El silencio aún reinaba tras las revelaciones de Thalorion. Las palabras resonaban en nuestras mentes, como ecos que apenas comenzábamos a comprender.
Con el ceño fruncido y el corazón latiendo con fuerza, dirigí la mirada al frente y rompí el silencio
Troy: —Entiendo… pero aún no sabemos qué son exactamente esos seres… los Varnoks y los Arennos. Y tampoco sabemos cómo comenzó realmente aquella guerra.
Maika bajó lentamente la mirada, como si cada recuerdo fuera un peso que volvía a caer sobre sus hombros. Su voz, cuando habló, parecía brotar desde la memoria profunda del mundo mismo.
—Cuando Thalorion, Nyssariel y yo comenzamos a expandir la magia dracónica por toda la tierra, lo hicimos con la esperanza de que todos pudieran usar las runas… pero sin saberlo, comenzamos a atraer algo mucho más grande. Algo que dormía entre las estrellas. El cometa celestial, aquel que marcó el nacimiento, de los cuatro… también fue atraído por nuestra magia. No lo notamos hasta que fue demasiado tarde.
La magia dracónica ya había impregnado cada rincón del mundo… incluso el Campo Prohibido, el mismo lugar donde siglos antes se había librado la Gran Batalla entre los cíclopes y los dragones. Fue en ese campo sagrado donde los dragones lograron su victoria final, concentrando su esencia mágica en el Valle del Dragón. Pero al hacerlo, dejaron un rastro de energía que nunca fue purificado.
Cuando el cometa finalmente cruzó los cielos y su luz tocó el Campo Prohibido… algo ocurrió. La magia dracónica aún latente en la tierra se mezcló con la energía cósmica del cometa. Fue como abrir una herida en la realidad. Y por esa herida… los Arennos cruzaron.
Seres antiguos. Gigantes encapuchados, cubiertos de vendas como momias eternas, hechos de oscuridad sólida y hambre de magia viva. Usaron los cuerpos inertes de los cíclopes caídos como portales… los habitaron, los deformaron. Pero no se detuvieron ahí. Con una magia nunca antes vista —oscura, prohibida, ajena a este mundo—, levantaron los huesos de los dragones muertos en aquel campo. Y bajo la luz del cometa y la luna llena… los vistieron de carne una vez más. Los convirtieron en los Varnoks.
Un escalofrío recorrió el aire.
—Los Varnoks… —continuó Maika—. No son simples monstruos. Son dragones reanimados, corruptos hasta la médula, portadores de maldad pura. Su fuego ya no da vida… solo destruye. Junto con los Arennos, formaron una alianza devastadora, una tormenta viviente que arrasó todo a su paso.
Keiden apretó los puños.
Keiden: —¿Y ustedes no pudieron detenerlos?
—Lo intentamos —respondió Maika, con tristeza—. Cuando vimos lo que habíamos provocado, Nyssariel y Thalorion unieron sus fuerzas. Crearon una runa ancestral, alimentada con la esencia de los cinco linajes originales, para levantar un campo de contención que atrapara a los Arennos y a los Varnoks. Una prisión invisible, sellada con magia y fuego.
Hasta que lo descubrimos...
Con cada año que transcurría y con cada regreso de aquel cometa errante que habíamos invocado sin saberlo, los muros de la prisión comenzaban a debilitarse. Aquella barrera arcana, levantada para contener a los horrores del pasado, ya no resistía como antes. En cada año, uno o dos de esos seres monstruosos lograban escapar de su encierro. Y cada vez, enfrentarlos solo entre cuatro se volvía más difícil… más desesperado.
Fue entonces cuando Thalorion y Nyssariel, conscientes de que nuestras fuerzas no serían suficientes para detener lo que se avecinaba, tomaron una decisión que cambiaría el curso de nuestra misión: reclutar a tres dragones más. Dragones cuyo fuego aún ardía con propósito.
Así fue como se nos unieron Xyndra, Velkranor e Ithryss. Junto a Aelyndra y Nyssariel, se convirtieron en los cinco Dragones Guardianes.
Mientras ellos formaban el círculo dracónico, yo emprendí mi propia búsqueda. Sabía que nosotros, los humanos, también necesitábamos ser más. Así que salí a encontrar a quienes compartieran nuestro destino y estuvieran dispuestos a cargar el peso de esta guerra silenciosa.
Fue así como encontré a Jeff, hábil con la lanza y noble de corazón; a Mairena, intrépida, ágil y con un alma de fuego; y a Jorrad, un guerrero marcado por la pérdida pero guiado por el honor. Ellos se nos unieron sin dudarlo, y juntos, siguiendo el ejemplo de Thalorion y Nyssariel, nos vinculamos con los dragones, entrelazando nuestras almas con las suyas para despertar un poder que iba más allá de la comprensión.
Jeff se vinculó con Aelyndra, y en sus manos el aire se volvía filo; Mairena forjó lazos con Xyndra, y sus pasos ardían con la fuerza del magma; Jorrad se unió a Ithryss, y la niebla se convertía en su escudo y lanza y yo... yo me fundí con Velkranor, y aprendí a hablar con las sombras y a moldear la oscuridad.
Juntos, peleábamos contra los Arennos y los Varnoks que lograban escapar de la prisión. Ellos eran astutos, despiadados, y con cada aparición se volvían más numerosos… y más letales.
Pero a medida que el tiempo pasaba, y las batallas nos unían más allá del dolor y el miedo, nuestro vínculo con los dragones se fortalecía. Tanto que un día, sin previo aviso, descubrimos que podíamos invocar armas forjadas no con hierro, sino con la esencia misma de los elementos que nos rodeaban.
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Editado: 05.09.2025