Dominios mágicos

14 - El Regreso a las Cenizas

Aquella tarde nos despedimos de Maika, Thalorion, Hinty y Sara. Sus rostros quedaban grabados en mi memoria mientras nos alejábamos, como si cada paso que dábamos hacia el horizonte fuera un lazo invisible que se tensaba entre nosotros. Junto a Keiden, Klior y mi abuela, emprendimos el camino de regreso a casa… ese lugar donde todo comenzó.

Allí, donde había terminado la infancia y había nacido la condena. Donde creí haber acabado con Nick, mi único amigo, reducido a cenizas en un instante de fuego incontrolable. Donde mi padre, con ojos duros y llenos de desprecio, me entregó a los oficiales y me arrojó con sus palabras la sentencia más cruel: “No quiero volver a verte nunca más.”

Cada piedra del sendero parecía recordármelo. Mi pecho se oprimía, un nudo de nervios y confusión se mezclaba con la duda y el miedo. Porque yo lo vi… lo vi con mis propios ojos: el cuerpo de Nick consumido por las llamas que yo mismo había invocado, el instituto reducido a un montón de cenizas y humo. Sin embargo, ahora sabía que todo aquello nunca ocurrió. ¿Qué era, entonces, esa visión que me atormentaba? ¿Un engaño creado por mi abuela, para protegerme? ¿O una ilusión urdida por mi propio hermano?

La incertidumbre me desgarraba, pero no había tiempo para detenernos. Tras varias horas de marcha, cuando el cansancio comenzaba a notarse en nuestros pasos, alcanzamos la entrada de la ciudad. Y allí, como una sombra aguardando en silencio, nos encontramos con Raff.

Su figura parecía haber estado esperándonos desde horas atrás, recortada contra las murallas de piedra. Su mirada era intensa, cargada de secretos que parecían pesar más que cualquier cosa.

Elda: —Hola, Raff. Cuéntame, ¿cómo va todo por aquí?

Raff: —Ya he devuelto los verdaderos recuerdos sobre ti a todo el mundo, Elda. Ahora puedes regresar sin miedo. Pero… el caso de Troy es distinto. Aún lo están buscando. Y para que todo vuelva a la normalidad, necesito de tu ayuda… y de la pasión de Hinty. Solo juntos podremos restaurar lo que fue alterado.

Mis manos temblaron al escucharlo.

Troy: —¿Cómo que regresar todo a la normalidad? ¿Qué está pasando aquí? —mi voz se quebró entre la incredulidad y la ira—. Estoy más confundido que antes…

Klior: —Por el momento, solo te puedo decir que todo lo que crees saber no es realidad… todo es una ilusión.

Sus palabras cayeron sobre mí como un trueno que desgarraba los cielos. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero no tuve tiempo de reaccionar. Dos siluetas avanzaban en dirección nuestra, y aunque al inicio me resultaron desconocidas, al acercarse mis ojos se abrieron de par en par.

Los reconocí de inmediato. Eran Eloc y su compañero, los mismos que había visto caer aquel día en el que mi poder se despertó por primera vez, cuando Sara dejó caer el cuerpo del uno de ellos y parecía muerto. Pues el hombre que creí muerto, ahora estaba frente a mí, vivo y con una mirada cargada de odio y venganza.

Eloc, con voz grave y venenosa, nos dijo:
Eloc: —Así que tienes la osadía de presentarte aquí, después de haber escapado la última vez, por cierto pre presento a Lorens mi compañero verdadero.

Lorens lo miró con una mezcla de ansiedad y expectativa, y murmurando con una sonrisa torcida:
Lorens: —Compañero, este es el chico del que me hablaste… el que destruyó la runa de prisión como si nada, con sus llamas.

Eloc: —Sí, es él. Pero esta vez… esta vez no podrá escapar.

De pronto, la tierra bajo mis pies comenzó a temblar. Lorens alzó sus manos y del suelo enormes cadenas de roca surgieron de la nada. En un parpadeo, estaba de rodillas, con el pecho aplastado contra el suelo, incapaz de moverme. La presión era tal que mis huesos crujían y apenas podía respirar. La desesperación me inundó.

Entonces escuché la voz de Raff, clara y desgarradora, como un rayo que atravesaba el silencio:
Raff: —¡Abuela, haz algo! ¡No te quedes ahí!

Giré la mirada como pude y vi a Elda, mi abuela, que hasta entonces parecía inmóvil, casi ausente. Pero en ese instante sus ojos se encendieron como brasas eternas, irradiando un fulgor dorado que llenó el lugar. Los guardias, sorprendidos, se detuvieron en seco. Sus miradas se perdieron en el vacío, como si lucharan internamente contra algo invisible que los desgarraba desde dentro.

Durante unos segundos, todo quedó suspendido en un silencio inquietante. Y de pronto, como si hubieran despertado de un sueño, Eloc y Lorens retrocedieron tambaleantes. La incredulidad se reflejaba en sus rostros, como si acabaran de recordar algo.

Lorens, con el rostro desencajado, deshizo las cadenas de tierra que me aprisionaban. El suelo se abrió y volvió a sellarse, dejándome libre. Respiré con dificultad, jadeante, mientras me ponía en pie de inmediato, aun temblando. Confusión y furia se mezclaban en mi interior.

Me di la vuelta hacia mi abuela, buscando respuestas. Ella, como si hubiera leído mis pensamientos antes de que los formulara, habló con una voz cargada de un peso muy grande:
Elda: —Les devolví los recuerdos de la verdadera profecía de tu abuelo… y también algunos fragmentos de lo que nos confesaron Thalorion y Maika.




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