Dónde arde la nobleza.

Intereses.

Mis padres y el rey corren a mi rescate.

Muy tarde.

Ya estoy de pie.

Todas las miradas están sobre mí, congeladas entre el miedo y la sorpresa.

Casi muero.

Es lo mínimo que pueden hacer.

Siento todo el cuerpo adolorido. Apenas puedo sostenerme, pero me esfuerzo.

Tengo que verme rígida, no débil.

Ni hoy ni nunca.

—Hija mía, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño?

—Estoy bien, madre —respondo con voz firme, aunque me tiemble por dentro—. Solo que Drizella… me empujó.

Crack.

Muerdo mi labio para no gritar. El dolor explota desde mi hombro derecho Siento que algo se rompió.

Caigo al suelo. El impacto me arranca el aliento y todo se vuelve borroso.

Me siento peor.

Y entonces... me desmayo.

–––

Trato de abrir los ojos.

Pesan como si llevaran siglos cerrados.

La luz me obliga a cerrarlos de nuevo.

Escucho voces.

Distingo la de mi hermana, llamando a mi madre.

Y otra más… no logro oír bien.

Lo intento de nuevo.Esta vez, la luz me recibe con menos crueldad.

Estoy en mi habitación.

Nada ha cambiado.

Excepto yo.

Solo recuerdo a Vladimir entrando al salón.

—Hermana, ya viene el doctor, no te preocupes. Te desmayaste, pero todo va a estar bien… ¿verdad?

Trata de consolarme, pero su voz está tensa. Está asustada.

Le sonrío, como si no me doliera respirar.

—Claro. No debes preocuparte. Solo fue un incidente. Alguien me empujó, eso es todo. No me voy a morir.

—Una lástima… pero tendré que seguir esperando.

Volteo hacia la puerta, aunque no necesito hacerlo para saber quién ha hablado.

Vladimir.

Con su maldita sonrisa arrogante.

—Hermanita, ve a descansar. Es muy tarde para que estés despierta.

Ella asiente y se retira.

Pobre. Aún no entiende lo podrido que está todo esto.

—¿Qué haces aquí? —le espeto, sin suavidad—. Pensé que estarías celebrando con tu amorcito.

Se le tensa la mandíbula, pero no responde.

Solo me observa, como si mis palabras le rasgaran algo por dentro.

Sus ojos son pozos profundos donde habitan las pesadillas.

—¿No puedes hablar? —insisto, con veneno en la lengua—. ¿Estás decepcionado de que tu plan no haya funcionado? Qué lástima que tu prometida siga viva… ahora tendrás que pensar en algo más.

Una punzada brutal en el hombro me hace fruncir el ceño.

Me quejo en silencio.

Primero la caída del caballo.

Ahora esto.

Es evidente.Me quiere muerta.

Cuando levanto la vista, Vladimir está más cerca.

Su mandíbula está más tensa que antes.

—No te quiero muerta —susurra con voz baja, oscura—.

Te quiero rota.

Verte así… es un sueño hecho realidad.

Suspiro.

Como si no me afectara. Como si no acabara de destrozarme el cuerpo.

—Pues mírame bien —le digo, con una sonrisa ladeada—. Porque será la última vez que me verás así.

Y luego, más abajo:

—Pronto el que estará en cama serás tú. Pero muerto. Tal vez asesinado por mí… o quién sabe.

Muerte por veneno es una tragedia tan poética…

Y nadie sospecharía de la viuda.

Él está a punto de hablar, pero la puerta se abre.

Mi madre entra con un doctor.

—¡Dios mío, qué dicha que estás despierta! ¡Qué susto nos diste!

—Estoy bien…

—Eso lo diré yo —interrumpe el médico con tono firme—. Debo revisarte ahora que estás consciente.

Asiento sin quitarle los ojos a Vladimir.

Pero él ya no está.

Se fue.

Mejor así.

Con el presente no podría ser sincera.

Ni con el doctor. Ni conmigo.

Tras el examen, el diagnóstico es claro:

Fractura cerrada del fémur.

Un esguince en el hombro derecho.

Todo gracias a Vladimir.

Y a Drizella.

Pero esto no va a quedar así.

No soy la clase de mujer que olvida.

Soy la clase de mujeres que devuelve el golpe...

Con intereses.




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