Cuando llegamos a la ciudad, nuestros pasos nos guiaron instintivamente hacia el Instituto. La imagen que se alzó ante mis ojos me golpeó con fuerza, pues me recordó vívidamente al primer día en que crucé sus portones. El bullicio era intenso: todos los estudiantes habían regresado a sus habitaciones, a sus rutinas, a la vida que parecía aferrarse a la normalidad en medio del caos.
Todos, excepto Nick y yo.
El aire en los pasillos era pesado, como si el eco de lo que habíamos vivido aún persistiera en nosotros, en cada sombra. Al pasar en el primer corredor, nuestros ojos se encontraron con mi abuela Elda que estaba allí, acompañada de Raff y Klior. Al vernos, los tres se detuvieron en seco, con una mezcla de sorpresa y desconcierto.
Elda: —¿Y ustedes qué hacen aquí? —preguntó mi abuela con voz firme, aunque en sus ojos se podía percibir una ansiedad escondida—. ¿No se suponía que estaban entrenando con Thalorion?
Guardé silencio por un instante, sintiendo cómo un nudo se formaba en mi garganta. Finalmente, logré responder:
Troy: —Estábamos… hasta anoche. —Mis palabras resonaron en el pasillo como un trueno apagado—. Su momento llegó… Thalorion ya no está con nosotros.
El tiempo pareció detenerse. El rostro de mi abuela se contrajo en un dolor silencioso y, sin poder contenerse, lágrimas ardientes brotaron de sus ojos, deslizándose lentamente por sus mejillas. A su lado, Raff y Klior bajaron la cabeza, incapaces de sostener la noticia. Un pesado silencio se apoderó de todos nosotros, cargado de respeto y desolación.
Klior fue el primero en romperlo, con voz quebrada:
Klior: —¿Pero… dónde enterraron el cuerpo? —sus ojos buscaron los míos, temblorosos, llenos de una esperanza que ya sabía muerta—. Y hoy pasó el cometa… ¿quién detuvo su paso?
La respuesta vino de Maika, con un tono que mezclaba firmeza y dolor. Su mirada se volvió intensa, como si hablara desde la herida más profunda de su alma:
Maika: —Cuando mi hermano dejó este mundo, lo intenté abrazar… pero en el instante en que mis manos tocaron su piel, su cuerpo se desintegró en millones de fragmentos de luz. —Hizo una pausa, respirando con dificultad, como si al recordar se desgarrara por dentro—. Hoy, nosotros cinco nos unimos y detuvimos al cometa con el bastón. Pero… el bastón desapareció en el mismo instante en que el cometa se alejó.
Las palabras de Maika flotaron en el aire como una sentencia irrevocable.
Maika: —Y junto al bastón —continuó con voz temblorosa— desaparecieron también todas las cosas que Thalorion había creado con runas. La magia de los dragones que otorga los poderes aún sigue aquí —añadió finalmente, con un leve destello de esperanza—. Esa energía no se desvaneció, porque Thalorion la expandió con la ayuda de Nyssariel… y esa huella permanece, como un eco eterno de lo que alguna vez fue.
Sara: —Según lo que yo entiendo… al expandir la magia dracónica, Thalorion lo hizo con el poder de Nyssariel. Por eso no regresó únicamente al Valle del Dragón. Sin embargo, la montaña, la cabaña y el bastón… esas cosas las creó él solo, con las runas. Y al morir, se quedaron sin fuente de poder, y por eso desaparecieron.
Maika asintió con gravedad, aunque sus ojos se humedecieron por un instante.
Maika: —Sí, así es —respondió con voz suave, cargada de dolor y gratitud—. Has entendido bien, Sara. Gracias por ayudarme a explicarlo… a veces mis palabras no bastan para describir lo que perdimos.
Keiden: —Pero no vinimos únicamente para darles la noticia de la caída de Thalorion —dijo con firmeza, clavando su mirada en mi abuela—. También hemos venido a buscarte, Elda. Te necesitamos… para una nueva misión.
La anciana lo observó con el ceño fruncido, incapaz de ocultar su desconcierto.
Elda: —¿De qué nueva misión me están hablando? —preguntó con un tono de duda—. No entiendo.
Troy: —Verás, abuela… —mis palabras temblaron un instante, pues aún me pesaban los últimos instantes de mi maestro—. Unos minutos antes de su muerte, Thalorion tuvo una última visión. Y en ella… nos reveló la misión que debemos cumplir: tenemos que ir a buscar los últimos huevos de dragón.
Klior, al escucharme, abrió los ojos desmesuradamente y dio un paso hacia atrás como si mis palabras hubieran sido un golpe.
Klior: —¿Qué? —su voz se quebró entre incredulidad y asombro—. ¡Los últimos huevos de dragón! Eso es imposible. No se ha visto uno en siglos… ¿cómo es posible que aún existan?
Fue Hinty quien respondió, con un tono grave y misterioso, como si las palabras de Thalorion todavía ardieran en su memoria:
Hinty: —Según lo que nos dijo… los dragones los escondieron. Los ocultaron de todo y de todos, para protegerlos de los seres oscuros.
Maika, que hasta ese momento había permanecido callada, intervino con la claridad de quien encajaba las piezas de un rompecabezas.
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Editado: 05.09.2025