido absorbida por su propia esencia.
El silencio que se apoderó del lugar era absoluto, reverente, como si incluso el aire se contuviera. Nadie se atrevía a moverse. Solo la vibración residual de la energía que flotaba como una canción entre las paredes de la cueva.
Entonces, Hinty rompió el silencio con su voz suave, pero cargada de ansiedad.
Hinty: —Ya se hizo todo... —dijo—. ¿Cuánto tiempo cree que tomará esto?
Thalorion no apartó la vista de Maika. Su semblante era sereno, pero en sus ojos danzaba el peso de siglos de fe.
Thalorion: —Paciencia —respondió con gravedad—. La runa apenas ha comenzado a integrarse en su cuerpo. Cuando haya recorrido hasta la última célula, cuando cada rincón de su ser la reconozca... ella despertará.
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Editado: 05.09.2025