Un nuevo día al fin, hace buen clima para salir a cabalgar, lejos de todos y de todo.
Veo a una empleada y le pido que prepare todo para mi paseo. Le advierto que no le diga a nadie a dónde voy, no quiero una sorpresa como la del otro día.
Me monto en mi caballo de raza frisón, elegante y testarudo. En mi vida anterior me causó varios problemas, pero en esta ya no.
Lo acaricio, pero me mantengo firme. Inicio la cabalgata. El silencio es tranquilizador, el paisaje es hermoso, me recuerda una pintura que había visto.
Paso horas cabalgando, hasta que escucho un ruido. Me volteo y veo un dóberman pinscher. Me paralizo. ¿Qué hace un perro de esta raza aquí? Están prohibidos.
Trato de alejarme lentamente para que no asuste al caballo, pero cuando me muevo, el perro se lanza al ataque. Trato de tranquilizar al caballo, pero no funciona y se vuelve loco.
Tanto que provoca que me caiga. Siento un fuerte dolor en mi hombro derecho, dejo escapar un gemido de dolor, y cuando abro los ojos veo a Vladimir.
Tenía que ser él. ¿Quién más con un perro salvaje?
—¿Se lastimó, princesa? —finge preocupación, pero se nota que quiere reírse.
—¿¡Es tu perro!?
—Sí. ¿De quién más si no mío?
—Igual de bruto que el dueño. Y no, no me lastimé. Además, no te debería de importar.
Él pone los ojos en blanco y se acerca.
—No fue mi intención que mi perro te asustara... Déjame ayudarte.
Me tiende su mano. Dudo en aceptarla, pero se me ocurre algo.
—Muy amable de su parte.
Le doy mi mano y lo jalo con la suficiente fuerza para que se caiga. Casi me cae encima, pero lo pude esquivar.
—¿¡Cuál es tu problema!?
—Tú lo eres. Pero no importa, yo elimino mis problemas, y tú no vas a ser la excepción. Nos vemos en la cena, Volkov.
Me levanto y vuelvo a montar a mi caballo, mientras me dirijo a mi habitación.
En mi habitación, me cambio y me pongo un hermoso vestido con encaje en la parte superior y la falda de terciopelo con una capa de encaje arriba, y mangas translúcidas.
Cuando estoy lista, salgo de mi habitación al salón. No quiero asistir a esta cena, pero estoy obligada. Mi padre no quiere más problemas, y por el momento no se los puedo dar.
En el salón, todos ya están sentados. Bajo las escaleras, mientras mi vista se posa en Vladimir, y él me la devuelve con ese odio con el cual estoy acostumbrada.
Me siento y mi padre ordena traer los aperitivos. Me relajo, tengo que destruir con elegancia.
—La princesa Helena se ve encantadora como siempre.
Sonrío y asiento.
—Gracias, su alteza. Quería estar lo mejor posible para ustedes. Además, siendo la única mujer presente, sería espantoso no esforzarme por destacar.
—Aunque te vistas de esta forma, nunca cambiarás tu alma. Y esa personalidad tan molesta, con hambre de atención...
Mi padre y el rey lo voltean a ver con reprimenda.
—Disculpe, pero no lo escuché bien. ¿Estás hablando de la conserje que te golpeó aquel día? Porque si no es así, no sé de quién más estarías hablando. Soy tu prometida, como me dijiste, y ofenderme sería una gran falta de respeto a mi familia, casi como para cancelar el compromiso.
Su mandíbula se tensó e hizo ademán de pararse, pero su padre le puso una mano en el hombro, haciendo que se vuelva a sentar.
—Disculpa los modales de mi hijo. Desde que se junta con esa corriente ha cambiado mucho.
—No es una corriente, la princesa sí —susurró para que su padre no lo escuchara.
—Creo que hay que iniciar la charla sobre el compromiso. Se está haciendo tarde y necesito descansar del día agotador que tuve.
—Mi hija tiene razón. Hay que hablar de los términos y la fecha. Ya nuestras mujeres se encargarán después de los preparativos.
Por supuesto, como solo le interesa cerrar este compromiso para deshacerse de su hija...
—Mi hijo se casa con tu hija. Te doy un gran dote, nuestro apellido, una cantidad aceptable de soldados y el tratado de paz entre nuestros reinos.
—Le entrego a mi hija a tu hijo. Ella les da un heredero más otros dos, le da elegancia y respeto con nuestro apellido, es una esposa envidiable y apoyará a su hijo por el resto de su vida, mientras que les doy una parte de mis terrenos en el norte.
Los dos hombres se quedan pensando, asienten y se dan la mano. Nos voltean a ver, preguntando si tenemos alguna objeción.
Yo dudo en levantarme. Veo a Vladimir hacerlo.
—Un solo hijo. Ninguno más. Si sale niña, se queda así. No pienso estar con ella más de lo que se debe.
—Opino lo mismo. Solo uno. No tres, eso ya es multitud.
Se quedan pensando, al final suspiran y aceptan. Por dicha, Vladimir habló, si no, no me hubieran hecho caso.
—La fecha puede ser en febrero. Los dos cumplen años, por lo tanto, se va a hacer el 20, cuando Vladimir cumpla 18.
—Me parece perfecto.
Genial. No les bastó con este trato, sino que ahora, en el mes de mi cumpleaños, va a ser anunciado mi compromiso. Después de eso, tendré que irme a vivir con Vladimir, una pesadilla que se hará realidad.
—Bueno, caballeros, me retiro. Que disfruten la velada.
Me levanto y me dirijo a las escaleras.
Cuando estiro el brazo para sujetar la baranda, mi hombro cruje y siento un espantoso dolor. Me contengo para no gritar y me agarro con cuidado el hombro.
Y empiezo a subir las gradas, por fin lejos de esta cena.
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