Don de día, maldición de noche

Don de día, maldición de noche

Un hombre, delgado y con la cara ojerosa, entra en su casa, prende la luz, toma un papel y una birome y, sentándose, apoya una pistola sobre la mesa. Comienza a escribir sobre el papel:

“He decidido matarme, pero antes escribo esta carta, para confesar mi más profundo secreto y, al mismo tiempo, lo que me lleva a tomar esta decisión. Tengo una extraña habilidad: puedo ver el futuro.

“Antes de seguir con mi carta tengo que hablar sobre mi habilidad. La tengo desde que tengo memoria. En mi infancia, sin importar que estuviera haciendo, de repente, me veía diez años en el futuro, pero no en un solo acontecimiento, sino en infinitos, todos al mismo tiempo. Me veía comiendo, acostado, durmiendo y en infinitas acciones más — lo narro de esta manera, ya que, como explicó un tal Jorge Luis en alguno de sus libros, el lenguaje no nos permite describir acciones simultáneamente—. Con el tiempo logré controlar mi habilidad; en mi adolescencia  podía viajar a un destino específico en el tiempo, pero seguía sin poder observar solo una posibilidad, las veía a todas; siendo un adulto logré dejar de ver esas infinitas posibilidades, para pasar a ver solamente el instante que me interesaba observar, y cómo llegar hasta él.

“Es cierto que esta habilidad me sirvió, en muchas ocasiones, para sacar ventaja, pero el problema —que ya hace años trato de resolver sin conseguirlo— se me presenta en el instante que cierro los ojos para dormir; es en ese momento, cuando logro conciliar el sueño, que mi don se convierte en maldición. En los sueños no puedo controlarlo. Siempre veo lo mismo: mi muerte, pero no una, sino todas. Muero infinitas veces de infinitas maneras; y esto, cada noche, me está enloqueciendo. Hace mucho que no duermo; no soporto seguir viviendo acechado, de tan cerca, por la muerte. Si el precio que tengo que pagar para dejar de ser atormentado es morir, lo voy a pagar.”

El hombre se levantó, tomó el arma, se metió el cañón en la boca y recordó, con lágrimas en sus ojos, que jamás había visto suicidarse. Al recordar esto sacó el arma de su boca, la dejó sobre la mesa y, tapándose la cara con sus manos, lloró en silencio.



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En el texto hay: fantastico, microrelato

Editado: 02.05.2019

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