Dónde arde la nobleza.

Promesa de guerra.

Mi mente viajaba por un sinfín de pensamientos, cada vez más rápido. Noto cómo mis músculos se tensan, y la respiración se me corta.

Necesito respirar. Aire. Necesito aire.

Me aferro a mi garganta, trato de gritar, pero no puedo. Poco a poco, la respiración no aparece.

Me siento mareada. Todo se ve borroso.

Antes de cerrar los ojos… se escucha un retumbo.

–––

Thair:

Mis hombres rompen las paredes. Vamos a sacar a Helena de aquí.

No la dejaré morir por ese hombre.

Ese desgraciado que la lastimó.

Todos se disponen a buscar. Tenemos que apurarnos. No sabemos qué le estarán haciendo.

—Jefe, por aquí.

Voy corriendo. Entro, y ahí está: la princesa, inconsciente,toda herida.

Como si en vez de sanarla, la hubieran destrozado.

Le quitamos los grilletes, y la levanto. Me la llevo alzada, mientras mis hombres preparan los carruajes.

—Vas a estar bien. Ya no vas a sufrir.

Te voy a liberar de todo tipo de sufrimiento.

Vas a vivir libre, y muy feliz.

Doy la orden y el carruaje empieza a moverse. Escapamos a toda prisa mientras noto algo: no había nadie vigilando.

El lugar estaba desierto… con Helena adentro.

La venganza va a saber a sangre.

No es una advertencia.

Es una promesa.

---

Llegamos a la montaña. Mi hogar.

El carruaje se detiene al llegar a un punto concreto. Hay que caminar. Pero no importa.

Aunque tenga que darme prisa, necesito que ella reaccione.

No la pienso perder.

Los árboles se inclinan, como cuando alguien no quiere que se cuente un secreto.

El viento sopla con fuerza, lleno de ira.

La naturaleza sabe que hoy ha sido el inicio de una guerra.

Llegamos a mi cabaña.

Es más grande lo que aparenta.

Dejo a Helena en una cama mientras el doctor se dispone a revisarla.

Me dice que espera afuera. Asiento, y voy con mis hombres.

—Ya saben lo que pasará. La guerra se va a desatar.

La princesa no va a vivir con el monstruo que permitió que le pasara esto.

Seguro que él lo ordenó. Tal vez hasta lo contempló.

Ella es diferente. Es mi amiga.

Y si su sangre se derramó, la de mil hombres también lo hará.

El corazón de Vladimir dejará de latir.

–––

Vladimir:

Estoy distraído.

No dejo de pensar en Helena.

Kerry no me ha traído noticias desde hace días. Semanas, quizás.

He estado ocupado en el trabajo. Mis asuntos.

La princesa está a mi cargo.

Sus padres me la encomendaron.

Y mi apellido no será ensuciado por una niña loca con delirios de libertad.

Me encamino a su habitación, y lo que encuentro... me deja de piedra.

—Maldición...

Kerry está apoyada en la cama, con un mordisco horrible en el cuello.

¿¡Helena!? ¿Dónde está?

—¡Varek!

Mi sirviente entra corriendo al ver la escena. Me observa, tembloroso.

—Lo lamento, señor. Ya limpio todo de inmediato.

—No es eso —gruño—. ¿Dónde está Helena? ¿Qué pasó aquí?

—¡Varek! Dímelo o haré de tu vida una pesadilla. Te quebraré cada hueso hasta que la muerte te parezca misericordia.

—Su majestad… me dijeron que usted había dado la orden para llevarse a la señorita Helena.

Se la llevó un doctor, después de encontrarla llena de sangre… y a Kerry herida.

Me dijeron que no tocara nada. Que no lo molestara.

Fue hace mucho tiempo… tal vez una semana.

Una semana.

Una semana una maldita semana sin que nadie me dijera nada.

Siento que la sangre me hierve.

Lo agarró el cuello fuerte. Hasta que su cara se vuelve morada.

—¿A dónde se la llevaron? Piensa bien tu respuesta.

—Cof… co—cof... N-no sé. Solo dijeron que era un manicomio. Pero sé que estaba al norte…

Lo suelto.

Salgo de la habitación.

¿Otro secuestro?

¿Otra vez?

Nunca pensé que este compromiso sería un caos, pero no lo voy a romper.

Hice la promesa de hacerle la vida miserable.

Y hasta ahora, lo único que he hecho… ha sido perder el control.

Monté mi caballo.

Ordene buscar en todo el norte.

Quiero a Helena.

Viva, loca, inútil, mordaz... pero mía.

Treinta minutos después, me dan noticias.

Me dirijo al lugar.

Para mi molestia, no era un manicomio...

Es una iglesia abandonada.

Ahora con las paredes rotas.

Mis soldados tienen a una monja y a un doctor.

Seguro son los que se llevaron a Helena.

—Su alteza —dice uno—, ya dieron su confesión… pero la princesa no está.

Tenso la mandíbula.

Golpeo al doctor con el puño cerrado.

Su rostro ahora es rojo, deformado. Quiere pedir clemencia. No se lo permito.

—¿Dónde está?

—N-no sé…

¡Crack!

Su mandíbula se quiebra.

Miro a la monja.

—Lo repetiré una sola vez. Pero ahora tú me vas a decir: ¿dónde está?

Ella tiembla.

Patética.

—Es verdad… no lo sabemos. Salimos un rato, y al volver ya no estaba. Las paredes estaban rotas… alguien se la llevó. Por favor… no me lastime. Ya dije todo lo que sé. Perdóneme la vida.

—Eso dependerá de lo que le hicieron a la princesa.

Y quiero total sinceridad. Porque cuando la encuentro y me diga algo diferente... sus vidas acabarán.

—F-fue tratamiento… corrección… lo necesario, como se nos pidió…

—"Como se nos pidió." Qué sincera. Qué inútil.

Pero no tienes moral.

—Llévenselos —ordené—. Ya saben a dónde.

—¿En qué condiciones, majestad?

—En las mismas condiciones en las que tuvieron a la princesa.

Yo voy a enfrentar los problemas políticos.

No quiero que esto se salga de control.

Que la familia no se entere.

No necesitamos motivos para cancelar el matrimonio.

Y mucho menos para perjudicar mi apellido.

Necesito noticias de Helena.

En menos de una semana.

Salgo del lugar. Monto mi caballo. Vuelvo al castillo.




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