Dominios mágicos

16 - El Eco del Sacrificio

Habían transcurrido tres largos meses desde nuestro viaje a la ciudad. Ahora, nos encontrábamos en la cabaña de Thalorion, sumidos en un riguroso y agotador entrenamiento. El ambiente estaba cargado de tensión y de un silencio apenas quebrado por el choque de las armas de práctica.

Nick decidió acompañarme, pues Klior, Raff y mi abuela permanecieron en la ciudad. Ellos habían asumido la responsabilidad de enseñar tácticas de defensa más avanzadas a los aprendices de Alpha-Bouse, preparándolos para lo inevitable: el día en que los Arennos y los Varnoks regresaran a este mundo. Cada entrenamiento, cada instrucción, cada estrategia que se transmitía en aquel lugar era un grito de resistencia contra la oscuridad que se avecinaba.

El tiempo corría, y el día en que el cometa Woodma volvería a cruzar los cielos se acercaba cada día más. Sin embargo, a diferencia de la última vez, la esperanza se veía quebrada por una verdad dolorosa: Thalorion ya no tenía la fuerza suficiente para evitar que los seres malvados escaparan de su prisión.

Las consecuencias de haber entregado el espíritu de la gran dragona Nyssariel a Maika comenzaban a pasarle factura. Thalorion desmoronaba lentamente. Sus runas ya no eran tan poderosas como antes, su energía se desvanecía como arena entre los dedos. La sabiduría seguía ardiendo en sus ojos, pero su cuerpo lo traicionaba: apenas podía caminar sin apoyarse en su bastón, y cada día el peso de su hora final parecía estar más cerca.

Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para detener el deterioro. Probamos nuevas combinaciones de runas, encantamientos y hasta las pociones más extrañas que Hinty preparó con desesperación. Pero nada funcionó. Ni la magia de la alquimia pudieron frenar el avance implacable de la muerte. Era como si el destino mismo se hubiera puesto en marcha, y no hubiera fuerza en los reinos que pudiera detenerlo.

Y cuando su último día llegó, nadie lo podía creer. Nadie… a excepción de él. Thalorion se veía sereno, como si supiera desde hacía tiempo que ese instante estaba escrito su destino. Estaba en paz consigo mismo; incluso nos confesó que había estado esperando ese momento, que no temía al final porque ya había vivido lo suficiente como para no rogar por más vida.

Con el pasar de las horas, la desesperación de perderlo y no poder hacer nada nos consumía lentamente. Tratábamos de ocultarlo, de no mostrarle nuestro dolor, de no cargarlo con la angustia que nos desgarraba, pero las miradas decían más que cualquier palabra. Todos sabíamos que lo estábamos perdiendo.

Cuando los seis que permanecíamos junto a él nos acercamos a su habitación para despedirnos, ocurrió algo inesperado. Thalorion, debilitado y casi sin fuerzas, entró en trance. Sus ojos se nublaron, su respiración se detuvo por un instante, y su cuerpo comenzó a emitir un leve resplandor. Estaba teniendo una visión.

Al volver en sí, nos miró uno a uno con una intensidad que nos atravesó como una flecha. Su voz, cansada y quebrada, resonó como el último eco de un oráculo que revela nuestro destino:

Thalorion: —Los cinco elegidos… Los cinco que llevan en su interior el alma misma de los dragones. Deben viajar al Antiguo Valle del Dragón y hallar los últimos huevos que aún permanecen ocultos. Ellos duermen en lo profundo, protegidos tras el Laberinto de las Bestias, donde los dragones los escondieron en los tiempos de la guerra para salvarlos de los Arennos, que robaban los huevos para corromperlos y extinguir así a nuestra especie aliada.

Troy: —¿Y cómo llegamos a ese laberinto?

Thalorion: —Maika… tú debes guiarlos. El laberinto fue creado sobre las ruinas de lo que alguna vez fue nuestro hogar. Mañana pasará el cometa Woodma, y será su deber mantener a los seres oscuros allí encerrados, una última vez. Cuando yo ya no esté, mi espíritu quedará en el bastón. Él los ayudará a formar la runa… pero cuando el cometa se marche, mi alma también desaparecerá.

Con esas palabras, dio su último aliento. Sus manos cayeron sin fuerza a los costados, y su mirada, antes repleta de sabiduría, se apagó lentamente como una estrella moribunda. Nadie pudo contener las lágrimas. Lloramos en silencio, porque el vacío que dejaba era demasiado grande. Aquel hombre, al que en un principio creímos un loco peligroso, se había convertido en un pilar, en un guía, en alguien a quien llegamos a querer tanto como a un padre o abuelo.

Maika, quebrada por dentro, fue la más afectada. Intentó darle un último abrazo de despedida, pero al tocarlo, su cuerpo se deshizo en un torbellino de polvo luminoso.

Al día siguiente, estábamos todos en la cima de la montaña, preparados para enfrentar lo que vendría. El cielo se estremecía con el resplandor del cometa Woodma, cada vez más cercano. Maika, con lágrimas aún frescas en los ojos, tomó con firmeza el bastón de Thalorion y comenzó a dibujar la runa que él siempre usaba. Sin embargo, algo no encajaba. Por más que lo intentaba, la runa no se activaba. La desesperación crecía entre nosotros.

De pronto, una voz fuerte, y casi tenebrosa resonó en mi mente, como un rugido que atravesaba los confines de mi ser:

—Le falta fuerza mágica para activar esa runa. Por eso el bastón no le obedece. Tú y tus compañeros deben otorgarle poder… hagan lo mismo que hicieron en el Portón cuando despertaron a Maika. Pero esta vez, no invoquen nuestros nombres.




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