Entré al callejón después de Nick avancé bastante pero el callejón parecía interminable. Mis pasos resonaban huecos, como si caminara sobre un pasillo de cristal suspendido en el vacío. Delante ya no había ni rastro de Keiden, Sara, Klior ni de Nick; detrás, tampoco escuchaba a nadie. El silencio era absoluto, salvo por el sonido de mi propia respiración que cada vez era más pesada.
—Estoy solo… —susurré, y sentí un vacío en el estómago que casi me dobló por la mitad.
El pasillo comenzó a estrecharse poco a poco hasta que desembocó en una sala enorme. El aire cambió: un poco húmedo, salado, frío. De pronto, de la penumbra emergió un resplandor plateado, y lo vi.
Un dragón de escamas brillantes como plata pura, con dos enormes cuernos que parecían forjados de metal. Sus ojos amarillos incandescentes, inmensos y profundos, que me atravesaron hasta lo más profundo del alma.
Velkranor: —Bienvenido, Hinty. Este no es un pasillo común… es el umbral del Laberinto de las Bestias. Aquí se probará tu espíritu, tu valor y la verdad de tu poder. Solo si eres digno podrás cruzar hacia el Antiguo Valle del Dragón.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Yo solo sabía hacer pociones con agua. Ese era mi talento, mi vida entera. Con ellas había curado, fortalecido y protegido, pero jamás había luchado contra algo que no pudiera beberse en un frasco.
Hinty: —Yo… —intenté hablar, pero Velkranor me interrumpió.
Velkranor: —Crees que tu don es débil porque lo has visto como algo de apoyo, ¿verdad? —dijo con un gruñido grave, aunque no sonaba a reproche, sino a certeza. —Lo que ignoras, Hinty, es que dentro de ti no fluye solo el arte de las pociones. El agua te obedece, no solo como esencia que se transforma, sino como arma que se alza contra la oscuridad. —Sus ojos amarillos ardieron aún más. —El Laberinto te mostrará lo que eres. Pero recuerda esto: yo no puedo guiarte más allá de este punto. Si lo hiciera, sería trampa, y el Laberinto jamás aceptaría a un indigno. Tu destino lo decides tú.
Antes de que pudiera replicar, el dragón se desvaneció en un destello plateado, dejando en el aire un silencio cargado de poder.
Entonces, el suelo estalló en miles de gotas y el mundo se convirtió en un océano. No hubo tiempo para pensar: de golpe estaba sumergido, respirando agua como si fuera aire, atrapado en un abismo sin fin.
Un rugido me estremeció los huesos. Del fondo, ascendió una sombra titánica. Un pulpo enorme de hielo, con ojos blancos y tentáculos hechos de glaciares quebrados, surgió como una montaña viva.
La criatura lanzó un golpe con uno de sus tentáculos. El impacto me azotó contra una pared invisible que estaba en el agua y sentí un dolor desgarrador en mi brazo. Mi cuerpo flotaba torcido, pero cuando abrí las manos… el agua respondió.
Era como si siempre hubiera estado esperándome. Moví los dedos y la corriente me rodeó. Con un impulso, el mar se alzó formando un muro líquido que resistió el siguiente golpe. Por instinto, comprimí chorros de agua en cuchillas que lancé contra la bestia.
El pulpo gigante se retorció y me embistió. El choque me abrió el pecho en una línea sangrante que ardió bajo el agua helada. La rabia me dominó. Formé látigos líquidos y azoté sus tentáculos hasta arrancarle fragmentos de hielo. Con un último rugido, envolví todo su cuerpo en un torbellino y lo comprimí hasta que su carne helada estalló en pedazos.
No me pude incorporar por completo, de la nada a mi alrededor, docenas de figuras comenzaron a formarse: guerreros de hielo, armados con lanzas de cristal y armaduras. Rodearon mi cuerpo flotante.
Me lancé contra ellos. Hice girar el mar a mi alrededor como una espiral cortante, una danza frenética de cuchillas de agua. Cada paso, cada giro era lucha. Uno de los guerreros atravesó mi pierna con su lanza; otro me cortó el rostro desde la frente hasta la mejilla. Grité de dolor, pero seguí. Sentí cómo mi sangre teñía el agua, pero el frenesí me impulsaba. El mar obedecía cada emoción mía, y con él los hice pedazos.
Al final, solo quedaba yo, jadeando, temblando y lleno de heridas. Creí que había acabado… pronto me di cuenta que estaba equivocado.
Del fondo emergió un monstruo mucho mayor que todos los anteriores. Una figura humanoide gigantesca hecha de agua y hielo, con un corazón de cristal palpitante en el centro del pecho. Sus pasos hacían temblar el océano entero. Era el Coloso de las Mareas.
—No… —mi voz fue apenas un murmullo.
El coloso levantó un brazo y lo transformó en una lanza que atravesó las corrientes como un rayo. Apenas logré desviar el ataque con un muro de agua, pero el impacto me partió la carne del hombro. Caí de rodillas bajo el agua, jadeando, sintiendo que cada hueso se me quebraba.
El monstruo arrancó su otro brazo y lo volvió un martillo colosal. Descendió sobre mí. Creí que iba a morir, pero entonces recordé lo que me había dicho mi maestro Thalorion durante un entrenamiento: “Fluye como el agua, adáptate o muere”.
Me moví. En lugar de resistir, dejé que la corriente me arrastrara, deslizándome alrededor de los golpes, aprovechando cada espacio. El coloso me siguió golpeando, destrozando el mar en explosiones de espuma. Cada impacto me arrancaba cicatrices: en el costado, en la espalda, en la pierna.
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Editado: 05.09.2025